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Nisán, mes de la libertad

En Egipto un joven, hebreo de nacimiento, salvado de la muerte por la hija del Faraón y esmeradamente educado por los preceptores de la corte, convoca a su pueblo a seguir al Di-s de sus antepasados, a salir de la esclavitud. De nada vale el poder del Faraón: su arrogancia, sus amenazas, sus trampas, sus engaños y dilaciones se estrellan contra la Palabra que le recuerda que no es más que un mortal como todos. Muchos de los egipcios se sienten atraídos por ese Di-s que no asume forma alguna, que les habla desde lo Oculto, que promete libertad sin exigir a cambio más que fe y honestidad, sin imponer más que una vida pura de cuerpo y de espíritu.

El pueblo está fatigado: hebreos y egipcios se sienten hartos de los tributos y las cargas, de los trabajos despiadados, del despotismo y el abuso. El joven que ha de servirles de guía teme. No confía en sí mismo, porque es humilde y de pocas palabras. La Voz que poco antes lo llamó a Su servicio desde la zarza en llamas le pide confiar e incorporar a su hermano a la misión, imposible para el hombre.

Las plagas se han sucedido, unas reproducidas por magos y adivinos que emplean el poder de los ídolos. Otras no, para mostrar la limitación de ese poder. El déspota, que se siente un dios, como todos los tiranos, no cede.

Entonces se produce el prodigio que hiela la sangre, que tuerce el rumbo de la historia: la Voz Divina convoca a Su pueblo a inmolar al cordero, símbolo de los falsos dioses, y a celebrar un inusitado banquete: después de untar la sangre de la víctima en las puertas, los hebreos comerán el cordero asado al fuego, con panes sin levadura, con hierbas amargas, en familia. Esa noche el ángel de la muerte visitará las casas de los idólatras y pasará de largo ante las de los Hijos de Abraham.

Al fin son liberados: el faraón se siente derrotado por ese Poder invisible que ha enlutado a Egipto y lleno de odio y de miedo, otorga la salida de los hebreos. Muchos egipcios los acompañan en la salida, rendidos ante el Eterno. El Mar se divide para dejarlos pasar. El tirano, recuperado ya del dolor y del espanto, envía a su ejército a perseguirlos, y las aguas se cierran sobre ellos. Los hebreos y los egipcios que han decidido compartir su suerte siguen su camino hacia la promesa, guiados de día por una columna de nube, que en la noche se vuelve de fuego. No les faltarán fuerzas, ni alimento, ni vestido. Y verán prodigios aun mayores. Serán protegidos, pero sus faltas serán castigadas. Los cubrirá la Misericordia, sin olvidar la Justicia.

Hoy, cuando el mes de Nisán se engalana anunciando la Libertad que sólo Di-s puede otorgar al hombre, muchos se dejan ganar por el escepticismo, por la falta de fe, por el desaliento o por las tentaciones de la sociedad de consumo. Los tiranos que aún rigen muchos países aún se atreven a enfrentarse a Di-s y a sus enviados en nombre de un inexistente bien común que redunda sólo en su propio provecho, o más perversamente aún, se autoerigen en voces proféticas, que pretenden --como las de los divinizados faraones o los endiosados emperadores romanos-- establecer nuevas leyes y vías de Redención.

Recordemos que Nisán es el mes de la libertad, de la única real, que el Di-s invisible, cuyo Nombre Verdadero no somos dignos de pronunciar, regala a quienes renuncian someterse a los tiranos y se refugian en Él. Recordémoslo nosotros, porque los déspotas de cada época, cegados por la soberbia, siempre serán incapaces de hacerlo. Y caerán, mientras que el pueblo de Di-s seguirá adelante, guiado de día por la columna de nube, y de noche por la columna de fuego. Y una sola de estas cosas, hubiera sido suficiente.