Pésaj
Cuentos de Pésaj
El caballo y su jinete
(C) Editorial Kehot Lubavitch Sudamericana
Era primavera en España, y corría el año 1490.
Por aquel entonces existía en España un tribunal de la Iglesia –llamado
“Inquisición”-establecido con la autoridad del Papa, el rey y la reina, cuya
tarea era encontrar y castigar a los “herejes”.
El Tribunal de la Inquisición –dirigido por el
perverso Torquemada- tenía facultades ilimitadas y era usado principalmente
contra aquellos judíos que habían sido convertidos al cristianismo por la
fuerza –los “Marranos”- pero en secreto seguían leales a su antigua fe y
practicaban ocultamente tantas mitzvot y tradiciones como les fuera posible.
Pésaj se acercaba, y muchos judíos en secreto
planeaban desafiar los peligros de la mortífera Inquisición y sus siempre
vigilantes espías. El deseo de celebrar el Séder de Pésaj era tan fuerte y
significaba tanto para ellos, que sintieron que el riesgo bien valía la pena.
Torquemada convocó a sus espías unos meses antes
de Pésaj.
“Muchos judíos conversos observarán su
festividad primaveral”, declaró. “Ese es el momento de pillarlos”.
Entonces dio algunas instrucciones generales:
“Todos ustedes deben conseguir trabajo en
hogares marranos en cualquier tipo de tarea –sirvientes, criados, jardineros- y
hacer lo imposible para ganarse la confianza de su patrón”.
“Por supuesto”, continuó el Gran Inquisidor,
“nosotros despreciamos a estos conversos, porque se convirtieron sólo para
salvar sus pellejos; los llamamos Marranos (‘cerdos’). Pero ustedes deben guardar
celosamente sus sentimientos personales para sí mismos, y no deben permitir
jamás que se sospeche que lo están espiando. Mantengan sus ojos y oídos bien
abiertos, e informen a esta oficina cualquier acción o comportamiento que
pudiera marcarlos como judíos en secreto. Hemos elaborado una lista de acciones
de esa naturaleza que nos deben ser informadas, tales como comer hierbas
amargas en Pésaj, ayunar en Yom Kipur, o vestir una camisa limpia para su
Shabat, y así sucesivamente. En base al informe podremos hacer un arresto. Una
vez que el acusado esté bajo nuestra custodia, contamos con los medios para
hacerlo confesar.
También podemos obligar al acusado que nos
revele los nombres de sus amigos judíos que, como él, practican en secreto
actos de herejía, y los de aquellos judíos que los instaron a mantenerse leales
a su fe. Entonces los sentenciamos a ser quemados públicamente como herejes; su
riqueza es confiscada para sumarse al tesoro del rey y la iglesia. Y, esto debe
ser de interés especial para ustedes, ¡los informadores y agentes que los
entregaron a la Inquisición obtienen un generoso premio especial!”
Tras de unos momentos de preguntas y respuestas,
los agentes de Torquemada fueron despedidos, todos ávidos de hacer un excelente
trabajo para ganar la generosa gratificación que les prometió en este mundo y
en el mundo futuro.
Mientras tanto, coincidiendo con las
expectativas de Torquemada, muchos hogares judíos de España se preparaban para
Pésaj en el más estricto secreto.
“Tenemos que ser sumamente cautelosos en esta
época del año”, comentó Meir a su esposa Jana. “Nuestros enemigos saben que
nuestra amada festividad judía se aproxima, y buscarán víctimas para arrastrar
a la Inquisición bajo la más mínima sospecha”.
Una oscura nube cubrió el rostro de Jana cuando
oyó las palabras de su esposo.
“Sí, y si esto sucede, Di-s libre, no habrá
forma de evadir la tortura y la muerte”.
“Hashem nos está probando para ver cuán fuertes
somos en nuestra lealtad a El. Si pasamos esta prueba, seguramente El nos
protegerá”, la tranquilizó su esposo. Luego, agregó:
“Analizaremos todos los detalles esta noche,
después de que los sirvientes se hayan ido”.
Muy tarde esa noche, mucho después de que los
sirvientes hubieran partido, la familia se reunió para una conversación
especial. Además de los padres, estaban Yaacob, de 14 años, Abraham de 12, y
Diná de 6 años.
El padre dijo:
“Todos recordamos el último Pésaj, cuando
tomando muy cuidadosas precauciones, gracias a Di-s, pasó sin contratiempos.
Haremos lo mismo este año, esperando y rezando
con todo nuestro corazón que Di-s esté nuevamente con nosotros.
Durante el día, no pasará nada diferente en
nuestro hogar. De noche, sin embargo, dos horas después de que nuestros
sirvientes personales, Alfonso y su esposa María, se fueran para la noche,
comenzarán nuestros preparativos especiales de Pésaj. Todo lo relacionado con
Pésaj se hará en nuestro sótano oculto, donde haremos nuestro Séder las
primeras dos noches de Pésaj. Como bien saben ustedes, tenemos una escalera oculta
que conduce desde mi estudio al sótano: su entrada está oculta por un mueble
biblioteca habitualmente empotrado...”
El padre prosiguió detallando las precauciones
que debían tenerse en cuenta, y las responsabilidades especiales que cada uno
de los niños tendría.
“Y así, mis queridos, con la confianza puesta en
Di-s, el Guardián de Israel, quien no duerme ni dormita, celebraremos el Séder,
si Di-s quiere, con regocijo y paz”.
La familia se hubiera sentido más preocupada de
haber sabido que su dedicado sirviente, Alfonso, era unos de los agentes
secretos de Torquemada, y cuán ansioso estaba por traicionarlos para ganarse la
recompensa prometida.
A continuación de la reunión secreta con el
Inquisidor Principal, Alfonso comenzó a espiar seriamente a su patrón, señora y
niños, buscando cualquier señal de que fueran judíos en secreto. Pero pasó un
día tras otro sin que ninguna cosa sospechosa sucediera en la rutina diaria de
la familia.
Pésaj se estaba acercando rápidamente ahora, y
Alfonso comenzó a dudar si su dueño y familia eran realmente judíos en secreto.
Entonces, una mañana, vio que María salía de la casa en dirección al mercado
con una larga lista de verduras que su patrona le pidió que comprara.
Asegurándose de estar lejos de la vista de cualquiera, Alfonso echó un vistazo
a la lista, y a duras penas pudo esconder su excitación. Entre los artículos
listados había apio, perejil y lechuga, que, él lo sabía, los judíos usaban
como ‘hierbas amargas’, en el Séder.
“Quizás ésta sea la pista que he estado
esperando”, pensó Alfonso.
Sin embargo, después de estudiar la lista de
compras con María, su excitación se desvaneció cuando ella le contó que su ama
compra estos alimentos todo el año. No obstante, su sospecha no disminuyó.
Pensando la cuestión una y otra vez, Alfonso
decidió que esta sospecha de las “hierbas amargas” por sí sola seguramente
estaba bastante lejos de servir de soporte para denunciar a la familia como
herejes. Podía volverse altamente importante, sin embargo, si se sumara a otra
acción sospechosa similar. Pero, ¿qué haría si no hubiera indicio o señal
adicional de sospecha? En ese caso, decidió Alfonso, será necesario tomar al
toro por las astas. Finalmente, pensó en un plan.
El plan de acción de Alfonso era audaz y
peligroso.v
En la noche del Séder, antes de abandonar la
casa, dejaría la ventana de la cocina ligeramente abierta, a fin de poder
ingresar a la casa.v
A la medianoche entraría silenciosamente, y en
puntas de pie se acercaría a las alcobas de los niños. Si los encontraría dormidos
en sus lechos, no habría necesidad de investigación adicional, y saldría tan
silenciosamente como había entrado. Pero si los niños no estuvieran en sus
cuartos, esa sería una clara prueba de que estaban con sus padres en algún
sitio oculto de la casa celebrando el Séder. Entonces iría a todo galope a la
sede de la Inquisición para informar acerca de su descubrimiento, y regresaría
a la casa al frente de un batallón de soldados armados, justo a tiempo para
sorprender a los judíos en secreto en medio de su Séder!
Todo era quietud en la casa cuando Alfonso se
introdujo por la ventana de la cocina.
Familiarizado con la distribución interior de la
casa, podía moverse sin hacer ningún ruido, sin tropezar en la oscuridad. La
luz de una luna llena brillando aquí y allí lo hizo todo todavía más fácil. Su
corazón saltó de alegría cuando se encontró con que los cuartos de los niños
estaban vacíos. De modo que así era. ¡En algún lugar de la casa la familia
estaba observando el Séder!
¡Soy afortunado!, pensó Alfonso codicioso. “Pero
ahora no debes derrochar ni un minuto. Cabalgando ida y vuelta, lo haremos con
bastante tiempo antes de que terminen el Séder...”
Alfonso se apresuró a los establos y ensilló el
más rápido corcel de su dueño. Para asegurarse de que el sorprendido caballo no
expresara con un fuerte relincho su indignación por haber sido perturbado en
medio de la noche, Alfonso introdujo una zanahoria en su boca. Entonces lo
montó apresuradamente y partió a toda velocidad.
Entretanto, dichosamente desprevenida del grave
peligro que pendía sobre sus cabezas, la familia celebraba el Séder en el
sótano oculto. La mesa estaba tendida hermosamente con la vajilla de plata,
copas de vino, y platos del Séder.
Padres e hijos estaban sentados alrededor de la
mesa y el Séder comenzó con el tradicional kidush sobre vino tinto, la primera
de las Cuatro Copas.
Pronto la atención giró a los niños, cuando cada
uno de ellos, por turnos, recitaban las Cuatro Preguntas. La Hagadá fue
recitada en un ánimo bastante relajado, en medida de lo posible bajo las
circunstancias imperantes. Cuando llegó el momento de la cena festiva, comieron
ansiosamente la matzá, las hierbas amargas y los sabrosos platos, con el
Afikoman como último “postre”.
Finalmente, con las últimas dos copas de vino,
la tercera después de recitar el Bircat Hamazón –Agradecimiento después de las
comidas- y la cuarta después de la conclusión de la Hagadá, el Séder llegó a su
final feliz. La familia subió silenciosamente a sus alcobas suavemente
iluminadas, con enorme y profunda gratitud a Di-s en sus corazones por
permitirles observar el Séder sin contratiempos. Nada sabían ellos del
maravilloso milagro que les había sucedido durante esa noche.
Antes de acostarse, Meir hizo una recorrida
final, como era su costumbre, revisando las puertas y ventanas. Se escandalizó
terriblemente cuando notó que una ventana de la cocina estaba parcialmente
abierta. ¿Podía ser el trabajo de un ladrón? Pero no faltaba nada de valor, ni
nada había sido tocado. Pues bien, mantendría una severa charla con los
sirvientes por haber sido tan negligentes.
Cerró la ventana y se fue a la cama.
Corriendo contra el tiempo a la sede de
Torquemada, Alfonso azotaba al caballo una y otra vez furiosamente.
“¡De prisa, de prisa, tú haragán!” seguía
espoleando al caballo para mantener la alocada carrera, mientras su mente se
llenaba de todo tipo de fantásticos pensamientos de riquezas y gloria por
descubrir y denunciar a una familia de judíos en secreto tan adinerada y
destacada. Seguramente el jefe de la familia, y posiblemente también su esposa
serían quemados vivos en un Auto de Fe (la Ceremonia de quema pública). ¡Hasta
podría ser que a él, a Alfonso, se lo llamara para tener el privilegio de
encender la pila de leña!
“¡De prisa, de prisa, tú, vil bestia!”,
fustigaba Alfonso al sudado caballo. Ya casi...
El amanecer comenzaba a romper cuando el caballo
llegó al familiar del establo y anunció su regreso con un fuerte y triunfador
relincho.
Meir despertó sobresaltado, se vistió rápidamente
y corrió a los establos. Algunos de los sirvientes estaban allí.
“¿Dónde está Alfonso? ¡Tráiganlo acá!” ordenó el
patrón, mientras examinaba las lastimaduras y marcas de látigo sobre la piel
del animal.
“No sorprende que el maltratado caballo arrojara
a su jinete”, dijo serenamente. Meir sabía que sólo Alfonso podría haber tomado
el caballo en medio de la noche y, obviamente, tenía mucha prisa por llegar a
algún sitio. Pero, ¿a dónde corría y con qué propósito?
De repente, todo le pareció claro, incluyendo el
misterio de la ventana abierta en la cocina.
Meír no se sorprendió cuando los sirvientes
regresaron diciendo que Alfonso no estaba por ninguna parte.
Llamó a dos asistentes del establo y les pidió
que salieran sobre otros caballos en busca de Alfonso.
“Puede estar muy lastimado. Cuán necio de su
parte tomar mi caballo favorito y correr con él alocadamente en la noche”,
agregó el dueño tristemente.
“Se lo merece”, comentaron algunos de los
sirvientes sin ocultar su desprecio. Aparentemente Alfonso no era muy popular
entre estos.
Meir regresó a la casa para esperar el retorno
de la partida de búsqueda.
“Di-s querido”, rezó en su corazón, “haz que lo
encuentren muerto, con su boca cerrada para siempre, y sus perversos planes
muertos juntos con él”.
Meir temblaba con sólo pensar que podría suceder
si Alfonso era encontrado todavía con vida y capaz de contar a sus salvadores
qué planeaba hacer esa noche...
Pasaron varias horas hasta que los hombres
enviados a buscarlo volvieron con el cadáver de Alfonso. Sí, era el cuerpo de
Alfonso, aunque era imposible reconocerlo.
¿Respiraba? ¿Pudo decirles algo? Preguntó Meir a
los sirvientes que trajeron el cuerpo.
“Nada señor. Estaba muerto como una estatua. Es
imposible saber si murió con la caída, o su el furioso caballo terminó con él
pisoteándolo”.
Meir se cuidó bien de ocultar cuán aliviado
estaba al oír la maravillosa noticia.
A la noche siguiente, cuando la familia se sentó
ante la hermosamente tendida mesa para el segundo Séder, todos estaban
naturalmente más relajados que en la noche anterior, habiéndose librado de la
tensión e inquietud que comúnmente acompañaba al primer Séder.
Pero Meir, era comprensible, se mostraba
especialmente alegre aunque, hasta ahora, no había contado a su esposa o a los
niños cómo todos se habían salvado por milagro de un seguro desastre la noche
anterior, cuando celebraban el Séder.
El momento apropiado para revelar la maravillosa
noticia llegó cuando recitaron el pasaje en la Hagadá que dice: “En cada
generación nuestros enemigos se alzan sobre nosotros para destruirnos, pero el
Santo, Bendito Sea, nos salva de sus manos”.
En ese momento Meir comenzó a entonar una
melodía y a repetir el estribillo del Cántico del Mar que Moshé y los hijos de
Israel entonaron luego del milagroso cruce del Iam Suf:
“El caballo y su jinete El lanzó al mar”...
Meir sonrió cuando vio las confundidas miradas
sobre los rostros de su familia. Entonces les contó los detalles de los sucesos
de la noche anterior, y cómo Di-s los había salvado de un terrible destino casi
a último momento.
“¿Recuerdan el estribillo del Cántico del Mar?
¡El caballo y su jinete El lanzó al mar! Verán”, explicó, “toda la caballería
del Faraón, caballos y carros, estaban en tenaz persecución tras los judíos que
huían, a quienes Di-s había liberado una semana antes, en la noche de Pésaj. Y
justo cuando estaban casi por alcanzarlos, a punto de atrapar a su presa, Di-s
hizo que la pared de agua se derrumbara sobre ellos y barriera caballos y
jinetes hacia la muerte...
“El milagro que nos salvó anoche” continuó Meir,
“fue casi como el milagro en el Iam Suf”.
Entonces, seriamente, continuó:
“Esta noche agradecemos a Di-s con todo nuestro
corazón no solamente la maravillosa salvación de nuestros antepasados de sus
opresores egipcios, sino también nuestra propia salvación personal de la
Inquisición. Esta noche podemos sentir verdaderamente el significado de las
palabras de la Hagadá, que en la noche de Pésaj cada judío debe considerarse
como si él mismo hubiera sido salvado de Egipto. Llevemos este sincero
sentimiento de alegría y gratitud a Di-s en nuestro corazón cada día del año
hasta que Di-s nos envíe la completa y eterna redención a través del Mashiaj
Tzidkeinu”.
www.mesilot.org yeshiva@mesilot.org