Torá desde Jerusalem
Parashá Ki Tisá - Cuentes
Libro Shemot / Éxodo (30:11 a 34:35)
Reflexiones
sobre la Parashá
"Y el séptimo día, un Shabat de Shabatot" (Éxodo 31:15)
Existen
dos clases de descanso.
La
primera clase de descanso es el descanso del cansancio, la oportunidad de
recargar pilas, para poder luego sentir trabajando. Porque no hay persona que
pueda trabajar indefinidamente. Todo el mundo necesita un descanso.
La
segunda clase de descanso es la que llega con el final de un proyecto. El último toque a una pintura. La última oración
de una novela. El último ladrillo de una casa recién construida. Entonces, uno
da un paso atrás y contempla su obra. Siente la satisfacción de la obra
cumplida. Listo. Terminado. Llegó el momento de descansar y disfrutar de los
frutos de nuestra labor.
"Seis
días trabajarás y harás todo tu trabajo".
¿Cómo
se puede hacer todo el trabajo en seis días? ¿Uno puede construir una casa
entera en seis días?
La
Torá nos enseña que cuando llega el Shabat, aunque estemos a mitad de un
proyecto, tenemos que considerarlo como un trabajo completo.
En
otras palabras, en Shabat, debemos imaginarnos sintiendo el descanso y la satisfacción
que llega con la finalización de un trabajo bien hecho; no una mera interrupción.
En
cierto sentido, eso es lo que hizo Hashem cuando el mundo tenía seis días de
vida. El contempló la Creación y vio que estaba completa. Se había completado
el más grande proyecto de construcción que jamás se hizo: los Cielos y la
Tierra.
Nuestro
descanso en Shabat es en conmemoración de aquel descanso.
Esa
es la diferencia esencial que existe entre nuestro Shabat y el concepto secular
de "un día de descanso". La idea secular de un día de descanso es una
interrupción, para que uno pueda regresar a la semana revitalizado y
descansado. Es solamente una interrupción.
Por
el contrario, el Shabat no consiste únicamente de apretar el botón de
"pausa" de la vida. Es la creación de una sensación de que en nuestra
vida está todo completo. No queda nada
por hacer, salvo sentarse cómodamente a disfrutar de los frutos de nuestra
labor.
(Rabí
Shlomo Yosef Zevin)
"Hashem
le dijo a Moshé: lábrate dos tablas de piedra iguales a las primeras..." (Éxodo
34:1)
¿Qué
preferirías ser: el Arca Sagrada en el que se guarda la Torá, o la tinta con
que está escrita la Torá?
Después
de que el pueblo judío oyó los Diez Mandamientos en el Sinaí, Moshé subió a la montaña
a recibir el resto de la Torá de Hashem. Y bajó el 17 de Tamuz.
Las
dos tablas de piedra que Moshé trajo consigo contenían no solamente los Diez
Mandamientos, sino la Torá entera. Todo.
El Talmud, la Agadá, etc. En las primeras tablas estaba incluido todo lo
necesario para llevar a cabo las instrucciones del Hacedor. No solamente el precepto de colocarse los tefilín, sino tambien que eran
los tefilín y como debía hacérselos.
Todos
los detalles del Shabat. Todo lo que después se le transmitió a Moshé como Torá
Oral estaba escrito en esas primeras dos tablas.
Cuando
Moshé bajo de la montaña y vio que el pueblo había construido un becerro de
oro, las palabras que estaban escritas en las tablas volvieron volando al
cielo. Entonces las tablas se volvieron pesadisimas. Moshé
ya no pudo sostenerlas, y cayeron al piso, destrozándose. Las tablas se
volvieron pesadas porque las palabras que volaron eran las palabras de la Torá
Oral. Lo que quedó fue la Torá "pesada". Una Torá que incluía el
precepto de colocarse tefilín, pero sin ninguna
instrucción precisa respecto de que eran los tefilín ni cómo debía cumplirse la
Mitzvá. Una Torá "pesada" por tantas cosas que habian
quedado sin explicar.
Todos
los detalles se fueron volando alli de donde vinieron.
Di-s le perdonó al Pueblo Judío su
infidelidad con el becerro de oro. En Yom Kipur, Moshé trajo un segundo par de tablas. Esas tablas
eran, a la vez, menos y más que las tablas originales. Eran menos, en el
sentido de que las tablas originales eran obra del Propio Di-s, mientras que
las segundas fueron labradas por Moshé. Sin embargo, esas segundas tablas le
confirieron al Pueblo Judío un nuevo rango más elevado.
Toda
la Torá había estado contenida en las primeras tablas; asi,
el Pueblo Judio y la Torá habían sido dos entes por
separado. Israel fue la creacion encargada de cumplir y conservar la Torá. Eran como el arca en el que se guarda la Torá. Sin embargo, las segundas tablas no contenían
toda la Torá. En las segundas Tablas Hashem únicamente inscribió la Torá
escrita. Las detalladas instrucciones de la Torá Oral le fueron dadas a Moshé
como una tradición verbal que habría de transmitirse de maestro a discípulo, a
lo largo de la historia.
A
diferencia de la primera Torá, escrita solamente en las Tablas, ahora, parte de
la Torá iba a inscribirse en el corazón y la mente del pueblo judio. Al recibir la segundas tablas, el Pueblo Judío dejó de ser simplemente
el recipiente donde habría de contenerse la Torá. Pasamos a ser parte misma de la Torá. La tinta
de la eternidad, las Sagradas palabras de la Torá, el libro de instrucciones
del Hacedor, escritas en la mente del Pueblo Judío, pasaron de "rebe a talmid", en una
cadena inquebrantable de tradición.
(Beit ha Levi)
"(El
Shabat) es una señal eterna entre Yo y los Hijos de Israel" (Éxodo 31:17)
El
negocio de un zapatero. La puerta está trabada.
Todas
las persianas, bajas. No se ve ni una vislumbre de luz desde adentro. Uno pensaría
que el zapatero se mudó a otra ciudad. Únicamente el cartel encima de la
puerta: "Zapatero", nos da una pista de que el zapatero aun regentea
el negocio.
Lo
mismo con el judío: por más lejos que se distancie de la fe de sus padres; y
aunque todas las mitzvot que deberían iluminar su hogar sean como persianas
bajas... si por lo menos sigue cumpliendo con el Shabat, entonces es como un
cartel que indica que adentro sigue habiendo vida judía, de que la luz del judaísmo
no se apagó del todo.
Pero
cuando ni siquiera se deja ver ese cartel, el Shabat, entonces es como si el
zapatero se hubiera mudado para siempre.
(Jafetz Jaim)
"Lábrate
dos tablas de piedra" (Éxodo 34:1)
Había
una vez un viajero que quería visitar un país exótico y distante, en el extremo
opuesto del mapa.
Ese
país tenía fama de que a los turistas les resultaba prácticamente imposible
entrar a él. Por eso, cuando nuestro
viajero recibió su visa de turista, le causó gran asombro. Sin embargo, a pesar
de la sorpresa, estaba convencido de que sería detenido en la frontera y se le negaría
entrada al país.
Pero
él había decidido sí o sí viajar, por lo que contrató los servicios de un
"agente especial", un cierto Sr. Shaker,
que tenía contactos en las altas esferas del gobierno del aquel país. Shaker era capaz de abrir "puertas cerradas" como
por arte de magia. Pero, como es de esperar, todo esto tenía un precio.
Una
suma muy respetable que se depositó en una cuenta bancaria numerada. Y entonces
llegó el mensaje. Todo listo. Sería recibido en el aeropuerto por un
funcionario que lo haría pasar por la aduana y las distintas formalidades de inmigración.
No necesitaba llevar nada consigo; ni siquiera la visa. Lo reconocerían
inmediatamente y lo harían pasar sin problemas por el aeropuerto.
A
su arribo, nuestro viajero bajo del avión y se presentó ante el empleado de
inmigraciones.
"¡Visa,
por favor!", le pidió el oficial uniformado.
"¿Qué?",
preguntó el viajero.
"Dije:
Visa, por favor", repitió el oficial, algo fastidiado.
"Pero
¿cómo? ¿no me reconoce?".
"Si
me da la visa, tal vez pueda reconocerlo", dijo el oficial, sarcásticamente.
"Pero
el Sr. Shaker dijo..."
"Mire",
dijo el oficial, "no tengo idea de quién sea ese Sr. Shaker,
pero lo único que necesita para entrar al país es una visa válida; sin eso, no
lo puedo ayudar".
¿Por
qué las primeras Tablas del pacto fueron labradas por el propio Hashem,
mientras que las segundas fueron labradas por Moshé? El pecado del becerro de oro no fue
verdaderamente idolatría, sino el producto de una equivocación: ellos pensaban
que, como el propio Hashem había labrado las primeras Tablas, era imposible
comprender su profundidad sin la asistencia de un poder espiritual exaltado. Por esa razón, el pueblo formó la semejanza de
un buey, para adorarlo, porque el buey es una de las criaturas místicas que
rodean el trono celestial. Ellos
pensaban que, al adorar el becerro, los poderes místicos del buey los ayudarían
a trascender los límites del alcance humano y a acercarse a Hashem, comprendiendo
Su Torá.
Mientras
Moshé estaba aun junto a ellos, confiaban en que Moshé los acercaría a Hashem,
y no buscaron otros medios. Pero cuando pensaron que Moshé había muerto,
buscaron otras formas de elevarse.
A
decir verdad, cada judío cuenta con su propio pasaporte hacia la
espiritualidad. Ese pasaporte es la Torá. Ella contiene todas las visas que
hacen falta para ir más allá de este mundo. No se precisan agentes ni intermediarios
especiales. Con nuestra propia capacidad humana podemos alcanzar lo sublime. Fue por ese motivo que Hashem le ordenó a Moshé
que labrara las segundas tablas: para demostrar que las manos humanas tuvieron
que ver con su formación; que, a través de nuestro propio esfuerzo, podemos obtener
la ayuda de Hashem para comprender todas las palabras de la Sagrada Torá y para
alcanzar grandes alturas. Por eso, la Torá se llama Torat
Moshé, la Torá de Moshé. Es posible obtener entrada a sus regiones más esotéricas
y más remotas, presentando únicamente la "visa" del esfuerzo
humano.
(Rabí
Moshé Feinstein)
"Aharón
les dijo: quitad los aros que están en los oídos de vuestras mujeres, hijos e
hijas, y traédmelos" (Éxodo 32:2)
La
participación de Aharón en el incidente del becerro de oro es difícil de
comprender. No es posible que deliberadamente haya incitado al pueblo a que
hiciera un ídolo al que adorar. No. Su intención fue precisamente la opuesta. La voluntad del hombre está representada por
el corazón. Y el corazón se expresa a través del "bolsillo". Al
reunir oro de todos los judíos y hacer con él una sola unidad, Aharón trataba
de crear un símbolo tangible de la unidad de voluntad del pueblo judío. El oro
sería arrojado al fuego y el fuego quitaría las impurezas de la tendencia
latente hacia la idolatría.
Lo
que quedaría sería algo puro y unificado, un símbolo de la unidad del Pueblo Judío
y Hashem. Sin embargo, la "multitud
mezclada" que vino de Egipto junto con el Pueblo Judío, y cuyas
intenciones eran verdaderamente idolátricas, introdujeron en el oro poderes de
impureza espiritual. Los judíos se vieron arrastrados por esto, y lo que resultó
fue el becerro de oro.
(Rabí
Shmuel mi Sojachov)
"Y
Hashem le hablo a Moshé cara a cara" (Éxodo 33:11)
Hace
muchos años vi una película de dibujos animados cuyo nombre se me ha olvidado
con el tiempo. Tal vez haya sido Bambi o algún otro
hito de la civilización occidental. Sea como fuere, en esos dibujos animados un
querible cervatillo de Disney con dos ojos grandes como platos se acerca a un
silencioso y quieto lago en un bosque desierto y, por primera vez en su vida,
ve su propio reflejo. Sobresaltado al ver otra criatura en este quieto paisaje,
el cervatillo da un salto hacia atrás, alarmado. Sin embargo, le pica la
curiosidad, y cautelosamente se vuelve a acercar a la superficie espejada del
lago. Contempla su reflejo. Sonríe. Frunce el entrecejo. Su "doble"
imita fielmente cada uno de sus movimientos. Tras lo cual sigue un ballet
"animado" pleno de emociones: Sorpresa. Indignación. Amistad. Amor.
Por fin, el cervatillo mete una pata en el agua y la imagen desaparece, para su
tristeza.
Si
los ojos son la ventana del alma, el rostro debe ser el espejo del corazón. Es
sorprendente cómo la gente sabe exactamente lo que pensamos de ellos, aun
cuando estamos seguros de que es nuestro secreto. Pero aun más: al mirar a alguien, vemos en su
rostro no solamente lo que él piensa de nosotros, sino también lo que nosotros
pensamos de él. Así como el agua refleja las imágenes, el corazón del hombre
aparece reflejado en el rostro de su prójimo. En el grado en que sintamos amor por
nuestro prójimo, el también reciprocará ese mismo amor. Como se suele decir:
"La sonrisa que envías vuelve a ti".
Lo
mismo ocurre con los sentimientos opuestos. Al sentir antipatía por alguien,
veremos nuestros propios sentimientos negativos escritos en sus rasgos faciales
como en una cartelera.
Y
lo mismo ocurre también en nuestra relación con Di-s.
Si
deseamos saber como Se siente Di-s con respecto a nosotros, la forma más segura
es chequear el pulso de nuestros sentimientos hacia El. Si nuestro corazón
anhela servir a Di-s y cumplir con Su voluntad, no hay señal más segura que esa
de que El también nos ama a nosotros.
(Or ha Jaim, Rabí David Kaplan, Rabí Naji Brickman)
(Moshé
Le dijo a Di-s): "Muéstrame Tu gloria"... (Hashem le dijo): "Verás
mi espalda, pero Mi rostro no puede ser visto". (Éxodo 33:18,23)
¿Alguna
vez manejaste tu auto por una ruta desierta, en una noche nublada, y apagaste
las luces?
¡No
lo hagas más de un segundo, porque es como conducir hacia la nada!
Es
sorprendente como esos dos finos rayos de luz nos permiten conducir por una
tortuosa ruta desierta, hasta en las noches más oscuras. Uno a veces se
pregunta: "¿Por qué no harán las rutas derechas?"
Este
mundo es como la noche. El Mundo Venidero es como el día.
A
la noche se ve si se encienden las luces, pero en ese caso la visión se limita
a lo que iluminan los faros. Es una visión local. Sin embargo, de día, uno
puede ver toda la escena. A la luz del día
se entiende por qué la ruta tiene tantas vueltas y tantos giros; por qué a
veces sube, y otras, baja. Por aquí una montaña,
por allá un precipicio... En este mundo,
la persona ve a través de un vidrio. Percibe unos cuantos vistazos de la
realidad, meros flashes del modo en el que rige la Creación el Amo del
Universo. El resto es noche.
Únicamente
con unos pocos capítulos de la historia mundial a nuestra disposición, no se
puede visualizar toda la existencia, de donde viene y hacia donde va. Por eso
el mundo es como la noche. En el Mundo Venidero, todo se vuelve claro como el día.
La distancia nos proporciona perspectiva y entendimiento. Somos capaces de
comprender las razones por las cuales Hashem hace lo que hace: por qué el
camino tenía que hacer esta curva, por qué tuvimos que girar hacia el otro
lado...
Eso
es precisamente lo que le dijo Hashem a Moshé cuando dijo: "Mi rostro no
puede ser visto".
En
este mundo no se puede ver el "rostro" de Hashem, vale decir, el
control directo que Hashem ejerce sobre el mundo; pero Su
"espalda" -las huellas
reveladoras en la nieve de la Historia-
sí se pueden ver, si tan solo tenemos los "faros"
encendidos...
(Rabí
S.R.Hirsch, Rabí Eljanan
Wasserman, "Moser Derej",
Rabí Simja Wasserman, Rabí Yaakov Niman,
Rabí Meir Jadash)
"Y
las tablas son la obra de Di-s, y la escritura, la escritura de Di-s" (Éxodo
32:16)
La
próxima vez que vayas a la sinagoga, fíjate en los Diez Mandamientos que están
encima del Arca. Las partes superiores de las dos Tablas son de forma arqueada.
¿Por qué los Diez Mandamientos tienen esa forma? El Talmud describe las tablas
como cubos. No hay una sola fuente clásica judía que describa las Tablas en la
forma con que las conocemos hoy en día. ¿De dónde provino esta forma?
Y
otra pregunta más: si los Hijos de Israel ya habían oído los Diez Mandamientos,
¿para qué hacía falta que esos Mandamientos se inscribieran en Tablas? ¿Acaso
no bastaba con la imponente experiencia de oír hablar a Hashem?
Cuando
se inscribieron los Diez Mandamientos en las Tablas, también se inscribieron en
los corazones del Pueblo Judío, para la eternidad. Inscriptos en piedra. Inscriptos en la "tabla" del corazón.
La escritura era la escritura de Di-s, Quien los inscribió en forma indeleble
en el corazón del Pueblo Judío por toda la eternidad.
Fijémonos
nuevamente en los Diez Mandamientos que hay sobre el Arca. La forma arqueada
simboliza la forma del corazón, el corazón del Pueblo Judío, en la que se
mantuvieron inscriptos durante cerca de tres mil años.
(Sfat Emet en Mayana
shel Torá, Rabí Moshé Shapira)
Shabat Shalom.
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