Torá desde Jerusalem
Parashá Tzav - Ordena
Libro Vayikrá / Levítico (6:1 a 8:36)
"Ordénales a Aharón y a sus hijos, diciendo: 'Esta es la ley concerniente a la ola'" (Vayikrá 6:2)
Imagínate que vas caminando por un campo. Detrás de ti hay
unas cuantas vacas masticando pasto.
Delante de ti hay un cerco. En el
cerco hay una puerta angosta. Tú
vas en dirección a la puerta y sin
prestar demasiada atención, sales del campo. Estás a punto de darte vuelta para ir a cerrar
la puerta, cuando ves que una de las vacas te ha estado siguiendo se va arrimando a la puerta.
De pronto, un flash enceguecedor. La vaca se convulsiona en paroxismos. Miles de voltios atraviesan su cuerpo. Unos cuantos segundos, y todo ha acabado. La vaca esta quieta, muerta. No se oyen más que los pájaros cantando, completamente indiferentes a la escena.
¿Cómo te sentirías? ¿No es cierto que pensarías
“¡Di-s mío! ¡Podría haber sido yo! ¡Debería
haber sido yo!”? El Korbán era el
ejemplo más clásico de la denominada "realidad virtual".
Todo el propósito del korbán era que la persona que hubiese
cometido un pecado pudiera ver la muerte del animal. Que viera como su sangre
vital se derramaba en las esquinas del altar. Que viera sus miembros quemándose y pensara:
"Debería haber sido yo. Yo soy
el que debería estar quemándose".
Por la fuerza nos envían a este mundo, y por la fuerza
nos sacan de él. No somos dueños de
nuestras vidas.
Nuestras vidas están siempre en las Manos del
Hacedor. Cuando hacemos el mal, nos
privamos de nuestra razón de ser. Es
como si rompiéramos nuestro contrato con Di-s. Di-s tiene un convenio con cada uno de
nosotros: Él nos da la vida y la capacidad de sustentarnos. Lo único que Él pide es que usemos el mundo
del modo correcto. Al renegar el
convenio, nos estamos separando del
mundo.
Sin embargo, Hashem, en Su infinita bondad, nos deja un camino
de retorno. A través del proceso de teshuvá
podemos retornar a Él como si jamás hubiésemos pecado.
Todo el propósito del korbán es despertar en el corazón pensamientos de arrepentimiento por las malas
acciones cometidas: pensamientos de
retorno a Hashem. El korbán era la
realidad virtual por excelencia. Tu vida
está en peligro.
(Rambán)
"Se mantendrá ardiendo un fuego continuo sobre el; no será apagado" (Vayikrá 6:6)
La Torá prohíbe apagar el fuego del Altar. Por el
contrario: el fuego debe ser atendido constantemente, agregándole leña
tanto como haga falta, de modo tal que la llama se eleve en forma constante. Y si está prohibido apagar siquiera una sola
brasa del Altar físico (Zevajim 91), cuanto más
grande será la prohibición de apagar siquiera una sola brasa ardiente del Altar
espiritual, que es el corazón judío. El
ansia de santidad, la llama del corazón que siempre aspira a elevarse más y más,
hacia arriba, hacia su fuente, siempre deberá alimentarse y fortalecerse, a través
del razonamiento, la sabiduría y el discernimiento, con la iluminación de las mitzvot y la luz de la Torá.
(Orot ha Kodesh, Zevajim 91)
"Si lo ofreciere por una ofrenda de
gracias" (Vayikrá 7:12)
No hay nadie que pueda decir gracias por ti, excepto tú
mismo.
Una de las ofrendas mencionadas en la parashá de
esta semana es el korbán toda, el
sacrificio que traía el pueblo cuando quería agradecer a Hashem.
Los Sabios nos dicen que, en el futuro, cuando todos los otros
korbanot dejen de existir, el korbán toda seguirá ofreciéndose,
porque siempre existirá la necesidad de decir "gracias".
En la repetición de la Amidá,
el rezo que se dice de pie, únicamente el shalíaj
tzibur, quien lidera el servicio, repite las plegarias. La congregación responde, pero no repite las
bendiciones.
Con una sola excepción: la bendición de Modim, "Gracias".
Para todas las bendiciones de la Amidá
podemos enviar un Shalíaj, un mensajero. Cuando le rezamos a Hashem para que nos cure,
podemos enviar un mensajero; cuando le pedimos que nos dé nuestro sustento,
podemos enviar un mensajero.
Pero hay una sola cosa que ninguna otra persona puede decir
por nosotros: "Gracias". Gracias es algo que uno tiene que decir por
sí mismo.
(Midrash, Avudraham, Rabí Isajar Frand)
"Y elevará la ceniza" (Vayikrá 6:3)
A primera vista, hay algunas cosas en el judaísmo que
parecen muy raras. Recuerdo a alguien
que no era religioso al momento de descubrir la halajá que dice que hay que
atar el zapato izquierdo antes que el derecho. Esa persona me dijo: "La verdad es que me
cuesta creer que a Di-s Le importe qué zapato ato primero".
Yo le podría haber explicado que atamos primero los
cordones del zapato izquierdo en muestra de respeto a la tira de cuero del tefilín
que se pone en el brazo izquierdo. Sin
embargo, me di cuenta de que lo que le molestaba era algo mucho más básico.
Los que nacimos en el mundo occidental crecimos en un
mundo en el que la religión era una actividad de fin de semana. Para la mente occidental, si hay un Di-s, es
como un invitado de fin de semana. Cualquier
intrusión adicional en la vida es considerada extremadamente fastidiosa.
En 1898, Lord Melbourne señaló, tras oír un sermón evangélico:
"Las cosas han llegado a un estado tal en que se permite que la religión
invada la esfera de la vida privada".
Sin embargo, para el judío, el judaísmo no constituye un
pasatiempo. No es un aspecto más de la
vida. Para nosotros es la vida. El judío percibe cada actividad como una
oportunidad de acercarse a Di-s. Lo que
comemos. Lo que pensamos. Lo que decimos. Lo que hacemos. Lo que no hacemos. En este mundo, nada está privado del potencial
de espiritualidad. Nada es neutro. Si el propósito de la creación es que
reconozcamos a Di-s, entonces todo debió haber sido creado con ese fin. La alternativa sería que existen amplias áreas
de este mundo que no forman parte del propósito de Di-s, y que estaríamos
acusando al Amo del mundo de extremo descuido.
En el versículo citado, la palabra hebrea que significa
"ceniza" es “deshen”. “Deshen” puede
entenderse como un acrónimo de “davar shelo nejshav”, "algo sin importancia".
Cuando la Torá dice: "Y elevará la
ceniza", nos está diciendo que tomemos todo, incluso las cosas que nos
parecen insignificantes como cenizas, y las coloquemos junto al altar. Elevar los pequeños pensamientos de la vida, usándolos
para servir a Di-s. Porque en este mundo
no hay nada que no pueda utilizarse para servir a Di-s. Ni siquiera el más humilde cordón de zapatos.
(Admor Rabí Tzvi HaKohen MiRiminov en Iturei Tora)
"Separará las cenizas de lo que consumió el fuego...
y las colocará junto al altar" (Vayikrá 6:3)
Si hubieses pasado años enteros tomando clases de piano,
te sentirías muy desilusionado si una mañana te despertaras y no pudieras tocar
"Para Elisa". Si hubieses
ahorrado un millón de dólares y los hubieses depositado en el banco, te enojarías
mucho si al día siguiente el millón se hubiese esfumado...
Los logros físicos tienden a no desaparecer de un día
para otro. Sin embargo, en lo que
respecta a los logros espirituales, cada día se empieza desde cero. No se puede asumir que los triunfos
espirituales de ayer nos protejan de los desafíos de hoy. Cada día trae su propio Everest espiritual que
escalar.
Suena difícil, ¿no?
Es difícil.
Pero hay un consuelo. Aunque cada día enfrentemos nuevamente
nuestros desafíos espirituales, nos hemos transformado en un ser diferente. Y salimos a escalar esos picos espirituales,
no como éramos ayer a la mañana, sino como una persona nueva.
Esta idea la podemos percibir al comienzo de la parashá
de esta semana: cada día el Cohén quitaba las cenizas
de la ofrenda diaria y las colocaba en la base del altar. Milagrosamente, las cenizas eran tragadas por
el suelo alrededor de la base del altar. Por lo tanto, la ofrenda diaria era una
ofrenda diferente cada día, pero sus cenizas, la evidencia del servicio de
ayer, eran ahora parte integrante del altar sobre el cual se llevaba a cabo el
servicio.
(Rabí Shimshon Rafael Hirsch, Rabí Mordejai Perelman)
Shabat Shalom
www.mesilot.org yeshiva@mesilot.org