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Unetane Tokef

De Editorial Bnei Sholem

Rabí Amnón fue un hombre muy famoso.  Era Rabino de la ciudad de Magentza cuyos habitantes lo honraban notablemente.

Pero no sólo era conocido por los judíos sino que su nombre había llegado a oídos del duque de la ciudad, que acostumbraba a pedirle consejos e invitarlo a su palacio.  El rabino jamás aceptó ninguna recompensa por sus servicios al Estado, sin embargo, de vez en cuando, pedía al duque que facilitara la posición de los judíos y que anulara los decretos y restricciones que existían contra ellos…  Este era el único favor que pedía al duque, quien jamás le negó nada, y así por muchos años los judíos de Magentza vivieron felices.

Pero en el palacio, Rabí Amnón era muy envidiado, sobre todo por el secretario del duque, que no toleraba ver el honor y el respeto que se brindaba con el rabino.  Comenzó entonces a pensar de qué manera podía desacreditarlo.

Un día le dijo al duque:

-Señor, ¿por qué no persuade al Rabí Amnón para que se convierta al cristianismo?  Estoy seguro de que con todos los honores y favores que usted tan generosamente le brindó, lo haría gustoso.

El duque pensó que era una excelente idea y mandó a llamar a Rabí Amnón:

-“Mi querido amigo Rabí Amnón, sé que fuiste leal a mí por muchos años; ahora deseo hacerte un favor personal; abandona tu religión y conviértete en un buen cristiano como yo; voy a hacerte el hombre más grande de mi Estado, tendrás honores y riquezas como ningún otro las tiene.

Rabí Amnón empalideció.  No sabía con que palabras responder, pero luego dijo:

-¡Oh ilustre Monarca!  Por muchos años lo he servido con lealtad y siendo judío no ha afectado jamás mi lealtad hacia usted o hacia el Estado; al contrario, mi fe me obliga a ser leal al lugar al cual pertenezco.  Estoy dispuesto a sacrificar todo lo que posea y hasta mi vida daría por ti o por el Estado.  Pero hay algo, sin embargo, por lo cual no puedo separarme: mi fe.  Estoy unido a ella por un convenio irrompible, con mis antepasados.  ¿Acaso quiere que traicione a mi gente, a mi Di-s?  ¿Podría tener un servidor que no tenga respeto por su religión?  Si traiciono a mi Di-s, ¿podría tener fe que yo jamás lo traicionaría?  Estoy seguro que el duque no lo dice en serio.

-No, no… contestó el duque, aunque su voz sonaba algo incierta, pues las palabras del Rabí sin querer, lo impresionaron.

Rabí Amnón pensó que el duque no volvería a insistirle, pero se equivocó.  Impaciente por la obstinación del Rabí, cierto día le dijo que si no se convertía, sufriría las consecuencias.

Obligado a dar una pronta respuesta Rabí Amnón pidió el plazo de tres días para contestarle.

Apenas salió del palacio, se dio cuenta del gran pecado que acababa de cometer.  ¿Acaso tenía que pensarlo?  Muy triste llegó a su casa y desde ese momento ayunó y rezó a Hashem para que lo perdonara.

Cuando pasaron los tres días, el duque aguardaba junto con sus ayudantes, la llegada de Rabí Amnón y al ver que no llegaba, mandó a dos de sus sirvientes a traerlo en cadenas.

Cuando llegó al palacio, el duque le gritó: -¡Cómo te atreves a desobedecer mi palabra!  ¿Por qué no viniste como lo prometiste?  Por tu bien deseo que la respuesta sea positiva, de lo contrario…

-Señor- contestó Rabí Amnón con firmeza-, sólo hay una respuesta; viviré como un leal judío y si va a aplicarme un castigo, quiero que me corte la lengua, porque de ella salió el pedido de pensar tres días para responderle y así pequé contra Di-s.

-¡Deja que de eso se vengue El entonces!- gritó el duque enojado, cortaré tus piernas porque se negaron a venir cuando lo ordené.

Con esos escasos signos de vida, el cuerpo mutilado de Rabí Amnón fue devuelto a su casa; era víspera de Rosh Hashaná.

Lo ocurrido al santo Rabino, se difundió en toda la ciudad.  La gente estaba horrorizada y triste.  Era un trágico día del juicio para los judíos de Magentza, quienes se reunieron en el templo al día siguiente.

A pesar de su terrible sufrimiento, Rabí Amnón recordaba que era Rosh Hashaná y pidió que lo llevaran al templo y lo pusieran en frente del Arón – Hakódesh (armario que guarda el Séfer Torá).

Todos lloraban amargamente, al ver a su querido Rabino en tal agonía.

Cuando el conductor de las oraciones comenzó a recitar Musaf (oración adicional de días festivos), Rabí Amnón, pidió que hicieran un intervalo mientras él ofrecía una oración especial a Di-s.

Todos enmudecieron y en el pesado silencio se escuchó la voz de Rabí Amnón, que comenzó a decir “Unetane Tokef”; palabra por palabra fue repetida por la congregación.  Luego recitó “Aleinu” (oración final) y cuando llegó a sus palabras “El es nuestro Di-s y no otro”, el santo Rabí dejó de existir.

Esta oración, Unetane Tokef, la más solemne de Rosh Hashaná y de Yom Kipur, es recitada en todas las comunidades judías del mundo y el coraje de Rabí Amnón, autor de esta oración, sirve de inspiración para todos nosotros.