Torá desde Jerusalem
Parashá Mishpatim - Leyes
Libro Shemot / Éxodo (21:1 a 24:18)

Enfoques sobre la Parashá

"...y estos son los estatutos...." (Éxodo 23:9)

Rashi explica que la razón por la cual la parashá comienza con "Y estos...", y no con "Estos...", es para conectar la parashá de esta semana con la pasada.  Así como las leyes de la relación entre el hombre y Di-s vienen  de Sinai, así también las leyes de justicia social vienen de Sinai.  El resto del mundo civilizado también legisla la justicia social, pero la diferencia entre sus decretos y el Judaísmo, es la pequeña palabra en el  comienzo de nuestra parashá.  En el Judaísmo, aun las leyes de justicia social son por mandato Divino del Sinai, mientras que en el resto del mundo, están basadas en civilización y pragmatismo.

Ninguna sociedad puede existir sin algún código de aceptable comportamiento, pero la diferencia entre la Torá y cualquier otro sistema  de leyes es enorme y fundamental.  Ninguna ley hecha por el hombre puede abarcar y entender el funcionamiento de los deseos del Yetzer Hará.  

En tiempos de pruebas, estas leyes se "pierden en el camino".  Ríos de sangre se han desparramado en asesinatos y guerras en todas las áreas, incluyendo la nuestra, siendo que el hecho de "No matarás" es una norma universalmente aceptada.  De todas maneras, para el judío, el imperativo esencial en las leyes de conducta social, no es moral, pragmático o  cultural, sino que es la Voluntad de Di-s, no siendo menos que Tefilín o Kashrut.  Esto es lo que da a los códigos de justicia social de la Torá, poder y durabilidad miles de años después de su institución.

(Adaptado del Rab Shlomó Yosef Zefin)



"No oprimas a un extraño (converso)... porque fueron extraños en Egipto" (Éxodo- 23:9)

No hay que explicar estas palabras de acuerdo a su simple significado: la razón por la cual no debemos oprimir al extraño es porque nosotros mismos conocemos el sabor de la opresión y la aflicción; sino que debemos saber que la obligación del hombre es sentir cada simjá y desgracia que ocurre con el prójimo como si ocurriría con el mismo.  La Torá nos enseña a "Amar a tu prójimo como a ti mismo", literalmente como a ti mismo.  No es suficiente solo conectarse uno mismo con aquellos que están alrededor de uno, sino que una persona debe verse a sí mismo y a sus prójimos sin ninguna separación en absoluto: él y ellos están exactamente en el mismo  lugar.

(El Alter de Slabodka)



"...Y todo lo que el pueblo dijo `Todo lo que Di-s ha hablado haremos y escucharemos'" (Éxodo 24:7).

"En el momento que el Pueblo Judío contestó `haremos y escucharemos', 600.000 ángeles descendieron y coronaron a cada Judío con dos coronas, una por `haremos' y otra por `escucharemos'" (Talmud Shabat 88a)

Mediante la aceptación de la Torá sin haberla visto, uno puede entender por qué el Pueblo Judío merecía una corona preciosa por su compromiso incondicional a someterse totalmente a la voluntad de Di-s con perfecta fe.  Pero, ¿cuál fue el significado de la corona para `escucharemos'?  ¿No fue esto una secuela inevitable del compromiso hecho?  Obviamente en función de hacer, ellos tenían que saber cuál era la demanda.  ¿Cuál es el verdadero significado de esta segunda corona, y qué nos enseña?  El hombre es alguien que camina, siendo lo opuesto a los ángeles que están siempre parados.  El  hombre, por su propia naturaleza, debe constantemente buscar perfeccionarse a si mismo.  Cuando no asciende, esta necesariamente descendiendo.  Uno crece o se estanca, no hay punto medio.  La vida es como una escalera  mecánica que baja.  Si uno se queda parado, baja.  Si uno camina, se queda  en el mismo lugar.  Solo si uno hace el esfuerzo adicional de correr,  ascenderá.  Este es el significado de la segunda corona, el Pueblo Judío aceptó sobre él para todos los tiempos, para estar siempre listo a  escuchar.  Para estar constantemente abierto a aprender más en función de elevarse a sí mismo, escalón a escalón, hacia el cumplimiento del potencial más alto de Torá que cada uno de nosotros posee.

(Adaptado de Rabi Zev Leff)



"Si encuentras el buey de tu enemigo o a su asno que se ha extraviado, se los devolverás..." (Éxodo 23:4)

Vivimos en una era en que resulta muy difícil hallar alguien verdaderamente ateo.  Habia una vez un joven judío proveniente de un shtetl (pueblo), que había tomado la decisión de ser un apikorus (ateo).  Viajó a la ciudad de Odessa con la esperanza de encontrarse con Yosel el apikorus, ateo de gran renombre.  Al arribar a la gran ciudad, pidió que lo condujeran a la casa de Yosel el apikorus, y pronto se encontró a sí mismo parado frente a la puerta de aquel hombre famoso.  A través de la puerta alcanzó a oír la tan familiar melodía del estudio de la Guemará.  Golpeó a la puerta, y de repente cesó la melodía.  "¡Entre, nomás!" , oyó que llamaban.  Con gran cautela abrió la puerta, y allí, sentado frente a él, halló a un anciano judío de larga barba blanca y peiot.  "Disculpe que lo moleste, pero busco a Yosel el apikorus".  El anciano judío hizo una pausa, lo miró, y le dijo: "Pues lo ha encontrado.  Yo soy Yosel el apikorus".  "Pero... ¿y la barba, los peiot, la Guemará?".  Yosel le respondió: "Yo soy Yosel el apikorus, no Yosel el ignorante".

Hoy en día es muy difícil encontrar un auténtico ateo con credenciales de identificación.  Son una especie en extinción, puesto que la mayoría de la gente en realidad no sabe que es aquello en lo que no cree.  Nuestras dudas no se basan en el conocimiento; somos como extranjeros en una tierra extraña, iletrados en nuestro propio legado.  Mohamed nos llamó "el pueblo del Libro".  El problema es que la mayoría de nosotros ya no sabe leer el Libro, y mucho menos entenderlo.  Somos como ovejas que se alejaron tanto de su casa, que hasta se olvidaron de que la casa sigue existiendo.

"Si encuentras al buey de tu enemigo o a su asno que se ha extraviado, se los devolverás".  Si la Torá demuestra tanto interés por el bienestar de la propiedad de una persona, ordenándonos que hagamos todo lo posible por devolverle su propiedad, aunque tengamos que hacerlo cien veces, ciertamente que mucho más debemos interesarnos por devolver a una persona a sí misma, tratando de alcanzar a nuestros hermanos y hermanas que han perdido su identidad de judíos, mostrándoles la belleza y la profundidad de la Torá.

En nuestros días, en que tantos judíos van como ovejas perdidas en un desierto espiritual, en que no tenemos idea de cómo regresar a nuestra casa, y hasta ya nos olvidamos de que alguna vez hubo una casa, es una mitzvá extraordinaria ser el pastor que guíe a los perdidos por el sendero que ha de conducirlos de regreso a la luz de la conciencia judía.

(Basado en el Jafetz Jaim y, Rabí Nota Schiller)



"Si alguien robara un buey o un cordero o cabra, y lo sacrificare o vendiere, pagará cinco vacunos por el buey y cuatro por el cordero" (Éxodo 21:37)

El ser humano es una criatura de enorme sensibilidad, que se ofende y avergüenza con gran facilidad. Inconscientemente, se puede causar a sí mismo heridas emocionales muy profundas.  Pero también, por la ironía de la vida, precisamente aquello que él piensa que es la cura para sus males, puede ser el veneno emocional que le está haciendo daño...

En la parashá de esta semana aparece una Halajá que, a primera vista, resulta muy sorprendente: la persona que roba un buey debe pagar con cinco bueyes, pero el que roba una oveja solo debe pagar con cuatro ovejas.

Nuestros Sabios nos enseñan que la Torá se interesa hasta por la dignidad del ladrón: la persona que roba una oveja debe cargarla sobre sus espaldas, lo cual dista de ser algo digno, y por eso, si lo detienen, debe pagar solamente cuatro ovejas, mientras que quien roba un buey simplemente lleva al animal de una soga, lo cual no es avergonzante, y por eso su penalidad es mayor.  Por lo tanto, se deduce que su humillación no es algo abstracto, sino que es algo tan importante que se lo puede contar en términos de dinero.  Es un poco raro, porque si de veras el ladrón siente tanta vergüenza, ¿por qué habría de robar?  Por otra parte, si nos acercáramos al ladrón en la escena del crimen, y le comentáramos nuestra opinión de que debe estar sintiendo un gran bochorno, seguramente respondería: "Pero ¿qué dice?  ¡Me estoy por escapar con esta oveja, que vale un montón de dinero!".

Aun así, la Torá, que percibe hasta los niveles más profundos de la psiquis del individuo, nos dice que el ladrón en realidad esta sufriendo una humillación tremenda, equivalente al pago de dinero. Si no fuera así, ¿por qué la reducción del castigo?  La verdad es que, al momento del robo, el ladrón si siente una humillación tremenda. Siente su inferioridad. Experimenta un trauma emocional enorme, y aun así no tiene idea de por que se siente así. Por eso sigue robando y se causa más y más angustia emocional, pensando que con otro "trabajito" saldrá de este pozo emocional.  Y así el círculo vicioso se repite una y otra vez, hundiéndolo cada vez más.  Únicamente quien cumple con la Torá puede ser realmente feliz en este mundo, pues sabe que el Creador conoce la verdadera naturaleza de Sus creaciones, y solo Él sabe que lo hace feliz, y que lo pone triste.  Únicamente Hashem sabe de qué actos debe alejarse el individuo, y qué actos debe llevar a cabo a fin de vivir una vida feliz, plena y llena de logros.

(Adaptado del Jidushei Halev)



"La aparición de la gloria de Hashem fue como un fuego que consume..." (Éxodo 24:17)

¿Cómo puedo saber si Hashem esta contento conmigo?  ¿Cómo sé si lo que hago en mi servicio del Creador es tal como Él quiere que sea?  A partir de este versículo podemos discernir un poderoso indicador del modo en que Hashem percibe nuestro servicio.  Para comprobar si la "aparición de la gloria de Hashem" esta presente en nuestro servicio del Creador, debemos saber que el deseo de servir a Hashem "como un fuego que consume", con un poderoso entusiasmo y un profundo amor hacia Él, es señal de que Hashem acepta nuestro servicio, pues dichos sentimientos fueron implantados en nuestros corazones desde el Cielo y por lo tanto, son señal inequívoca de que nuestro servicio es aceptado de un modo favorable.

(Kedushat ha Levi)



"Subieron Moshe, Aharón, Nadav y Avihu y setenta de los ancianos de Israel.  Ellos vieron al Di-s de Israel, y bajo Sus pies habia la semejanza de un ladrillo de zafiro, y su pureza era como la esencia de los Cielos" (Éxodo 24:9,10)

Querido diario:

Ayer me pasó algo muy raro.

Ayer era Simjat Torá (la fiesta en que nos regocijamos junto con la Torá).

Tal como se dieron las cosas, termine celebrando la fiesta en Tikvat Sión, una ciudad israelí típicamente corriente...

Las descascaradas fachadas grises atestiguan que esta ciudad no ha de convertirse en otra pequeña New York, o en otra Tel Aviv.

Sea como fuere, ayer me dirigí hacia la sinagoga municipal de la ciudad para celebrar Simjat Torá. La verdad es que no habia mucha gente. No es una ciudad religiosa. A decir verdad, la mayoría de los que allí habia rondaban cerca de los setenta y ochenta años. Y la mayoría habia venido a Israel después de la guerra. La mayor parte habia estado en los campos de concentración.

El motivo por el cual escribo todo esto es porque allí ocurrió algo muy pero muy raro.

Todos estaban bailando con los Sifré Torá (Rollos de la Torá), como en cualquier Simjat Torá, cantando y bailando y haciendo mucho ruido.  Brindando "lejaim"...  Y de pronto, cesó el cantar y el bailar.  Todos se quedaron mudos.  La sinagoga en silencio.

Uno de los viejitos fue detrás del Arca sagrada.  Y sacó una tabla de madera de cerca de un metro y medio de largo y la puso en el suelo en medio de la sinagoga.

Lentamente, como si hubieran sido convocados a cierto rito atávico, todos los ancianos miembros de la sinagoga les entregaron sus rollos de Torá a los jóvenes, y silenciosamente comenzaron a dar vueltas alrededor de la tabla que habia en el suelo.  Una vuelta y otra vuelta más.  Silencio absoluto.

Todo finalizó en cuestión de minutos. De la misma forma mecánica en que habia comenzado, así terminó.  La sinagoga retornó a la típica escena de Simjat Torá, como si no hubiera pasado nada.  Los niños en los hombros de los padres, agitando banderas, cantando y bailando...

Cuando el hombre que había sacado la tabla volvió a salir de detrás del Arca Sagrada, tras devolverla a su sitio, le pregunté que era lo que acababa de presenciar.  Y esto fue lo que me dijo:

"En la guerra, estuvimos todos juntos en el mismo campo de concentración.  Por milagro, alguien logro entrar de contrabando un Séfer Torá. Era justo antes de Simjat Torá.  Teníamos muchísimo miedo de que lo encontraran los Nazis, imaj shemam.  Por eso levantamos el suelo de madera y lo escondimos debajo de las tablas del piso.  Cuando llegó Simjat Torá, los Nazis estaban por todas partes; deben haber sabido que estaba por pasar algo.  No podíamos de ninguna forma arriesgarnos a sacar la Torá de su escondite, y, además, teníamos miedo de que el guardia nos oyera si hacíamos mucho ruido. Así que simplemente nos pusimos a dar vueltas y más vueltas alrededor del sitio donde estaba oculta la Torá. Una vez entraron. Y nosotros hicimos como si estuviéramos yendo a las literas o a la puerta, hasta que se fueron, y entonces seguimos dando vueltas.

Por eso, ahora, cada año, conmemoramos aquel Simjat Torá del campo de concentración tal como acaba de ver.

Al final de la parashá de esta semana, la Torá describe un ladrillo de zafiro.  En la época en que el pueblo judío fue esclavo, ese ladrillo se encontraba delante de Hashem.

Ese ladrillo era un recordatorio del sufrimiento que pasaron cuando construyeron las ciudades tesoro de Egipto con ladrillos de mortero.

La "esencia de los cielos" se refiere a la luz y la alegría ante Hashem que hubo cuando fueron redimidos.

Cada vez que la Torá describe los rasgos de Hashem, es para que tratemos de imitarlos.

Inclusive cuando se reveló la "esencia de los Cielos”, inclusive en la luz y la alegría de la redención, "el ladrillo de zafiro" del sufrimiento seguía presente.

Al acordarnos de nuestro sufrimiento en el pico de nuestra alegría, percibimos una dimensión absolutamente nueva de la felicidad.  Y así podemos comprender a un nivel más profundo todo el bien que el Todopoderoso nos concede, y agradecerle con todo el corazón.

(Rashi, Rabí Ierujam Levovitz, Zale Newman, Moshe Averick)

Shabat Shalom.


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