Torá desde Jerusalem
Parashá Bamidbar - En el desierto
Libro Bamidbar / Números (1:1 a 4:20)

“Haced el censo de toda la Congregación...” (Bamidbar 1:2)

Una vez más nos comenta la Parashá sobre la obligación del censo, no solamente del pueblo de Israel sino de cada tribu, así como de cada jefe de familia.

El orden, la pertenencia familiar son valores intrínsecos de la Torá.  Nos dijo Rashi: siempre que el pueblo se demostró disconforme e idólatra, encontramos desorden dentro del mismo.  Cuarenta años andarán por el desierto, todos ordenados bajo la bandera de su tribu y dentro de la tribu bajo la pertenencia familiar con responsables, guardias y jueces para cada diez, cincuenta, cien y mil miembros.

¡Qué orden!, el que nos expresa la Torá.  Cada diez mayores tenían un juez y él mismo subyugado al de cincuenta, y así al de cien hasta llegar al de mil y de ahí a la Gran Asamblea de ancianos.  Quién se puede imaginar algo así hoy en día, en una ciudad donde la población que el pueblo de Israel tenía en el desierto era de dos millones de miembros.

Gran parte de nuestra realidad cotidiana donde cada vez nos encontramos con más realidades marginadas: drogas, robos, asesinatos, bajos fondos, no ocurrirían si el mundo aceptara la realidad de la Torá.  La democracia como el menor de los males se demuestra impotente frente a las grandes fuerzas de intereses que gobiernan la sociedad.  La libre economía que tiene casi todo permitido con tal de vender, que no perdona valores ni permite limitaciones, ha llevado a una realidad de contradicciones insoportables: nos incentiva al consumo de cosas y efectos negativos como el cigarrillo y otros placeres, pero nos lo prohíbe en ciertos lugares, ciertas edades..., nos coloca en una lucha continua entre el intelecto y el deseo.

El gobierno de las masas elegibles cada cierto número de años ha hecho irresponsables a quienes nos tienen que dirigir y nos han llevado a la realidad en la que nos encontramos.  Donde no existe sino intereses y gobierno, y donde ideales y valores suenan anticuados, donde el pueblo se siente impotente y apático y apenas ejerce su única obligación: la de elegir a quien lo represente.

La Torá nos enseñó un sistema piramidal donde el ejemplo personal es la piedra de base donde la sabiduría y el conocimiento son los peldaños, donde la experiencia y la edad son la garantía.  De juez de diez llegará al de cincuenta, y éste al de cien y de ahí llegará al de mil y entonces, después de esa larga experiencia de responsabilidad, ejemplo y entrega por el público con la conciencia de la importancia de sus hechos y de su trascendencia, podremos encontrarnos con dirigentes como Moshé Rabenu o el profeta Samuel o el Rey David o Rabí Yehuda Hanasí, etc.  Una casi interminable lista de grandes hombres inteligentes y responsables concientes de su obligación que no solamente dirigieron a su pueblo sino que a la cabeza del mismo los guiaron pudiendo decir, en los últimos días de sus vidas: ¿Acaso os pedí un animal para transportarme?

Cercanos a Shavuot, nuestra Parashá Bamidbar nos recuerda la importancia de la identidad, la pertenencia a la tribu y en general a nuestro pueblo; el mensaje de responsabilidad para con nuestra obligación: “Y seréis un pueblo de sacerdotes”.  “Cohanim en su obligación.  Levitas en sus puestos e Israel en sus lugares”, todo ordenado.  Ni el Cohén puede denegar de su lugar, ni el Leví puede ocupar su puesto.

¡Orden, orden y más orden!.

¡No hay libertad sino para el que se dedica al estudio, al conocimiento!.

La expresión “freedom” tan escuchada por los jóvenes, en especial, y generalmente mal entendida por los mismos no nos permite ser esclavos de las pasiones, sino la libertad verdadera es la de quien gobierna las mismas y las controla.

¿Quién es el valiente?  “El que controla sus pasiones” dijeron nuestros Sabios en el Pirké Avot.

Shabat Shalom

Rab. Shlomó Wahnón


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