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El sueño del rey
Por Rab. Jaim Bloch

Cuentos sobre Rabí Isaac Luria

En los tiempos del ARI, el rey de un país lejano había ordenado a los judíos entregar a su cámara del tesoro, una cuantiosa suma.  Estableció para ello un plazo de tres meses.  Y ésta era la orden del rey: "Si los judíos no entregan el dinero antes del día establecido, tendrán que abandonar el país bajo pena de muerte si no lo hacen".

Los mensajeros reales llevaron la orden a todas las tierras donde tuviera fuerza la palabra del rey, y en todas partes estaban decididos a echar a los judíos en caso de que no entregaran el dinero en el plazo fijado.  Pero la suma que exigía el rey era tan alta, que ninguna persona razonable creía posible que los judíos consiguieran reunirla.

En todos los lugares del país donde vivían judíos reinaba un gran dolor.  Se prescribieron ayunos y se dirigieron fervorosas oraciones al Todopoderoso.

Pero el Señor de los Ejércitos no permite que Su pueblo sea avergonzado, y antes de imponerle una gran aflicción y tribulación, prepara también la ayuda.

Los judíos de aquel país ya habían oído hablar, desde hacía mucho tiempo, sobre Rabí Isaac Luria, el formidable y santo cabalista de Eretz Israel, y les llegó la noticia de las cosas maravillosas que por la palabra de su boca ocurrían.  Por tal motivo, decidieron en consejo enviar emisarios a Safed, la ciudad donde el Rabí sacaba la palabra del Creador de la fuente de aguas vivas, con el fin de que éste implorase la misericordia del Cielo para con ellos.

Los emisarios tomaron consigo mucho dinero para que nada les faltara durante el larguísimo camino y emprendieron el viaje.

Llegaron a Safed un viernes.  Aunque aún no habían tomado alimento alguno y estaban muy cansados por el largo viaje, no tardaron en buscar la casa de Rabí Luria, pues la vida de miles de judíos estaba en juego.  Encontraron a algunos judíos, que iban de prisa justamente a casa del ARI y les preguntaron:

¿Dónde vive el Rabí?

Estos los condujeron allí.  Ya el ARI vestía las ropas blancas del Shabat, pues era su costumbre recibir el día santo con gozo y alegría, mucho antes de ponerse el sol y rodeado de sus piadosos discípulos.  Su semblante relucía como el sol; a los enviados les pareció como un ángel del Cielo y temieron acercársele.  Un gran temor los estremeció y quisieron retirarse, pero el ARI se dirigió a ellos:

¿Qué es lo que os ha impulsado a venir y qué solicitáis de mí?

¡Vida a nuestro señor, guía y maestro!, respondieron en voz baja.  Un tiempo de penurias ha venido sobre Israel y hemos corrido hacia ti, desde un país lejano, para que eleves tu voz y cambies la terrible desgracia.

Relataron minuciosamente todas las circunstancias y las lágrimas brotaron de sus ojos.  Rabí Isaac les respondió con voz dulce y suave:

¡Que el santo día del Shabat no sea tiempo de sufrimientos!  Quedaos conmigo, hermanos, durante el Shabat, y después que haya pasado veréis cuán cerca está la ayuda de Di-s.  ¡Mientras tanto, recibamos el Shabat con alegría!, les dirigió algunas palabras de consuelo y elevó sus ánimos.

Al atardecer del sábado, justo tras la Havdalá, el ARI indicó a sus discípulos que tomaran una cuerda resistente; entonces les dijo a ellos y a los emisarios:

¡Venid conmigo!

Caminaron un largo trecho.  Fuera de la ciudad, en campo abierto, dijo el ARI:

¡Deteneos!, señaló hacia una profunda fosa y dijo: Dejad caer la cuerda en la fosa hasta el fondo y sujetad el extremo con fuerza.

Los discípulos hicieron lo que el Maestro les había mandado.

Y ahora, dijo, ¡tirad con todas vuestras fuerzas!

Entonces tiraron de la cuerda con gran esfuerzo hasta que quedaron casi agotados, lo cual les sorprendió grandemente.  De pronto salió ante su vista un hermoso lecho.  En él yacía un hombre, en cuyo semblante los emisarios reconocieron a su rey.  Todos quedaron desconcertados.  El ARI, sin embargo, se acercó al hombre y lo despertó del sueño.  Éste miró espantado alrededor suyo.  El ARI se dirigió a él:

Habla: ¿eres tú el hombre que obliga a mis hermanos los judíos a dar algo que no pueden dar?

Yo soy, respondió.

Entonces Rabí Isaac le entregó un cántaro sin fondo y dijo:

Deberás vaciar ese pozo, ¡Oh, rey!, antes del amanecer.

Cuando el rey vio el balde sin fondo, gritó desesperado:

¡Ay de mí!  Y aunque viviera mil años, ¿podría vaciar el pozo?

¿Eso te aflige?, respondió en ARI, ¿y por qué eres tan desalmado con los infelices judíos y exiges de ellos un esfuerzo imposible?  Si revocas ahora de buen grado tu orden, de daré la libertad de nuevo; pero si no lo haces, ¡tendrás que sacar agua del pozo durante tanto tiempo que te morirás de cansancio!.

Revocaré la orden, dijo el rey apocado; perdóname sólo la vida.

Entonces, mandó el ARI: saca tu anillo del dedo y sella esta escritura.

En ella decía: "Hoy he recibido de los judíos la totalidad del dinero".

El rey se quitó el anillo y selló el escrito.  Entonces le dijo el ARI:

Estás libre.  Y ahora dime: ¿quieres volver a casa a través del agujero?  Sólo duraría un breve instante.  ¿O deseas regresar a tu país del modo natural, que demoraría dos meses?

Ciertamente, respondió el rey, quisiera volver a casa del mismo modo como he llegado aquí. 

Entonces el ARI mandó a sus discípulos asegurar la cama a la cuerda y les ordenó bajarla.  A los emisarios les dijo:

Regresad a vuestro país y anunciad a vuestros hermanos que la deuda impuesta está liquidada.

El rey despertó con el corazón agitado.  Se encontró en su dormitorio como siempre, y se dijo: "Ha sido espantoso, pero por suerte era sólo un sueño".

Cuando llegó el día señalado, el rey mandó a exigir a los judíos la entrega del dinero.  Entonces los delegados de los judíos aparecieron ante el rey y dijeron:

Aquí está el recibo.  Reconoce, rey y señor, tu firma y tu sello, y presentaron la escritura.

El rey reconoció su firma y del terror cayó en un desmayo del cual sólo se despertó después de media hora.

Tenéis razón, dijo entonces el rey, e hizo pregonar enseguida por todo el país:

"Quien haga daño a un judío morirá".

Entonces todos reconocieron el milagro que Di-s había hecho a Su pueblo y cómo los había liberado de las manos de su opresor.  El rey por su parte entregó muchos regalos a los judíos y los mandó al Rabí con respetuosos saludos.