Torá desde Jerusalem
Parashá Sheminí - Octavo
Libro Vayikrá / Levítico (9:1 a 11:47)
“Y
tomaron Nadav y Abihú…”
(Vayikrá
10:1)
Tras enunciarnos la Torá los diferentes sacrificios a entregar sobre el altar, nos comenta cómo dos de los hijos de Aharón, Nadav y Abihú prepararon incienso sin haber sido obligados a hacerlo, por lo que fueron castigados de forma milagrosa en el mismo instante y a los ojos del pueblo. Moshé se dirigió a Aarón, diciéndole: “Esto es lo que habló el Creador: En mis allegados me santificaré y ante la faz de todo el pueblo me honraré”.
La justicia Divina no es absoluta
sino relativa, no es la misma culpabilidad para con los hijos de Aharón que
para con cada uno de nosotros. Las
exigencias dependen del nivel de conocimiento y de responsabilidad, llegando al
punto que la Halajá llega a criticar a un estudioso de la Torá con la siguiente
imposición: Todo estudioso de la Torá que tenga una mancha en su vestimenta no
es estudioso de la Torá, pues sino sabe valorar la importancia de la misma y la
de su pulcritud no sabrá valorar conceptos más complicados; asimismo vemos cómo
los comentaristas criticaron al Rey David cuando el profeta nos relata: “Y
David anciano llegó a sus días, y lo tapaban con vestimentas y no se calentaba,
sobre lo que glosaron nuestros Sabios del porque de ese efecto, pues hasta la
persona más anciana, que sufra de una mala circulación sanguina y por
naturaleza disponga de menos calor natural, si lo tapan con buena ropa en
definitiva logrará aislar su poco calor, y sin embargo el profeta nos afirma
que con el Rey David no ocurría lo natural, sino que fue castigado por haber
perdido el respeto a la ropa del Rey Shaúl, cuando éste persiguiendo a David,
entró en una cueva para hacer sus necesidades sin saber que David se escondía
en la misma, entonces viendo David la oportunidad de vengarse del Rey Shaúl, se
controló y no lo hizo para así no incurrir en la prohibición de elevarse contra
el ungido de Hashem. Sin embargo
quiso tener por lo visto un recuerdo del momento cortando una esquina de la
vestimenta del Rey Shaúl, esquina por lo visto minúscula ya que nadie de su
séquito real observó el defecto del mismo, a lo que comentaron nuestros Sabios
que David fue castigado en el mismo grado que su comportamiento: no respetó la
vestimenta. ¡La vestimenta no le
respeto a ël!. ¡Qué
exigencia! ¡Una esquina de la
ropa, una mancha, desvalora al Rey David, desacredita al estudioso de la
Torá! Sí, pues las grandes
empresas comienzan en los pequeños detalles.
La Halajá dictamina que el respeto
a los padres se encuentra en los mandamientos junto con las obligaciones
respecto a Hashem, y no con los últimos mandamientos relacionados con el
prójimo pues quien no entiende su obligación con sus padres no entenderá su
obligación con sus maestros y quien no entiende su obligación con sus maestros
no entiende su obligación con el Todopoderoso, y no nos equivocamos en el
orden: padres, maestros, Hashem, pues los padres nos dieron el cuerpo, los
maestros la educación. Excepto,
quienes sus padres también fueron también sus educadores, que por cierto es
cada vez más difícil encontrar un maestro educador y qué decir de un padre
educador. ¿Para qué está la
escuela? Y la escuela dice, ¿para
qué está la casa?, ¿y al final?
Vemos los resultados de las nuevas
generaciones quienes recibieron su educación mediante la televisión, o en las
películas, o peor todavía en el incontrolable medio de comunicación del hoy día
el internet, donde todos, hasta los más corruptos, tienen sin descripción el
derecho a enseñar.
La Torá, por el contrario, en su rigurosidad,
en su preocupación por lo perfecto, lo exacto, no solamente que no nos permite
aprender de quienes sus hechos no son coherentes con sus dichos, sino que no
nos permite ni encontrarnos en su vecindad, como dijo el propio Rey David en el
primero de sus Salmos: “Bendita la persona que no anduvo en los consejos de los
malvados y en los caminos de los equivocados, no se paró, y donde se sientan
los burlones no se sentó...
La buena educación es el seguro de
las generaciones; la Halajá nos enseña que desde que el niño comienza a hablar,
hay que enseñarle pero, ¿hasta cuándo?
¡Hasta el día que nos apartamos de este mundo!. Pues ya nos advirtió el Pérek cuando nos
dijo: “No te confíes en ti hasta el día de tu ida, pues Rabí Shimón fue 80 años
Sumo Sacerdote y el último año se apartó del camino”.
Las preocupaciones, las
presiones... la vida alocada que llevamos no nos permite ver con claridad el
orden verdadero de las prioridades, cambiamos nuestros hijos por el cuidado de
un auto o a veces por un perro, los sueños por una vida placentera sin
preocupaciones, que a veces nos lleva a una vida carente de valores. Pues no olvidemos que la naturaleza de
los placeres por su naturaleza son limitadas en su tiempo, como siempre decía
mi gran Maestro Rebí Shalom Cohén Sefadrón z”l: ¡Qué triste que el mundo
invierta tanto esfuerzo y tiempo para satisfacer los pocos instantes en que la
comida pasa por la garganta!.
Shabat Shalom
Rab. Shlomó Wahnón
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