La parashá
Shemot correspondiente al segundo libro de nuestra Torá, Shemot (Éxodo),
comienza recordándonos los nombres de los hijos de Yaacob. Su descendencia fue fecunda y se
multiplicaron.
Un nuevo
Faraón surgió en Egipto que no conocía lo que Yosef había logrado para Egipto,
y temía que los Hijos de Israel se volvieran más fuertes que el pueblo egipcio
y por ello inició una política opresora hasta llegar a convertirlos en
esclavos. Así fueron obligados a
edificar fortalezas y las ciudades de Pitom y Ramsés. Pero los judíos continuaban creciendo aún más, el numero de nacimientos sigue
incrementándose.
Entonces el Faraón ordenó a las parteras hebreas a que todo varón hebreo
recién nacido, fuera arrojado al río Nilo. Pero las parteras no hicieron lo ordenado por el Faraón,
dejando así vivir a los niños, bajo la excusa de que las mujeres hebreas daban
a luz antes de que ellas llegaran.
Dos miembros de la tribu de Leví, Amran y Iojéved ya eran
padres de dos hijos, Miriam y Aarón.
Pero Iojéved, en tiempos del decreto del Faraón dio a luz a un otro
varón, que fue escondido durante los primeros tres meses de vida y luego
colocado dentro de una canasta entre los juncos de la ribera del río. Su hermana Miriam quedó cerca de ella y
observó cuando se acercó a la canasta, la hija del Faraón. Esta vio que había dentro de ella un
niño y adoptó al bebe a pesar de que se dio cuenta de que era un hebreo. Miriam se acercó para ofrecerle una
nodriza para amamantarlo, a lo aquella accedió. Así Iojéved alimentó y crió a su propio hijo. Fue creciendo y luego fue llevado al
palacio real donde se puso el nombre de Moshé, que significa “sacado de las
aguas”.
Ya grande,
Moshé observó la opresión y sufrimiento de sus hermanos. Vio como un capataz egipcio golpeaba
con dureza a un hebreo. Moshé, que
observó si había alguien cerca, decidió matar al egipcio y lo enterró en la
arena. Al día siguiente, vio a dos
israelitas discutiendo, y quiso intervenir para apaciguarlos, a lo que uno de
ellos le respondió si él los juzgaría y mataría como lo hizo con el
egipcio. Moshé comprendió que se
sabía lo acontecido y que debía huir, ya que su vida estaba en peligro. Huyó hacia Midián, llegó a un pozo
donde ayudó a las hijas de Itró a abrevar sus ovejas. Fue invitado a vivir con ellos e Itró le dio por mujer a su
hija Tzipora. Tuvieron dos hijos,
Guershom y Eliézer.
Mientras
tanto, el Faraón había fallecido y su sucesor continuó con la opresión hacia
los hebreos, aumentándola. Los
judíos pedían ayuda al Eterno.
Hashem recordó su Pacto con Abraham. Mientras Moshé apacentaba las ovejas de su suegro Itró, vio
una zarza que ardía sin consumirse, y el Todopoderoso por primera vez le habló
y le ordenó quitarse su calzado pues estaba en tierra sagrada. Le ordenó ir al Faraón para liberar a
Su pueblo, a lo que Moshé consideró que él no era digno para esa misión. Hashem le prometió que Él daría Su
ayuda Divina. Ante la pregunta de
Moshé sobre cuando los hebreos le preguntaran el nombre del Eterno, Le
respondió que debía decir: “Yo soy el que soy”. Moshé debía informar a los ancianos sobre su aparición y que
debían presentarse ante el Faraón para pedirle dejara salir al pueblo para ofrecer
sacrificios al Eterno en el desierto.
También le indicó que el Faraón no los dejaría ir y que luego Él
extendería su mano para forzar al Faraón a dejar salir al pueblo.
Moshé dudó
si le creerían, pero el Todopoderoso le demostró su poderío transformando su
vara en una serpiente, le indicó poner su mano sobre el pecho y le apareció a
Moshé lepra y luego milagrosamente, sanó.
También el Eterno le dijo si los israelitas no le creyeran, debía tomar
agua del río Nilo y al verterla sobre tierra seca, se transformaría en
sangre. Moshé señaló su falta de
“palabras”, ya que padecía de problemas de habla, a lo que el Eterno indicó que
su hermano Aharón sería su vocero.
Moshé
contó lo sucedido a su suegro Itró, quien le contestó que fuera a sacar a sus
hermanos de Egipto. Moshé partió
con su familia y se encontró con su hermano Aharón en el monte Horeb y le contó
todas las palabras del Eterno y luego los ancianos creyeron en Hashem.
Moshé y
Aharón fueron ante el Faraón y le solicitaron dejara salir al pueblo a ofrecer
sacrificios al Eterno en el desierto, pero se negó ante el pedido e impuso
decretos más duros contra los judíos.
A partir de ese momento no recibirían paja para fabricar los ladrillos,
pero debían continuar elaborándolos.
Nuevamente los ruegos ante el Faraón fueron rechazados. El Todopoderoso aseguró a Moshé que
ante Su mano fuerte, el Faraón finalmente dejaría salir al pueblo.
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