
El
Triunfo
La siguiente historia fue relatada por el Bluzhover Rebe,
Rabí Israel Spira z”l.
Cada mañana, los alemanes nos traían del Campo de
concentración a la fábrica donde trabajábamos hasta la noche. La comida que nos daban era
difícilmente comestible. Muchas
personas estaban desnutridas y no podían estar de pie. Pero los alemanes estaban interesados
en la producción, y desdichado era aquel que no podía soportar. Nuestras vidas eran irracionales y
absurdas. Todos se concentraban en
sobrevivir otro día. Por las
mañanas deseábamos que fuera la tarde anterior, y en las tardes nos afligíamos
por las mañanas.
Un día en el trabajo, una mujer que realizaba trabajo
forzado, pareció acercarse a mi. Caminó muy despacio y cuidadosamente para no llamar la atención de los
alemanes. Pude ver que era joven,
pero su condición física era terrible. La mujer miró alrededor.
Dejar de trabajar, incluso por un momento, era suficiente razón para ser
acribillado de balas. “¡Rebe!”
susurró en mi oído. La mujer estaba
claramente desesperada. “¿Tiene un
cuchillo?” Comprendí el
significado y entendí la gran responsabilidad que se me había confiado.
“Hija mía” le dije, “no te dañes”. Sé que la vida es más dura de llevar que la muerte, pero
está prohibido abandonar la esperanza. Cada momento debemos pedir a Di-s por un futuro mejor”.
La mujer me observó con una mirada
penetrante. “Un cuchillo, Rebe”
dijo. “Necesito un cuchillo y lo
necesito rápidamente, antes de que sea demasiado tarde”.
Pude ver que estaba decidida, pero traté de disuadirla. “Escúchame” dije más severamente, “No
se nos permite quitar la vida, incluso la propia”. Con cada palabra, la cara de la mujer parecía más
desesperada. “Di-s nos da vida, y
sólo Él puede tomarla”. “¡Un
cuchillo!”, insistió la mujer.
“¡Eso es todo lo que le pido - un cuchillo!”. Siguió repitiendo la palabra como si fuera una encantación
mágica.
En ese momento un soldado alemán nos advirtió. La mujer palideció, y yo temí por
nuestras vidas. “¿Qué estás
haciendo allí, maldita judía?” el nazi gritó. Como ella no contestó, él se volvió a mí. “¿Qué quería de usted?” gritó. Yo también permanecí en silencio.
La mujer habló. “Le pedí un cuchillo”.
Al alemán le pareció muy cómico. Ya había visto a muchas personas quitarse la vida en el
campo, pero los suicidios eran normalmente cometidos echándose contra el cerco
eléctrico. El hecho de que un
preso usara un cuchillo era una idea nueva, y por eso estalló en una enorme
carcajada. “¿Quieres un cuchillo?”
dijo maliciosamente, su cara roja de risa. “Ningún problema, yo te daré uno”.
Oré para que la dejara tranquila y se olvidara completamente
del tema, pero el placer que el criminal previó era demasiado grande como para
dejarlo pasar. El soldado se
alejó, y unos minutos después volvió con un cuchillo mediano.
Su hoja parecía muy afilada.
Mi cuerpo entero tembló cuando el
alemán le dio el cuchillo. Él la
miraba entretenido, como si esperara que la función fuera a empezar. “Gracias”, dijo la mujer, y se alejó.
Los dos la seguimos, aunque por razones diferentes. Con cada fibra de mi ser me sentía
aterrado por lo que estaba por venir, mientras que el alemán apenas podía
esperar. La mujer siguió caminando
hasta que llegó a una esquina oscura de la fábrica. La mujer se dobló y recogió un bulto pequeño cubierto con
trapos. En ese momento detuve la respiración. El alemán estaba
mirando cada uno de sus movimientos.
Dentro del bulto había un bebé diminuto. Después de atar un trapo alrededor de
sus piernas, ella tomó el cuchillo en su mano derecha y realizó el rito que
cada mohel lleva a cabo en un bebé judío. Cuando hubo terminado, envolvió al bebé como mejor pudo.
Abrazando al bebé contra su pecho,
clamó:
“¡Amo del Universo! Hace ocho días me diste un hijo, y hoy es el día de su Brit Milá.
Sé que ninguno de nosotros vivirá por
mucho tiempo en este maldito lugar. Pero por lo menos quiero que retorne a Ti, siempre que Tú lo decidieras,
como un judío circuncidado...”.
La mujer puso nuevamente al bebé en la esquina. Sus ojos estaban llenos de lágrimas,
pero parecía mucho más tranquila, mucho menos agitada. Había algo en su expresión que sugería
alegría, quizás incluso triunfo... “Aquí está su cuchillo. Se
lo agradezco”, dijo, devolviéndolo al alemán.El soldado lo tomó apresuradamente y se alejó.
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