Torá desde Jerusalem “En el desierto del Sinai...” (Bamidbar 1:1) La parashá Bamidbar, enseña que la Torá nos fue entregada en el
desierto, un lugar sin valor donde el oro y el diamante pierden su importancia
al lado del agua, donde solamente lo que verdaderamente tiene importancia, es
apreciado. Así dijo Rabí Pinjás Ben Yair: “Esta es la norma de la Torá, pan con
sal comerás, agua medida beberás, en el suelo dormirás y a la Torá te
dedicarás, si así haces bendito seas y disfrutarás de ello”. ¡Qué preámbulo tan duro el de la Torá!. ¿Así quiere atraernos al estudio de la Torá?. No hubiera sido más atractivo de
convencernos de los beneficios de quien se dedica a estudiar y cumplir, que
advertirnos sobre cuál es el camino necesario para llegar a ella. La Torá no es un libro de consejos ni un manual de uso; es mucho más,
¡es la vida en sí misma!. Así como
la vida empieza con una gota mal oliente y termina en un lugar de hormigas y
gusanos, no puede ser que su trayecto sea tan brillante como lo queremos
imaginar, noches de luces y fuegos artificiales, música y bailes. Mi gran maestro el Rab. Shalom Cohen Shefadron Z”L, comentaba que
cuando en los años treinta llegó por primera vez el cine a Jerusalem, atraído
por la gran publicidad que se le dio al evento, se acercó al patio donde se
ofrecía la actuación, y al ver a todos que se esforzaban en ver a lo lejos y en
la oscuridad, quiso encender una linterna para ver mejor, a lo que todos le
gritaron que en el cine cuanto más luz menos se ve. Entonces entendió el gran Rabino la esencia del modernismo,
¡cuanto más luz, menos se ve!. La
luz, la que me permite ver la verdad molesta a la falsedad de la imaginación. El Monte de Sinai fue elegido para que en él sea entregada la Torá,
por esa condición de sencillez, casi ni sobresalía de sobre la faz de la tierra
y en el desierto, donde las fantasías pierden su valor. Cuarenta años anduvo el Pueblo de Israel por el desierto; podemos
imaginarnos con qué envidia miraba el rico al pobre, ese rico que salió de
Egipto con muebles, bienes, joyas, oro, dinero… Los muebles se hundían por su peso en la fina arena del
desierto, bienes, joyas, oro... ¿Quién disfruta de ellos en un viaje de
cuarenta años? Dinero que podía
servir para comprar, si nada tenía precio, excepto el maná que caía gratis
todos los días. Mientras que el
pobre camina feliz sin cargas ni preocupaciones, asegurado que Quien le dio de
comer hoy le dará de comer mañana. Inversiones, cuentas de ahorro, seguros de vida, seguro de… cientos de
estados de cuentas nos envuelven semanalmente para asegurarnos nuestra
situación y no nos encontramos seguros.
La duda es parte de nuestra realidad pues queremos asegurar nuestras
vidas en cosas pasajeras y ficticias. Dijeron nuestros Sabios: “No hay alegría como el esclarecimiento de la
duda”. La duda es la fuente de la
preocupación y de la falta de alegría.
La verdad y el conocimiento son la alegría en sí. Por eso dijeron, ese es el camino de la
Torá, pan con sal comerás. No hay
quien abandone esta vida con la mitad de sus deseos cumplidos, el niño sueña
con sus zapatitos nuevos y el papá con su chalet. El que tiene cien quiere doscientos y el que tiene
doscientos quiere cuatrocientos, por lo que el pobre es más rico que el propio
rico, ya que le falta menos que al último. “Y hablo Hashem a Moshé en el desierto…”. En el desierto es fácil escuchar la voz del Eterno, no hay
sueños que me molesten, ahí puedo vivir la realidad. Sencillez, suficiencia y conceptos claros son la fuente de
la bendición. Shabat Shalom
Rab. Shlomó Wahnón
www.mesilot.org yeshiva@mesilot.org
Parashá Bamidbar - En el desierto
Libro Bamidbar / Números (1:1 a 4:20)