Torá desde Jerusalem
Parashá Bamidbar - En el desierto
Libro Bamidbar / Números (1:1 a 4:20)

“En el desierto del Sinai...” (Bamidbar 1:1)

La parashá Bamidbar, enseña que la Torá nos fue entregada en el desierto, un lugar sin valor donde el oro y el diamante pierden su importancia al lado del agua, donde solamente lo que verdaderamente tiene importancia, es apreciado. 

Así dijo Rabí Pinjás Ben Yair: “Esta es la norma de la Torá, pan con sal comerás, agua medida beberás, en el suelo dormirás y a la Torá te dedicarás, si así haces bendito seas y disfrutarás de ello”.

¡Qué preámbulo tan duro el de la Torá!.  ¿Así quiere atraernos al estudio de la Torá?.  No hubiera sido más atractivo de convencernos de los beneficios de quien se dedica a estudiar y cumplir, que advertirnos sobre cuál es el camino necesario para llegar a ella.

La Torá no es un libro de consejos ni un manual de uso; es mucho más, ¡es la vida en sí misma!.  Así como la vida empieza con una gota mal oliente y termina en un lugar de hormigas y gusanos, no puede ser que su trayecto sea tan brillante como lo queremos imaginar, noches de luces y fuegos artificiales, música y bailes.

Mi gran maestro el Rab. Shalom Cohen Shefadron Z”L, comentaba que cuando en los años treinta llegó por primera vez el cine a Jerusalem, atraído por la gran publicidad que se le dio al evento, se acercó al patio donde se ofrecía la actuación, y al ver a todos que se esforzaban en ver a lo lejos y en la oscuridad, quiso encender una linterna para ver mejor, a lo que todos le gritaron que en el cine cuanto más luz menos se ve.  Entonces entendió el gran Rabino la esencia del modernismo, ¡cuanto más luz, menos se ve!.  La luz, la que me permite ver la verdad molesta a la falsedad de la imaginación.

El Monte de Sinai fue elegido para que en él sea entregada la Torá, por esa condición de sencillez, casi ni sobresalía de sobre la faz de la tierra y en el desierto, donde las fantasías pierden su valor.

Cuarenta años anduvo el Pueblo de Israel por el desierto; podemos imaginarnos con qué envidia miraba el rico al pobre, ese rico que salió de Egipto con muebles, bienes, joyas, oro, dinero…  Los muebles se hundían por su peso en la fina arena del desierto, bienes, joyas, oro... ¿Quién disfruta de ellos en un viaje de cuarenta años?  Dinero que podía servir para comprar, si nada tenía precio, excepto el maná que caía gratis todos los días.  Mientras que el pobre camina feliz sin cargas ni preocupaciones, asegurado que Quien le dio de comer hoy le dará de comer mañana.

Inversiones, cuentas de ahorro, seguros de vida, seguro de… cientos de estados de cuentas nos envuelven semanalmente para asegurarnos nuestra situación y no nos encontramos seguros.  La duda es parte de nuestra realidad pues queremos asegurar nuestras vidas en cosas pasajeras y ficticias.

Dijeron nuestros Sabios: “No hay alegría como el esclarecimiento de la duda”.  La duda es la fuente de la preocupación y de la falta de alegría.  La verdad y el conocimiento son la alegría en sí.  Por eso dijeron, ese es el camino de la Torá, pan con sal comerás.  No hay quien abandone esta vida con la mitad de sus deseos cumplidos, el niño sueña con sus zapatitos nuevos y el papá con su chalet.  El que tiene cien quiere doscientos y el que tiene doscientos quiere cuatrocientos, por lo que el pobre es más rico que el propio rico, ya que le falta menos que al último.

“Y hablo Hashem a Moshé en el desierto…”.  En el desierto es fácil escuchar la voz del Eterno, no hay sueños que me molesten, ahí puedo vivir la realidad.  Sencillez, suficiencia y conceptos claros son la fuente de la bendición.

Shabat Shalom

Rab. Shlomó Wahnón


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