Raíces del amor
Por Rab. Eliyahu Dessler
No existe nadie en todo este mundo que no posea por lo menos
una chispa de la facultad de dar.
Esto puede verse cuando una familia celebra regocijada algo, ocasión en
que incluso la gente más ambiciosa siente la necesidad de que sus amigos
participen en su celebración. El
gozo de una persona no es completo a menos que pueda compartirlo con
otros. En forma análoga todo mundo
tiene una necesidad profunda de algún tipo de vida social. (Es por ello que el confinamiento
solitario -la separación de la compañía de otros seres humanos- es considerado
como un castigo severo). ¿Cuál es
la naturaleza de estos anhelos? Son
chispas de la facultad de dar.
Todos queremos tener hijos y en
ello podemos distinguir dos motivos.
Queremos hijos para tener una sensación de continuidad; sentimos que la
muerte no es tan definitiva si hemos dejado hijos nuestros; pero tal vez un
motivo más importante sea la necesidad de tener alguien en quien derramar
nuestro amor y afecto. Es por ello
que las parejas sin hijos adoptan a menudo niños huérfanos criándolos como sus
hijos. Algunas personas incluso
derramarán su afecto en un cachorro u otra mascota, tratándolo casi como a un
niño. Se trata de muestras de las
ocultas profundidades del poder de dar que existen en el alma humana. Aquí se nos presenta una interesante
interrogante. Vemos que el amor y
el dar siempre vienen juntos. ¿Es
que el dar es una consecuencia del amor o tal vez la verdad sea lo opuesto: es
el amor resultado del dar? Por lo
general consideramos que es el amor lo que nos hace dar porque observamos que
una persona derrocha dádivas y favores sobre el que ama, pero hay otra cara de
la moneda. El dar puede generar
amor por la misma razón por la que una persona ama lo que ha creado o nutrido:
reconoce en ello parte de sí mismo.
Ya se trate de un niño que trajo a este mundo, de un animal al que crió,
de una planta a la que cuidó, de una cosa que hizo o de una casa que edificó,
una persona tenderá a amar el trabajo de sus manos, pues en él se encuentra a
sí misma. Me ha sido mostrado en
los dichos de nuestros Rabís algo que indica que eran de la misma opinión: que
el amor fluye en la dirección en que se da. Dicen en el tratado Derej Eretz Zuta: "Si
quieres mantenerte cerca del amor de tu amigo, preocúpate de buscar su
bienestar".
Este tipo de amor puede ser muy profundo; observemos lo
que está escrito en la Torá de Di-s.
(Esta es la única fuente de la que podemos aprender las verdaderas
profundidades del corazón humano, pues sólo el Creador conoce los secretos del
alma humana que Él ha creado).
Encontramos allí que entre las categoría de hombres a los que se permite
retornar a su hogar antes de una batalla están los siguientes: Quien ha
construido una casa nueva y no la ha consagrado... y quien ha plantado un
viñedo y no lo ha redimido... y quien ha desposado una mujer no la ha llevado a
su hogar...
A todos se les trata exactamente en la misma forma: al
edificador de la casa y al plantador de un viñedo; en términos iguales al nuevo
marido que está envuelto en la más íntima de las relaciones humanas. La Torá nos revela así que el amor que
dirigimos al fruto de nuestro trabajo es comparable al amor de un hombre por su
desposada. No hay duda alguna que
éste es un ejemplo del amor producido por el poder de dar. He aquí un caso que observé,
personalmente. Conocí a una joven
pareja cuyo pequeño hijo era la luz de sus vidas. La guerra envolvió al pueblo en donde residían y se vieran
obligados a huir. Sucedió que la
joven madre estaba fuera de casa ese día; el padre huyó con el niño en una
dirección mientras que la madre se vio obligada a tomar la ruta opuesta,
viéndose así la familia separada por los ejércitos en lucha, y así
permanecieron separados condoliéndose y anotándose, todos los años que duró la
guerra. Por fin los campos de
batalla callaron, volvió la paz y pudieron reunirse ¡y qué feliz reunión
familiar fue Aquella!. Se hizo
aparente empero una cosa notable: no pudieron compensar lo que los años se habían
llevado. El amor entre padre e
hijo era más profundo y más estrecho que el que la madre sentía por el
hijo. ¿"Se debía ello al
hecho de que se había separado del niño cuando era pequeño y lo había
reencontrado cuando ya estaba crecido?
¿O es que extrañaba al hijo pequeño que había dejado atrás? Sólo estamos especulando, la verdad
cruel era que el "dar" potencial de todos aquellos años se perdió sin
remedio; fue el padre quien crió al niño y le prodigó toda la ternura que
normalmente da la madre. El amor
que brota de todo ese dar había pasado completamente al padre.
Podemos encontrar otro ejemplo del
"amor que viene de dar" en la halajá que se ocupa de la ayuda
a un judío en apuros y la Guemará discute dos casos: - Uno es el caso del
animal de carga cuyo cargamento se ha caído, consistiendo la mitzvá en
ayudar al dueño a colocar de nuevo la carga. El otro es el caso de un animal sobrecargado, en donde la mitzvá
es doble: prevenir sufrimiento adicional al animal y ayudar al dueño a cargarlo
con más habilidad. Si uno se
encuentra frente a ambos casos a la vez, tiene precedencia el segundo, dado que
hay allí una mitzvá adicional, la de ayudar al animal. Si uno se enfrenta a dos casos
similares, pero en uno de ellos el propietario es un amigo y en el otro es un
enemigo, tiene prioridad ayudar al enemigo ya que el hacerlo es una mitzvá específica
"para conquistar el yetzer hará (instinto del mal) propio. ¿Que pasa si se trata de escoger entre
descargar al animal de un amigo y volver a cargar al animal de un enemigo? También aquí nos dice la Guemará, viene
primero la mitzvá de ayudar al enemigo. Aunque la mitzvá de evitar el sufrimiento a un animal
es un mandamiento de la Torá "tiene prioridad al conquistar el yetzer propio". Además hay otro punto: al resistir la
inclinación propia y al ayudar al enemigo uno aleja automáticamente parte del
odio de su corazón y lo substituye con el amor que viene del dar. Una persona observadora notará que
existen muchos casos de este tipo.
Resumiendo: lo que una persona da
a otra nunca se pierde, es una extensión de su propio ser, puede ver parte de
sí misma en el prójimo a quien ha dado algo. Esta es la unión entre un hombre y su prójimo a la que damos
el nombre de "amor".
Amarás a tu projimo como a ti mismo
Quedó explicado en el capítulo
anterior que todo ser humano posee una chispa de la facultad de dar; en otras
palabras, no se ha dado a la facultad de tomar el poder de extinguir esta
última chispa. Es fundamental que
sea así, ya que el mundo depende de ello para su existencia, sin esa chispa
residual nadie se casaría o tendría hijos. Dado que en la mayor parte de la gente sólo hay vestigio del
poder de dar, ellos
tienden a limitar su dar y su amor a un círculo estrecho de parientes y amigos;
al resto de la gente la ven como extraños y la tratan dominados por el poder de
tomar; la envidia, la explotación, la ambición y la codicia lo rigen todo. Si uno reflexiona en que una persona
llega a amar a aquél a quien le da, se dará cuenta de que la única razón por la
que la otra persona le parece un extraño es porque aún no le ha dado nada, no
se ha tomado la molestia de mostrar un interés amistoso. Si doy algo a alguien, me siento
cercano a él, tengo una participación en su vida. Se concluye que si empiezo a hacer el bien a todo mundo con
el que me pongo en contacto, sentiré pronto que todos son mis parientes, mis
seres amados, tengo ahora participación en todos ellos, mi ser se extiende a
todos ellos. Quien ha alcanzado este
sublime nivel puede entender el mandamiento "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo" en forma literal: "como a ti mismo: sin distinción; como a ti
mismo: de hecho". "Al darle de ti mismo hallarás en tu alma que tú y
él son de hecho uno, hallarás con toda claridad posible que él es en verdad
"como tú mismo".
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