Torá desde Jerusalem
Parashá Itró - Jetró
Libro Shemot / Éxodo (18:1 a 20:23)
“Y a
sus dos hijos...”
(Shemot 18:3)
Personificadas
en los dos autores de la misma, Itró quien sabe escuchar y reconocer las
bondades hechas por Hashem al Pueblo de Israel, y Moshé quien no solamente
escucha y reconoce sino que agradece como nos comenta la Torá: “Y a sus dos
hijos, uno de nombre Guershón (guer = extraño) pues peregrino fui en tierra
ajena, y el nombre del otro Eliézer (Eli - Ezer), pues el Todopoderoso me ayudó
y me liberó de la espada del Faraón”.
Moshé no quiso olvidar el agradecimiento a la tierra ajena donde creció
y vivió, aún cuando vio en ella mucha maldad y crueldad en contra de su pueblo,
causa por la cual tuvo que abandonarla cuando, intentando salvar a un pobre
judío de manos de su opresor, mató al egipcio y fue publicado ese hecho.
Moshé
conocía la obligación del agradecimiento, como está escrito en el Pirké Avot:
“Ruega por la paz del gobierno, pues si no fuese por el temor que le tenemos,
nos comeríamos vivos uno a otro.
La Mishná no acondicionó la obligación de rogar y desear el bien del
gobierno con el comportamiento del mismo.
Debemos ser agradecidos con quien nos hace el bien, aún por el hecho que
nos hizo el bien, sin relacionar lo que le rodea y las intenciones que lo
empujó a hacerlo.
La Torá
relató sobre los nombres de los hijos de Moshé justamente antes de la entrega
de la Torá y los Mandamientos, para así enseñarnos: Dérej Erez Kadmá la Torá,
el comportamiento correcto debe adelantarse a la Torá.
Al tercer
mes de salir de Egipto, el Pueblo de Israel llegó al desierto de Sinai. Dice el Talmud en el Tratado de Shabat,
ese día Rosh Jodesh Siván era el primer día de la semana y el Todopoderoso no
se dirigió al Pueblo, pues estaban cansados de su transitar. Qué mensaje nos enseñó la Torá, cuando
nos señaló considerar la situación del prójimo, antes que exigirle o esperar
algo de él, tal como le aconteció a Abraham quien tras excusarse con Abimélej
de que Sará era su hermana, y este último habiendo sido castigado desde los
cielos por tomar a Sará como esposa, le critica a Abraham: Y llamó Abimélej a
Abraham y le dijo: “Que hiciste, que pequé contra ti...”, a lo que Abraham le
respondió: “Pues no vi temor de Hashem...”, y sobre ello, explica Rashi: ¿Acaso
a un huésped que llega a la ciudad se le pregunta si esa es su mujer o su
hermana?, o se le pregunta si necesita de beber o de comer. Vio Abraham en la pregunta incorrecta
que no podía ser que hubiera temor de Hashem en ese lugar, por lo que su vida
corría peligro, pues donde no hay temor al Creador, los principios se amoldan a
las necesidades.
Por
desgracia la tierna y triste historia de nuestro Pueblo nos ha demostrado que
los temores de Abraham fueron más una advertencia para nosotros que su propia
realidad, ya que él con una sencilla petición al Todopoderoso hubiera evitado
la situación de necesidad que le obligó a llegar a Egipto, sino que todo ese
relato fue un trailer para nuestros días.
El último
Mandamiento nos obliga: “No codiciarás la casa de tu prójimo... ni nada que sea
de tu prójimo”. Dijeron nuestros
Sabios en la Mishná: Tres cosas sacan al hombre de este mundo: La codicia,
la envidia y el deseo. La
codicia y la envidia tienen su fuente en la falta de creencia en el
Todopoderoso y Su control, pues la persona debe saber, sin lugar a dudas, que
todo lo que le llega o deja de llegar es por el deseo de Hashem, que quiere
permitirle u obligarle en la situación en que se encuentra. Acaso ¿alguien puede sospechar de Su
voluntad cuando se encontró frente a la gigantesca ola del Tsunami o aquel
hindú que después de 21 días solitario en unas de las islas no sabía explicar
cómo el mar lo devolvió a la misma isla después de días de haber naufragado en
alta mar agarrado de una madera, encontrándose como el único náufrago de su
isla? ¿Cómo explicarlo?:
casualidad y más casualidad y después de muchas casualidades mucha suerte; ¿no
seria más correcto aceptar que fue mucha causalidad la que le llevó a salvarlo?
Es tan
estricta la prohibición de la codicia que nuestros Sabios nos indicaron que
hasta desear algo intensamente se considera codiciar, por lo que la persona
debe limitar su deseo aún sobre lo permitido y hasta lo que está en venta. Qué triste que nuestra “suciedad” o
sociedad se base en el deseo de adquisición y casi todo los caminos están
permitidos para alcanzarlos. Acaso
¿la publicidad no tiene como meta el incentivar la codicia y el deseo con todos
esos pobres trucos basados en las debilidades humanas, como la foto del
desierto delante del sediento? O
¿el pastel de miel delante del hambriento?
Para colmo
fue elevada la competencia al máximo nivel de la pureza cultural, cuando los
juegos olímpicos, símbolo del alcance de la humanidad, se basa en la injusta
comparación de un gigantesco baloncestista con un diminuto enano. Acaso ¿no habría que valorar y premiar
el sumo esfuerzo del enano, quien nunca consiguió acertar el balón en el cesto
frente al éxito del gigante quien solamente debe dejar caer el balón?, pero a
nadie le importa el esfuerzo pues nunca escucharon el dicho de nuestros Sabios:
“Le fum Zará Hagrá”, en el esfuerzo está el valor.
“Y todo el
pueblo veía los sonidos... y la voz del Shofar... No está escrito “y oía”, sino “y veía”; en otras generaciones
entendieron que ellos fueron parte en los milagros que realizó Hashem con el
pueblo en la entrega de la Torá.
Un físico de hoy en día diría, esos fueron los antecesores de los
medidores de voces y de los reproductores y los futuristas dirían que llegarán
los días en el que no solamente se oirán sino que se verán.
En verdad,
hay programas de computación que transforman los sonidos en escritos, pero
estamos aun más cerca de que no solamente leamos las voces sino también los
pensamientos, que no solamente tengamos que cuidarnos de nuestras lenguas sino
también de nuestros pensamientos.
¿Se imaginan caminar por la calle y tener que controlar el pensamiento?,
pues, las ondas electromagnéticas, a diferencias de las ondas visuales o
sonoras que son relativamente fácil de ocultar, esas ondas electromagnéticas
que nuestro cerebro crean al pensar son casi imposibles de ocultar.
Ya no
diremos “La vida y la muerte en manos de la lengua” sino “La vida y la muerte
en manos de nuestros pensamientos”.
El Homo Sapiens llegará a su máxima realidad. El Homo Puriens, no solamente cumplirá el dicho “Mente sana
in córpore sano”, sino que se cumplirá “Vida sana in mente sana”.
Acaso ¿no
se acercan los días mesiánicos donde solamente ellos pueden poner fin a la
anarquía y corrupción de todos los niveles en los que vivimos?.
Shabat Shalom
Rab. Shlomó Wahnón
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