La moneda
Por Shmuel I. Agnon
Un hombre muy pobre que volvía de la Sinagoga, donde había
celebrado el advenimiento del Shabat, vio de pronto una moneda en el camino.
El pobre se dijo entonces:
- Buena me la ha jugado el azar, pues ¿qué puedo hacer si
hoy es Shabat y no debo tomarla?
De haberla encontrado antes de oscurecer, habría podido comprar con ella
unas cuantas pasas de uva y vino para el Kidush, o comprar pan de trigo, o
cualquier otra cosa para celebrar el Shabat.
Fue a su casa y recibió el Shabat sin vino y sin pan de
trigo y sin cosa alguna placentera, y lo santificó con un pedazo de pan negro.
Por la mañana, cuando iba a la Sinagoga, se dijo aquel
hombre:
- Iré y la contemplare. Si no la vio y no la levantó alguno que no observa el
Shabat, la hallaré en su sitio.
Al llegar allí vio que no era una moneda de cobre, sino de
plata. Se dijo entonces:
- Doble suerte la mía; pensaba encontrar un cobre y encontré
una real moneda. El Señor, loado
sea, me somete a una gran prueba - y enderezó sus pasos hacia la Sinagoga.
Después de la oración, díjose el pobre:
- Ahora, ya no la encontraré. Muchos habrán pasado junto a ella, y muchos la habrán visto.
Acaso es posible que no la advirtiesen y la tomaran? De todos modos, iré hacia allí: si no la recogieron, veré si
en verdad es de plata, y si la recogieron, me libraré de ideas prohibidas y no
pensaré más en ella.
Llegó y la vio en el mismo lugar, tal como estaba en la
víspera, tal como estaba por la mañana.
Solo que la moneda de la víspera era de cobre, y la de la mañana era de
plata; y he aquí que esta era de oro.
- Si no es cosa de magia, es obra del sol, ya que el sol del
mediodía se refleja en ella y la hace parecer de oro. Y sin no es de oro, es de plata, con toda seguridad.
Y díjose el pobre para sí:
- ¡Cuántas cosas podrían comprarse con esta moneda! No tengo más que levantarla, y de
inmediato estarían en mis manos todos los placeres del mundo: pan blanco, y un
poco de vino, y arenque y otras cosas buenas con las que se puede regalar el Shabat
y el cuerpo... salvando las distancias.
Lo consideró el pobre una vez y otra vez, pero estaba lleno
de reverencia sabática y volvió a su casa con las manos vacías.
A la hora de Minjá, la segunda oración del día, no fue a ver
la moneda.
- Quien sabe si podré resistir la tentación. Pude vencerla el Shabat, cuando todo
estaba cerrado, pero en Minjá, tal vez no; dentro de una hora abrirán los
negocios, y aromas de comidas y bebidas vendrán de ellos a mis narices; temo no
poder contenerme.
Pero la tentación es a veces mas fuerte que el hombre. Él intenta vencerla, pero ella lo
envuelve, diciéndole:
- ¿Acaso digo que la tomes en tus manos? Se la empuja suavemente con el pie, se
la aparta hacia un lado, o se le coloca una piedra encima, no sea que venga
alguno y la recoja.
Cuando terminó la oración de Minjá, acudió de nuevo al
lugar: mirar no es pecado.
Era aquella la hora del crepúsculo. El sol estaba en su ocaso y desprendía
chispas de oro. Apenas llegó el
pobre junto a la moneda, la encontró en su sitio, pero no era una, eran muchas
monedas.
Tal vez no fuesen muchas, sino aquella única que se
proyectaba alrededor, como sucede con una moneda que cae entre desperdicios, y
estos resplandecen gracias a ella.
Sea como fuere, aquella moneda era de oro. Si se inclinara y la tomase, podría
mantenerse con ella, dos, tres semanas.
Acaso ¿son tantas las necesidades del pobre? Con una moneda de oro puedes hacerlo subsistir varias
semanas.
Díjose el pobre:
- Bueno es que en mi casa no haya con qué preparar la
tercera comida, y libre de ella, pueda pararme aquí y contemplar la forma de
una moneda. Es tonto el que ha
dejado aquí su dinero entre los desperdicios. Acaso ¿cree que florecerá y dará frutos? Yo en su lugar lo hubiese conservado
sobre mi corazón, y cada vez que mi esposa y mis hijos me pidieran algo para
comer, les diría: "Glotones que sois, ¿queréis comer? Pues enseguida tomo una moneda de oro,
entro en la tienda y se la doy al tendero".
Antes que cediera el pobre al impulso de doblar su cuerpo
como lo hacen los humildes cuando ven una moneda de oro, se le ocurrió que tal
vez fuese cosa del diablo; que fuera el Satán quien dejó las monedas, para
ponerlo a prueba. Incorporóse de
inmediato y dijo:
- Que burlón es; se yergue sobre la basura y se ríe de un
judío. Está libre de oraciones y
tiene libre su mente, pero yo, yo tengo que rezar Arvit y mi mente no está
libre para cosas de risa.
Enseguida, arrancóse de aquel lugar y corrió a la Sinagoga.
Después de haber rezado Arvit, no quiso mirar siquiera las
monedas, dijo:
- Basta con que se hayan burlado de mi todo el día.
Pero apenas apartó la vista de ellas, las monedas le
hicieron guiños, como las piezas de oro cuando brillan. Al ver esto, se dijo:
- Ahora que el Santo Shabat se ha ido, pasaré y veré que es
lo que brilla tanto.
Se inclinó y vio lo que no ha visto ojo alguno ni hombre
alguna vez ha contado. Extendió el
brazo y metió monedas en sus bolsillos hasta que se llenaron. Tal vez ¿sus bolsillos eran
pequeños? Pues no, eran bien grandes. Tal vez ¿las monedas eran
livianas? Ven y verás lo que
compro por una de ellas: vino para la Havdalá y pan de trigo y arenque y otras
cosas que hacen bien al cuerpo y no dañan el espíritu, y aun quedó vuelto en
sus manos.
Volvió contento a su casa. Cuando terminó de entonar "Era un hombre justo",
su esposa había preparado una mesa llena.
Lavó sus manos y sentáronse a comer, él y toda su familia, dando buena
cuenta del festín y despidiendo al Shabat con todos los honores.
Nada le faltó desde entonces al Shabat. Ni les faltó nada a él ni a sus
hijos. Puesto que había sabido
observar el Shabat en la pobreza, se hizo acreedor a la observancia de muchos
Shabatot en la abundancia.
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