Sino y destino
Por Avi Weiss

 

Avi Weiss es rabino principal del Hebrew Institute de Riverdale en Bronx, Nueva York y profesor asistente de estudios judaicos en Stern College de la Yeshiva University. Es autor del libro "La Mujer en la Plegaria", y sus artículos se encuentran en publicaciones en todo el mundo.

 

 

 

 

 

 

Una mañana, después de haber sufrido mi primer infarto, suceso que alteró mi vida, ocurrido en septiembre de 1986 cuando protestaba contra la llegada de la Compañía Rusa de Baile Moiseyev al Lincoln Center en la Ciudad de Nueva York, pregunté a la enfermera a qué hora de ese día me darían de alta. Ella respondió: “Oh, no, nadie sale de la unidad de cuidados intensivos del hospital sin antes recuperarse en una habitación".

Nueve años después sucedió nuevamente, esta vez durante una manifestación en Jerusalén, pocas horas después de que dos buses fueran bombardeados por terroristas, dejando un saldo de heridos y muertos israelíes.

Después de un tiempo, mis médicos me comunicaron que mi primer infarto había sido más peligroso que el segundo, debido a que el declive delantero izquierdo, el  vaso clave que suministra sangre a mi corazón, se hallaba totalmente obstruido, sin otra alternativa que intervenir quirúrgicamente para colocar una válvula (by-pass).

La segunda vez se obstruyó la coronaria izquierda, una arteria menos importante. Esta vez me fue implantado en el vaso un "stent", un trozo pequeño de metal, el cual lo mantendría abierto.

Desde el punto de vista emocional y psicológico, el primer infarto fue más llevadero. Como rabino, más propenso a nutrir  y aconsejar que a la confrontación (quien, sin embargo, se dedicó durante décadas a realizar riesgosos actos de pacificación civil por desobediencia), me sentí confiado de que igualmente podría superar mi situación de infartado, mediante fuerza de voluntad y esfuerzo concertado. De allí mi esperanza de que saldría del hospital el día siguiente de sufrir mi primer infarto, y aún después de someterme a una operación de corazón abierto, estaba seguro de lograr una pronta recuperación. Me repetía que haría ejercicio, mantendría bajos los triglicéridos y el colesterol y todo estaría bien...

En los años siguientes participé en algunas de las formas de activismo más fuertes y peligrosas que jamás haya vivido, y todo parecía ir perfectamente.

Sin embargo, después de todas estas demostraciones, y seguir estrictamente las recomendaciones de mí médico durante nueve años, incluyendo ejercicios regulares y alimentación apropiada, sufrí un segundo ataque al corazón, disminuyendo mi seguridad, pues pensaba que iba a ser imposible superar mi condición. De repente, me quedé como un inválido enclaustrado en mi casa.

El año siguiente a mi segundo infarto fue quizás el más difícil de mi vida, me sentía perdido. Era un hombre enfermo, y me creía incapaz de ayudarme. Comencé a comer inadecuadamente, dejé de hacer ejercicios, y pronto estuve más enfermo que nunca.. En el verano de 1996 no podía hacer ni siquiera una caminata corta sin sentir dolor en el pecho. Mi médico me sugirió realizar otro angiograma. Lo más seguro es que el "stent" sé  había cerrado y habría que repetir la cirugía.

Fue durante esos difíciles días que pude evaluar nuevamente mi situación. No seguiré negando mi situación, ni me voy a permitir estar inmovilizado; finalmente acepté la cruda realidad de que era un enfermo cardíaco; ése era mi sino. También acepté que a pesar de mi condición, no era en realidad una inválido inútil, y todavía podía transformar al mundo.

Extraje de la Biblia la idea siguiente: "Yo (D-os) té dare el número de tus días". La explicación del Talmud es que D-os decreta los años de vida de cada persona, pero que su calidad puede ser superior o inferior según el potencial del individuo.

Si me aplico este concepto,  no podré cambiar la realidad que provengo de una familia con antecedentes cardíacos; mi enfermedad es hereditaria. El Talmud me anima al decir que, aunque no puedo cambiar mi sino, sí puedo lograr una mejor calidad de vida.

El Rabbí. Yosef Dov Soloveitichik, de bendita memoria, explica la diferencia entre sino y destino.  El sino caprichosamente nos envuelve en una determinada dimensión que no podemos controlar; por otra parte, el destino es: "una existencia activa en la cual el hombre confronta el medio en que fue colocado... Este nace y muere como un objeto, pero tiene la capacidad de vivir como un sujeto, como un creador que imprime en su vida su sello particular para vivir independientemente". Según Rabbí. Soloveitchik: "La misión del hombre en este mundo es convertir sino en destino, una existencia pasiva e inducida en una activa e influyente".

Esther Wachsman, cuyo hijo fue raptado y asesinado por terroristas árabes, menciona algo similar:  "Cuando nos sobreviene una tragedia no debemos preguntar ¿por qué?, sino ¿qué debemos hacer ahora? Podemos elegir entre simplemente llorar, y decir: "Me sucedió a mí"; o elevarnos, dando significado y dirección a nuestras vidas acercándonos a  Di-s.

En el Yom Kipur posterior, a lo que mi cardiólogo Dr. Marc Greenberg llamó el segundo stent "ha-sheini" ("segundo" en hebreo),  por primera vez pude decir ante mi congregación:  "Vuestro rabino es un enfermo cardíaco", lo cual fue imposible  después de mi primer infarto.  Dije:  "Sin embargo, esta enfermedad no me paralizará.  He comprendido que el ideal norteamericano de que no hay nada que uno no pueda superar es falacia.  A pesar de mis limitaciones y mi comprensión de que debo aceptarlas, sé que tengo la capacidad de ser productivo y que puedo ser útil, aunque de modo diferente".

He reflexionado sobre otros ejemplos. Mi primo David Borenstein, quien sufre de disautonomía de nacimiento, enfermedad del sistema nervioso autonómico, murió a la edad de treinta y seis años, sin haber podido nunca superarla, ni haberse casado, y sin embargo, vivió una vida llena de significado, principalmente debido al gran amor de sus  padres. Otra prima, con poliomielitis desde temprana edad y confinada en una silla de ruedas, se casó con un hombre ciego, que cuando caminaban por la calle le servía como sus pies y ella a él como sus ojos, y quienes actualmente, fueron bendecidos con dos hijos. También pensé en un joven miembro de la congregación que atravesó años muy turbulentos, pero cuyos padres nunca se rindieron, buscaron alternativas de educación y con cuidados, vieron a su hijo crecer y progresar.

Los ejemplos anteriores deben hacer eco en todos nosotros, porque, ¿quién no sufre de alguna limitación - bien sea física, emocional o psicológica - que impide una  total realización en nuestro trabajo, familia o vida privada?

Debemos entender la dura realidad de que las limitaciones casi nunca se vencen completamente. Contrario a los finales felices de las películas, en la vida real pocas veces sucede. En mi caso, todas las mañanas despertaré enfrentándome a la realidad de que soy un enfermo cardíaco; y que no es algo pasajero. En otras palabras, cuando los médicos me dicen que mantenga el stress al mínimo, no quieren decir sólo hoy, sino durante toda mi vida.

Esta realidad impone desagradables limitaciones en mi capacidad de vivir de la manera acostumbrada, pero no significa que no puedo compartir con mi congregación cuando sea necesario; tampoco quiere decir que debo dejar de defender a los judíos oprimidos. Lo que sí es cierto es que debo moderar mis actos teniendo en cuenta mis limitaciones físicas, aun cuando continúe actuando a favor de aquellos que necesiten ayuda.

Para este rabino que siempre sintió el dolor de sus congregantes como suyo, y para este activista que cree en la importancia de llegar al punto de tensión, dentro de la boca del león para elevar una voz de protesta, es una lección de sobrevivencia difícil de aprender y aceptar.

Sin embargo, mi sino y talento especial, principalmente cuando mi incapacidad me limita, es recordar que existe el "mundo venidero" el cual siempre será recibido. En mi caso, es un movimiento dentro de un reino de actividades más exigente desde el punto de vista espiritual. Uno sólo puede preguntarse si el mundo espiritual, con sus propias presiones, es servido por los mismos conductos del corazón.

Mientras me muevo en este nuevo dominio, escucho las palabras de Esther Wachsman retumbando en mis oídos:  "Uno puede ser víctima de su sino o el iniciador de un nuevo destino".