Los Hermanos que Se Aman
Por Yaakob Brawer
"Alegría
grande, abundante para estos hermanos que se aman...". Así comienza la sexta de las siete
bendiciones recitadas bajo la jupá de un matrimonio judío. Uno no necesita hacer un postgrado en
ciencias sociales para darse cuenta que hay poca alegría actualmente entre los
hermanos que se aman.
La etapa
actual, anterior a la Redención del mundo se comparó por las fuentes judías a
un sueño. Los sueños consisten de
una mezcla de hechos separados en los cuales la verdad y la ilusión están
inextricablemente mezclados. En
ningún lugar es la analogía del sueño más aplicable que en la interacción entre
los sexos. La relación entre los
hombres y las mujeres es, y ha sido, caótica, sorprendente y
contradictoria. En ningún otro
dominio de la vida, los opuestos de atracción-repulsión, dominio-sumisión,
amor-odio, han estado tan entrelazados.
La preocupación con la incógnita hombre-mujer ha dominado los campos de
la sicología, literatura y ahora la sociología y la política. Aunque muchas soluciones impresionantes
se han propuesto, la paradoja del sexo permanece más insoluble que nunca. Ni Freud ni Friedan han marcado la
diferencia más leve. Han
simplemente propuesto nuevas malas interpretaciones, cascadas sueltas de
frustraciones nuevas y angustias sociales. Los matrimonios y las familias continúan fallando, como los
hombres y las mujeres persisten en comprenderse mal entre ellos y uno con otro.
¿Por qué
está la especie dividida en dos sexos?
¿Qué significa ser un hombre?
¿Qué significa ser una mujer?
Podemos eliminar, en el inicio, las explicaciones biológicas obvias, ya
que éstas no son respuestas, sino más bien aspectos de la pregunta.
La
masculinidad y la femineidad están hechas con la misma textura de la existencia. Se originan en dos modos diversos de
manifestación Divina, la interacción de la cual comprende el proceso de la
Creación.
El
concepto de la Creación emergió como una consecuencia de la voluntad de Di-s
para dar, hacer el bien.
Obviamente, con el fin de satisfacer el deseo de dar, debe haber alguien
que reciba. El problema es, sin
embargo, que Di-s está solo. No
hay nada sino Él, y, por lo tanto, no hay nadie a quien dar. La solución de Di-s para este problema
es la Creación, el traer a existencia los seres aparentemente independientes,
autoconcientes que se disocian de Su Ser.
Esto se
efectuó por una diversificación o particularización de la voluntad esencial de
Di-s, resultando en dos modos divergentes de la expresión Divina que colabora una
con otra para producir la creación.
Estas dos influencias se repiten en maneras interminablemente diferentes
a través de la existencia. Así,
parecen siempre existir dos de cada cosa, por ejemplo, el sol y la luna,
natural y sobrenatural, santo y profano, finito e infinito, etc. Más bien, los "dos" no son
solamente diferentes uno de otro, son antónimos y, por lo tanto,
ostensiblemente incomparables uno con el otro. No obstante, notablemente, se casan uno con otro y el
resultado de este matrimonio es la Creación.
La
metáfora del matrimonio no es simplemente una figura exquisita al hablar. Los dos modos generales de la
revelación Divina aludidos arriba se refieren en la Torá como Hakodesh Baruh Hu y Shejinah. Hakodesh
BarujHu, significando "El Santo, Bendito sea Él," es masculino en
género, y Shejinah, generalmente
traducido como la "Presencia Divina," es femenino. En el lenguaje figurativo de la Kabalá,
estas dos manifestaciones de la Divinidad se llaman "hombre y mujer,"
o "padre y madre".
Tal vez la
manera más fácil de enfocar los papeles jugados por estas dos categorías de la
emanación Divina en el proceso creativo es examinar otra metáfora bien conocida
para la Creación, es decir, el lenguaje.
Cada niño que ha estudiado el Génesis sabe que Di-s creó el mundo a
través del lenguaje. Aunque los
niños, y no pocos adultos, tienden a retratar los diversos componentes del
mundo siendo creados al ser nombrados, productos de un truco cósmico mágico y
espectacular, esto no es lo que se quiere decir con lenguaje Divino.
El uso en la Torá de metáforas antropomórficas, en este caso el lenguaje, nos permite enfocar, aunque indirectamente, el fenómeno fundamentalmente inefable de la Creación usando el lenguaje humano como un modelo. Del amplio rango de potencialidades humanos, el lenguaje es único por el hecho de estar privado de contenido intrínseco. El significado o contenido del lenguaje se provee por otras facultades. La facultad del lenguaje recibe información o revelaciones de otra parte de la mente. Una persona es capaz de una variedad notable de autoexpresión, de las percepciones intelectuales más elevadas a las emociones más intensas. Los sentimientos y pensamientos se generan constantemente en la mente y éstos producen un mundo interior rico y único el cual revela al pensador a sí mismo. En realidad, la actividad de la mente y el pensador son realmente una realidad inseparable. Una persona es sus pensamientos.
Muy pocas
personas están satisfechas de vivir solamente con sus pensamientos, es decir,
con ellos mismos. La gente quiere
marcar una diferencia, para dar de sí mismos. El problema es cómo exteriorizar o actualizar el reino
privado e tal autoexpresión que
otros pueden recibir.
La
respuesta obvia es el lenguaje.
Uno puede investir ideas o sentimientos en cartas y palabras del
lenguaje. La facultad del lenguaje
recibe las revelaciones de una variedad rica de potenciales creativos y provee "vestimentas", es
decir, palabras, en las cuales las autorrevelaciones se concretizan y se
transforman en algo objetivamente real que puede ser apreciado por otros.
El
lenguaje, entonces, es un acto milagroso de creación en el cual una iluminación
del alma, por decirlo así, es separada de su fuente y dada vida
independiente. No solamente puede
este trozo transplantado del alma sobrevivir largamente lejos de su fuente,
sino puede su influencia llegar mucho más allá de aquella imaginada por su
autor.
El punto
esencial es que el lenguaje está compuesto de dos elementos dispares. El "alma" del lenguaje, su
contenido, consiste en revelaciones abstractas, no verbales de las facultades
intelectuales y emotivas. El
"cuerpo" del lenguaje consiste en las palabras, elementos tangibles
en los cuales el "alma" puede manifestarse a sí misma. El lenguaje, entonces, es un producto
del sinergismo entre dos funciones necesariamente distintas. El poder para revelar lo que está
oculto en las facultades intelectuales y emocionales de la mente o el alma es
el componente masculino. El poder
para recibir iluminaciones de los potenciales del alma y actualizarlos es el
aspecto femenino del lenguaje.
Con el fin
de captar más plenamente la naturaleza e importancia del "hombre" y
la "mujer," deberíamos considerar otra analogía, complementaria a la
del lenguaje. Supongamos que uno
tiene un amigo querido que se deleita con la belleza de las flores de los
cerezos en la primavera. Por el
gran afecto de uno por ese amigo, uno le envía, para su cumpleaños, el cuesco
de una guinda que uno se ha comido.
El
razonamiento de uno es sano. El
cuesco contiene todas las características, componentes, y escenarios posibles
de desarrollo para un cerezo desde el momento en que brota hasta que se
seca. Todo está allí, raíces,
ramas, flores, guindas y más cuescos de guinda. Es un paquete perfecto y completo de información. No obstante, el amigo es probable que
no esté tan impresionado.
Su
razonamiento es también sano. Uno,
en realidad, no le dio nada, o más bien nada palpable. El cerezo, con sus flores, es solamente
una posibilidad latente dentro del cuesco. Es potencial puro.
Con el fin de dar salida a las miríadas de revelaciones condensadas en
el cuesco de la guinda, uno debe
hacer una cosa muy extraña, uno debe enterrarla en la tierra.
La tierra
no contiene ninguna información.
Es, sin embargo, capaz de recibir cualquier y cada revelación diversa
del mundo de la planta (semillas) y dotarlas con la realidad objetiva. La tierra puede manifestar una cebolla
tan fácilmente como un plátano, una hierba fétida tan rápidamente como una
orquídea.
La tierra
madre, entonces, como el aspecto femenino de un lenguaje, es un
recipiente. No tiene nada de su
propiedad. Esto, a primera vista,
pudiera ser percibido como una deficiencia. Sin embargo, la razón por la cual el elemento femenino
creativo carece de propiedades definitivas es porque su fuente es ilimitada y
trascendente.
La
procedencia del lenguaje, por ejemplo, está en la esencia del alma
inteligente. Por otro lado, las
diversas revelaciones del intelecto o emoción que informan y animan el lenguaje
(los elementos masculinos) se originan en facultades específicas que no son más
que derivados limitados o emanaciones de la esencia del alma. La facultad de la inteligencia puede
solamente producir inteligencia, mientras que el lenguaje puede manifestar
cualquier cosa: la inteligencia, estupidez, amor, odio, etc.
Así, la
contribución al proceso creativo de los elementos masculinos y femeninos
difieren considerablemente. El
componente masculino suministra el poder esencial para traducir la iluminación
en la creación objetiva. Es un
poder ilimitado, reflejando la raíz del componente creativo femenino en la
esencia del Creador (opuesto al de Sus atributos).
La
naturaleza de la relación entre estas dos fuerzas fundamentales se determina
por sus características definitivas.
Así es el elemento masculino que es atraído, y activamente busca, el
elemento femenino. Está lleno de
posibilidades con las cuales no puede hacer nada. Como es un aspecto especial del deseo de Di-s para dar, su
misma esencia refleja ese intento.
Por consiguiente, el elemento creativo masculino persigue el elemento
femenino. Ella, estando arraigada
en la voluntad infinita de Di-s, toma el poder creativo infinito de Di-s y así
puede transformar el potencial masculino en realidad. La esencia ilimitada, creativa, unificada de la Voluntad
Divina que da origen al elemento femenino a menudo se refiere como ayin o "nada". La razón es que trasciende lo
particular y la definición, y por lo tanto es desconocida. El elemento femenino, entonces
verdaderamente no "tiene nada que dar," es decir, éste es únicamente
capaz de no dar nada" (ayin).
La
naturaleza del elemento femenino refleja su origen. Está silenciosa y quieta, esperando recibir las
potencialidades. Esta
característica femenina ha a menudo ha sido mal interpretada como pasividad o
sumisión surgiendo de la debilidad.
El extremo, aunque un punto de vista popular y políticamente correcto de
su papel, es ese de una víctima, condicionada por la necesidad poderosa del
hombre por dominarla. Esta
percepción es superficial y errónea, como debería estar claro del análisis
previo.
Podemos
tal vez apreciar mejor este punto haciendo un paralelo con el Consejo de
Investigación Médica de Canadá. El
Consejo de Investigación Médica de Canadá (MRC, para abreviar) no hace
investigación médica. No genera
teorías ni experimentos. No
obstante, como la agencia principal gubernamental, el MRC es el último poder
para decidir que la investigación bioquímica se hará en Canadá. El MRC se sienta tranquilamente,
expectantemente, esperando ideas.
Las ideas vienen de los científicos. Los científicos se desbordan con especulaciones, hipótesis y
diseños experimentales. Sin
embargo, la propuesta más brillante e innovadora conjurada por el científico más
distinguido es simplemente un sueño incumplido, un potencial frustrado sin
consolidación. Así, los
científicos agresivamente persiguen al MRC. El MRC, sin embargo, no persigue a los científicos. Su papel es recibir posibilidades,
conceder postulaciones y devolver las que les gusta a la realidad proveyendo el
apoyo necesario. Como no hay
ciencia médica sin el MRC, la contribución de esta agencia puede apenas ser
descrita como débil o pasiva.
Podemos
llevar esta analogía un poco más lejos.
Ya que el MRC tiene el poder de transformar cualquier formulación
teórica en realidad, debe ejercer vigilancia extrema al decidir cuales
proposiciones aceptar. No es
accidental que los paneles del MRC estén compuestos de las mejores mentes
científicas en Canadá. La
necesidad para discernir, inteligencia y precaución se aplican a todas las
expresiones del elemento creativo femenino, incluyendo mujeres.
El papel
central de las influencias masculinas y femeninas en el proceso de creación
puede conducir a un serio malentendido.
Es crucial tener presente que estos dos modos no son poderes autónomos,
sino son más bien emanaciones de una realidad simple, en realidad la
única. No es sin una buena razón
que la oración Adon Olam enfatiza el
hecho que "Él es uno, y no dos". Como los elementos masculinos y femeninos están finalmente
arraigados en la unidad de Di-s, son, anteriores a su evolución como modos
separados con propiedades únicas, una esencia.
Esto se
alude en la literatura de Midrash describiendo al ser humano primario como un
individuo simple compuesto de aspectos masculinos y femeninos. Los dos elementos posteriormente fueron
separados, dando origen al hombre y la mujer. Así, cuando el elemento masculino en cualquier forma y en
cualquier nivel de existencia encuentra y "se casa" con su
contraparte femenina, la unidad original se restablece. El matrimonio, por lo tanto, no es una
unión de dos individuos diferentes, sino más bien una reunión de las dos mitades
de un ego simple.
Esto no
es, sin embrago, simplemente un retorno al estado inicial. La disociación original de los dos
elementos de cada uno permite que cada uno se desarrolle y exprese sus
potencialidades propias singulares.
Así, cuando finalmente se reúnen, cada uno es dotado con las cualidades
específicas, únicas necesarias para ejecutar el milagro de la Creación.
Ahora que
tenemos alguna idea de la naturaleza, origen y conducta de los dos elementos
fundamentales creativos, podemos aplicar esta información a la relación entre
los hombres y las mujeres. Como
todo lo que existe es el producto de la interacción entre las fuerzas creativas
masculinas y femeninas, estos dos modos son ubicuos. No obstante, la meta final de la creación en este mundo
material, y dentro de este mundo, la representación suprema de los atributos
creativos Divinos, descritos como masculino y femenino, son los hombres y
mujeres. En verdad, el intento
primario de Di-s es que los hombres y las mujeres utilicen sus poderes
respectivos dados de Di-s para crear Divinidad en la Tierra.
En otras
palabras, la interacción última entre el modo masculino y femenino está
destinada a ser cumplida por nosotros, viviendo y actualizando la Voluntad
Divina como se establece en la Torá.
Nosotros, entonces, somos responsables de transformar el mundo en una
creación "nueva", así cumpliendo el intento original de Di-s. Cuando se ve en este contexto, muchos
aspectos de la vida judía que han estado sometidos a cuestionamiento pueden
comprenderse y apreciarse.
La familia
judía, entonces, es fundamental para alcanzar la meta final de la
Creación. Es esta entidad la que
está diseñada para realizar la Voluntad de Di-s, la cual es sinónimo con Su
Torá. El novio trae al matrimonio
una habilidad para revelar la santidad.
La dote de la novia es un poder para actualizar las revelaciones
Divinas. A la vez, estos amantes
hermanos son capaces de revelar la esencia de Di-s, una realización que traerá
alegría abundante a su Creador, a ellos mismos, al pueblo judío y en verdad al
mundo.
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