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Torá desde Jerusalem



Parashá Itró - Jetró
Libro Shemot / Éxodo (18:1 a 20:23)

Enfoques sobre la Parashá


“Escuchó Itró, sacerdote de Midian, suegro de Moshé, todo lo que había hecho Di-s... cuando sacó Di-s a Israel de Egipto” (Éxodo 18:1)

¿Que escuchó Itró?  Nuestros Sabios nos enseñan que los dos factores decisivos que hicieron que Itró se convirtiera al Judaísmo fueron: la apertura del mar y el ataque de los Amalekitas al pueblo Judio.  Comportamiento civilizado superficial, desprovisto de fe activa, puede caer a las profundidades de la bestialidad y el salvajismo; mucho más bajo que el más cruel de los animales predadores.

Uno puede entender por qué la apertura del mar pudo haber sido un incentivo poderoso para unirse al pueblo Judío, pero ¿por qué fue el ataque de Amalek tan persuasivo?  

Después de la Segunda Guerra Mundial, hubo muchas celebridades londinenses "religiosamente" ateas, que, cuando escucharon la escalofriante y arrolladora crueldad de Hitler y sus cómplices (ISHV"Z), comenzaron a creer en Di-s.  Ellos entendieron que un comportamiento civilizado superficial, desprovisto de fe activa, puede caer a las profundidades de la bestialidad y el salvajismo; mucho más bajo que el más cruel de los animales predadores.

Nuestros Sabios nos enseñan que esto es lo que escucho Itró.  Escuchó que Amalek, aún después de haber escuchado sobre el milagro de la apertura del mar, pudo, sin dudarlo, salir a pelear contra el Pueblo de Israel.  Cuando Itró escuchó que semejante cosa era posible, se dio cuenta que si no se convertía, él mismo corría el riesgo de convertirse en la cosa que más aborrecía.  

El escuchar que no lleva a reaccionar juegos de mentes intelectuales, que no están contenidos en una expresión práctica de fe, pueden desembocar en atrocidades inexplicables.

(Adaptado de Lev Eliahu en Jojmat Hamatzpun) 



“Recuerda el día de Shabat para santificarlo...  Porque en seis días Di-s hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y en el  séptimo día descansó” (Éxodo 20:8-11)

Hubo una vez un príncipe que fue capturado por los enemigos de su padre.  Después de un largo tiempo, el rey pudo pasar un mensaje secreto al príncipe, que lo alentaba a no darse por vencido y a mantener su conducta real, aún en medio de mal vivientes con los cuales estaba forzado a vivir, ya que pronto iba a obtener su libertad, a través de la guerra o por medio pacíficos.

El príncipe estaba más que feliz y deseaba celebrar, pero no podía revelar el secreto de su alegría.  Entonces, invitó a sus compañeros a la posada local, y ordenó bebidas para todos.  Ellos celebraban por el vino y por el licor, mientras que el príncipe celebraba por la carta de su padre.

Similarmente en Shabat, nuestros cuerpos disfrutan con la buena comida y bebida, pero nuestras almas celebran la oportunidad de estar más cerca de nuestro Creador.

(Toldot Yaacob Yosef) 



“Recuerda el día de Shabat para santificarlo” (Éxodo 20:8)

"¡¡Qué terrible día el Shabat!!  ¡No se puede conducir!  ¡No se puede escribir, ni siquiera se puede prender una luz!  ¡No se puede hacer esto, no se puede hacer aquello, que día tan terrible!".  Esto es la tradicional reacción de aquellos que todavía no conocen el resplandor y la alegría del Shabat.

¿Qué diríamos a alguien que se queja sobre el juego de basketball?.  "Qué terrible juego, el basketball.  Uno no se puede quedar parado por más de 3 segundos.  No se puede correr sin picar la pelota, no se puede hacer esto, no se puede hacer aquello.  ¡Qué juego tan terrible!"

Son precisamente las reglas de basketball las que hacen que este sea basketball.  Si no hubieran reglas, alguien se apoderaría de la pelota y la sostendría hasta que todo el mundo se haya aburrido y se haya ido a tomar un te.  Entonces, agarraría una escalera, subiría y pondría la pelota dentro de la red.  ¡Grandioso!  ¡Pero eso no es basketball!

Así como las reglas de basketball definen el basketball, las reglas de Shabat definen el Shabat.

(Escuchado de Rabí Yehoshúa Hastman)



“Recuerda el día de Shabat para santificarlo” (Éxodo 20:8)

¿Ha estado alguna vez en el museo Smithsonian en Washington DC?  Tiene en exhibición una de las cápsulas del Apolo que fue a la luna y regresó.  No se puede creer lo pequeña que es.  Es como un tacho de basura muy grande.  Y apretados dentro de este espacio reducido hay millas de cable y sofisticadas computadoras y tres hombres que se recuestan por días sobre sillones esculpidos a la forma de su cuerpo, con montones de instrumentos a unas cuantas pulgadas frente a sus caras.  Nada puede ser más claustrofóbico. Y aún así, si les preguntara a uno de los astronautas cuáles son sus sentimientos mientras se acerca a la superficie de la luna, si el comer de un tubo o las primitivas condiciones sanitarias le están arruinando la diversión, no dudaría en responder que él está totalmente inconsciente de su limitación física, tan grande es el regocijo de viajar a través del espacio, de estar a punto de dar un paso sobre otro mundo...

La gente dice "Sabes, a mi me encanta el “jamin”.  Y me parece fantástico que la familia se reúna los  viernes a la noche, sin tener que competir con el televisor.  Pero... no poder conducir, eso no va con mi estilo, ¿y no poder darme una ducha?"

Ningún astronauta del Apolo se quejó de los cambios que sufrió su estilo de vida durante su viaje a la luna.

Cada semana, el Pueblo Judío tiene la oportunidad de experimentar un viaje que es aún más fantástico y alejado de este mundo que el de un astronauta.  Cuando cuidamos el Shabat de la manera que nos enseña la Torá, nos conectamos a un mundo espiritual que está por encima de las estrellas y más allá del tiempo.  Cuando una persona encuentra la belleza espiritual exquisita y lo vasto de la emoción de la experiencia de Shabat, toda limitación física se hace insignificante si tiene en cuenta lo real de su "encuentro cercano".

(Escuchado del Rab A.C. Feuer)



“Seis días harás todo tu trabajo; pero el séptimo día es Shabat para Hashem tu Di-s...” (Éxodo 20:9-10)

Cierta vez, iba un campesino pobre caminando fatigosamente por el camino.  A duras penas podía soportar el peso de la enorme carga que transportaba.  De pronto, se detuvo a su lado una carreta.  “Venga, suba!”, le gritó el chofer.  El campesino, haciendo un gran esfuerzo, subió a la parte trasera de la carreta, y entonces el chofer sacudió las riendas, y los caballos, obedientes, comenzaron a galopar.  Unas cuantas millas más adelante, el campesino le dijo al chofer:  "No sé cómo agradecerle.  Es muy amable de su parte...".  "No hay de qué", respondió el chofer, dirigiendo una sonrisa al campesino que iba sentado atrás.  Fue en ese momento que se dio cuenta de que el campesino se había sentado, pero no se había sacado la carga de la espalda.  El chofer exclamó: "Pero qué tonto, ¿por qué no se sacó la carga de la espalda?", a lo que el campesino, con toda su inocencia, respondió: "Es que usted fue tan amable en aceptar llevarme, que no quise molestarlo además con esta carga extra!"

Si Hashem es capaz de "cargarnos" durante toda la semana, y se asegura de que tengamos comida para comer, ropa para vestir, un auto que manejar, y hasta aire que respirar... por cierto que también puede cargar con la "carga extra" de sustentarnos en el Shabat, inclusive si no vamos a trabajar.

(Maguid de Dubno)



“Hashem le dijo a Moshé: He aquí que vengo hacia ti en una densa nube, para que el pueblo pueda oírme cuando te hablo” (Éxodo 19:9)

Impresión y concentración.  Dos formas de conocimiento.  En la impresión, la mente arma una imagen compuesta, y todos los sentidos se aúnan a fin de ilustrar y enriquecer la impresión.  El sentido visual junto al sentido auditivo, el olfato junto al tacto.  Una paleta plena de tonalidades, sugerencias y alusiones.

La concentración, es como una piedra arrojada a una laguna tranquila; se van formando círculos concéntricos de adentro hacia fuera, donde cada uno es una réplica perfecta del momento de su creación.  Se pronuncia una palabra.  Se transmite una onda de sonido.  Los círculos concéntricos emanan de manera uniforme, transportando hacia el futuro el instante del habla.

Hay veces en que la comunicación exige precisión más que impresión.  Es entonces que los sentidos pueden interferir los unos con los otros.  Cuando el poder del habla se utiliza para comunicar el significado de alguna cosa, el sentido auditivo pasa a ser el sentido esencial, y los demás sentidos no hacen más que causar distracción, restando claridad y precisión al mensaje de la palabra hablada.  La impresión interfiere con la concentración.  "He aquí que vengo hacia ti en una densa nube, para que el pueblo pueda oírme cuando te hablo".  Hashem le dijo a Moshé que le hablaría en medio de una nube, para que el pueblo pudiera oír, y para que no se viera abrumado por la experiencia, para que pudiera escuchar con claridad.  El sentido auditivo, sin la interferencia del sentido visual.  La concentración, sin la interferencia de la impresión.

(Basado en el Admor Rabí Janoj de Alexander)



“Moshé descendió de la montaña al pueblo” (Éxodo 19:14)

"¿A que hora aterrizamos?"

"Dentro de aproximadamente dos horas, Sr. Presidente".

"Bueno, voy a necesitar cerca de una hora para bañarme, refrescarme y cambiarme de ropa, antes de encontrarme con el Primer Ministro.  ¿Puedes llamar y arreglar una reunión para las doce?  A decir verdad, mejor que sea para las doce y media.  No pegué el ojo en todo el viaje; mejor que me duerma unos veinte minutos.  Ah... y también me vendría buen un desayuno liviano cuando me despierte, solamente un pancito y un café, y un poco de cereales.  Pero que sea café de verdad.  Dime algo... ¿de veras hace falta que la reunión sea ni bien llegamos?  ¿Por qué no la dejamos para la tarde?"

Moshé, el líder judío, fue "de la montaña al pueblo".  No se tomó un descanso.  Dejó a un lado por completo todas sus cuestiones personales, y fue derecho al trabajo.  De la montaña al pueblo.

(Basado en Rashi)



“Y todo el pueblo vio las voces” (Éxodo 20:15)

Un día invernal, llegó a la pequeña aldea polaca una figura frágil que llevaba una cajita de cuero negra.

Aún era muy temprano, y la pálida luz del sol apenas si coloreaba las fachadas grises de las casas.

El hombre se dirigió a la plaza central.  Se frotó las manos y les sopló aliento cálido.  Una nube de bruma salió del otro lado de sus palmas entrecerradas, elevándose en un zigzag, y atrapando los rayos del sol naciente, al tiempo que se desvanecía.

Él abrió la caja y conectó las tres partes cilíndricas del clarinete.

Empezó a tocar, al principio lento y persistentemente.  El sonido era tan maravilloso que muy pronto se dejaron ver caras bostezando en las ventanas.

Los niños apretaban las narices contra las ventanas.  El ritmo se aceleró.  El sonido era tan deleitable, tan dulce, que enseguida la gente salió a la calle y en forma espontánea se puso a bailar.

La música subía más y más.  La increíble dulzura del sonido doraba de deleite los rostros de los que bailaban.

En esta escena vino a parar un sordo.  Él estaba absolutamente convencido de que se habían vuelto todos locos: en este lugar, sin ninguna razón lógica, medio pueblo bailaba en la plaza a las seis de la mañana.

Pero si se hubiera puesto a pensar un poco, se habría dado cuenta de que la voz del clarinete y su bella música eran la razón de la improvisada danza.

Cuando se entregó la Torá en el Sinai, la gente “vio” las voces.  Experimentaron el fenómeno de sinestesia, la alteración de la percepción sensorial.  Ver el sonido.  Oír la imagen.

Cuando se entregó la Torá en el Sinai, Hashem irradió la luz de Su Presencia en todo el pueblo judío unido.  Ellos lo percibieron como ángeles que bailaban.

Al ver ángeles bailando, comprendieron que se debía a la sublime dulzura y belleza de la Torá Sagrada.  Y, por así decirlo, estiraron el cuello y pararon las orejas para oír tan fantástica melodía.

En comparación con los ángeles, ellos eran un poco "sordos" espiritualmente hablando, pues jamás habían percibido semejantes sonidos.  No obstante, quisieron probar y tener por lo menos un "vistazo" de aquel sonido.

Di-s les abrió los ojos, y todos vieron aquella alegría increíble, y si bien no podían percibir la música con claridad, lo que sí podían era sentir la inmensa felicidad.

Por eso se apresuraron a oír la voz de la propia Torá.

Tal vez lograran alcanzar ese nivel y comprender la exquisita luz que es la Torá...

(Basado en Deguel Majane Efraim)

Shabat Shalom.