El bebé del Etrog
Cierta vez vivía en una pequeña aldea un santo Rabí. Por supuesto, se cuidaba de observar
todas las mitzvot de la mejor manera posible, y en cada uno de sus
detalles. Pero amaba especialmente
la mitzvá de las “Cuatro Especies”, pues ésta era una mitzvá que no podía
cumplirse en todo el año y sólo venía junto con la festividad de Sucot.
¡Cuántos pensamientos y símbolos elevados estaban ligados a esta mitzvá! No es de extrañar, entonces, que el
Rabí no escatimara dinero para obtener el más perfecto Etrog posible.
Varias semanas antes de que llegara Sucot, el Rabí enviaba
un mensajero especial para que le comprara un Etrog perfecto. El mensajero
viajaba a la ciudad grande más cercana, y si era necesario, a ciudades más
lejanas, examinaba todos los etroguim que estaban a la venta, y elegía luego el
más hermoso y perfecto sin fijarse en el precio. Nunca antes había sucedido que
el mensajero regresara sin un Etrog perfecto.
Pero estaba vez sí sucedió, y el Rabí estaba profundamente
apenado. El mensajero le contó que había viajado por muchas ciudades, y había
examinado numerosos etroguim, pero no había encontrado uno que se ajustara a
los requerimientos del Rabí.
Probablemente ese había sido un mal año para la plantación de etroguim,
pues la mayoría de ellos tenía manchas y otros defectos y no tuvo otra
alternativa que rechazarlos.
En la pequeña aldea todos estaban tristes por esta
contrariedad, pues amaban mucho a su Rabí. Además, sabían que si el Rabí no tenía un Etrog para Sucot,
también ellos se verían privados de la oportunidad de recitar la bendición
sobre las Cuatro Especies, porque generalmente el Etrog del Rabí era el único
en esta pequeña y pobre comunidad. Repentinamente pareció haber un rayo de
esperanza. Un viajante que pasaba por la pequeña aldea, al escuchar de la
preocupación del Rabí, contó a la gente que en cierta aldea lejana, próxima a
la frontera, había un judío acaudalado que tenía el Etrog más hermoso y
perfecto.
Dos de los amigos más cercanos al Rabí no perdieron tiempo.
Alquilaron un caballo y una carreta y partieron hacia aquella aldea, próxima a
la frontera. Cinco días después arribaron allí y se dirigieron de inmediato a
la casa del judío rico que tenía un Etrog perfecto. Pidieron al dueño del Etrog
que se los mostrara, cosa que éste hizo orgulloso. Extrajo su caja de plata,
desenvolvió el algodón blanco y puro que lo protegía, y allí, ante sus ojos,
tenían un Etrog de extraordinaria belleza y perfección.
“Exactamente el Etrog que buscamos para nuestro reverenciado
Rabí”, dijeron los dos mensajeros. Extrajeron todo el dinero que traían consigo
y lo pusieron sobre la mesa.
“No hay dinero en el mundo con el que se me pueda comprar
este Etrog”, dijo el dueño. “Yo también soy judío y amo la mitzvá del Etrog. Lo
siento amigos, el Etrog no está en venta”.
Los dos mensajeros comenzaron a implorar al hombre que les
vendiera el Etrog. Le dijeron que seguro podría obtener otro y, aunque no fuera
tan perfecto, sería lo suficientemente bueno como para recitar sobre él la
bendición; su santo Rabí, por otro lado, sufría enorme pena al no tener un
Etrog, y tampoco la comunidad tendría uno.
El dueño se lamentó, pero no cedió. “Es la primera vez en mi
vida que he sido afortunado como para conseguir un Etrog tan perfecto y no me
separaré de él. Prueben suerte en otra parte”.
Profundamente decepcionados, los dos mensajeros le desearon
un feliz Año Nuevo y un feliz Yom Tov, y se dieron vuelta dispuestos a irse.
“¡Esperen!”, los volvió a llamar el hombre. “Hay una
condición que podría hacerme cambiar de opinión. Hasta daría con gusto el Etrog
como regalo al santo Rabí, de cumplirse la condición”.
“¿Cuál es la condición?”, preguntaron esperanzados.
“Di-s me ha bendecido con una buena esposa y con riquezas,
pero nos ha negado la bendición de un hijo. Ni mi mujer ni yo somos jóvenes.
Daré este Etrog como regalo al Rabí si él bendice a mi mujer y a mí para que
tengamos nuestro propio hijo el año que viene en esta época. Pero deben saber
que este regalo está sujeto al cumplimiento de esta condición. De otra manera
se considerará como si hubiera sido obtenido por engaño. En ese caso, el Rabí
estaría pronunciando la bendición sobre un Etrog robado, y no habrá cumplido,
Di-s libre, la mitzvá”.
Los rostros de los dos mensajeros se ensombrecieron, y sus
esperanzas se esfumaron. ¿Cómo podrían ellos aceptar el Etrog bajo semejante
condición? Intentaron convencer una vez más al hombre que les vendiera el Etrog
y que depositara su confianza en que Di-s lo recompensaría según los deseos de
su corazón. Pero el hombre no estaba dispuesto a cambiar de idea. “Tómenlo o
déjenlo. Yo cederé mi Etrog únicamente bajo esa condición”.
Luego de discutir la cuestión entre sí unos minutos, los
mensajeros decidieron aceptar el Etrog según la condición del hombre, y se
apuraron a regresar a casa tan rápido como pudieron.
Cuando estuvieron frente a su amado Rabí, le informaron
jubilosos que habían traído un Etrog. Cuando el Rabí lo vio, brillando como oro
en su envoltura de algodón blanco, su rostro se encendió, dispuesto a bailar de
alegría.
“Pero...”, los mensajeros comenzaron a balbucear.
“¿Pero qué?”, preguntó el Rabí.
“Junto con este Etrog va una condición”, y le contaron de
qué se trataba.
Por un momento el brillo desapareció del rostro del Rabí y
se lo veía muy serio, sumido en sus pensamientos. Luego dijo: “Sólo puedo dejar
la cuestión en las manos de Di-s; bendeciré al hombre y a su mujer, tal como ha
pedido, y que el Altísimo haga según Su voluntad”.
El rostro del Rabí volvió a encenderse una vez más con
alegría interior, en tanto acariciaba el Etrog y admiraba su belleza y
perfección. Esperaba ansioso que llegara Sucot, cuando podría cumplir la gran
mitzvá de recitar la bendición sobre el Etrog.
Pasó casi un año, y poco antes de Sucot llegó un mensaje de
parte del acaudalado judío de la lejana ciudad próxima a la frontera,
informando que la bendición del Rabí se había cumplido y que habían tenido un
varón. Junto con el mensaje había un hermoso y perfecto Etrog como regalo para
el Rabí, esta vez sin ninguna condición.
Año tras año el acaudalado hombre enviaba al santo Rabí un
hermoso Etrog antes de Sucot. Un año, el Etrog fue traído por un elegante
joven.
“Yo soy el ‘bebé del Etrog’ “, se presentó el joven. “Mi
nombre es Moshé, y mi padre me envió a que estudie Torá bajo su tutela”.
Moshé o, como lo llamaba la gente, “Moshé Etrog”, estudió
Torá con entusiasmo, y observaba todas las mitzvot con alegría. Pero, por
encima de todo, apreciaba la mitzvá del Etrog, que observaba con especial
alegría e inspiración.