Nacida como modesto
asentamiento urbano en los albores del siglo XX sobre la dunas al norte de
Jaffa, Tel Aviv se extendió tan rápidamente que englobó a la ciudad vecina,
formando con ella lo que hoy es una única gran metrópolis: Tel Aviv-Jaffa. En 1909, un grupo de judíos que habían
emigrado a Jaffa, a la cabeza de los cuales se hallaba Meir Dizengoff, adquirió
una lonja de desierto y comenzó a levantar en ella algunas construcciones. Con toda probabilidad, tenían el
propósito de crear un complejo urbanístico conforme a las exigencias de
quienes, habiendo asimilado ya el modelo de vida occidental, encontraban
dificultades para adaptarse a la estructura característica de las ciudades
árabes. La nueva población recibió
el nombre de Tel Aviv, es decir, Colina de la Primavera, como simbolizando la
voluntad y la esperanza de edificar el porvenir sobre las ruinas del
pasado. En efecto la palabra “Tel”
se define, en hebreo, una altura formada por los escombros y detritos
estratificados de ciudades abandonadas, mientras el vocablo “Aviv”, que
significa primavera, expresa el vivo anhelo de un próximo renacer.
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