El santo pecado
Por Rab.
Jaim Bloch
Cuentos
sobre Rabí Isaac Luria
Un pobre e ingenuo judío del círculo de los marranos,
llamado Jakir, oriundo de Portugal, emigró con su mujer a la ciudad santa de
Safed. La pareja no tenía hijos y
quería pasar su vida en la tierra de sus antepasados. Cuando el hombre llevaba varias semanas en Safed, escuchó
una vez una prédica del rabino, que habló del "Pan del Rostro", que
solía ser ofrecido en santidad sábado tras sábado. Al recordar el Templo y su esplendor, el rabino no pudo
reprimir su profundo dolor.
Profiriendo un fuerte gemido, gritó:
¡Pobres de nosotros, que en
el presente no podemos ofrecer los panes ante el Rostro de Hashem
Las palabras del rabino sacudieron el alma del ingenuo
marrano, y su corazón se fundió en ardiente amor a Di-s, cuyo servidor podía
reconocerse abiertamente ahora. Le
sobrevino una profunda compasión hacia Di-s, y quiso hacerse agradable a Él:
"Yo ofreceré los panes al Todopoderoso", se dijo en su corazón.
Al llegar a su casa, le dijo a su mujer:
Escucha, mi fiel y casta esposa: he oído en la sinagoga
cómo el rabino ha lamentado con profundo dolor que no podemos llevar panes a la
presencia de Di-s. ¡Figúrate que
Di-s ha de padecer hambre! Tengo
entonces el anhelo de llevar al Creador panes blancos para que los coma y sacie
Su hambre. Hornéalos de la más
fina harina de trigo para que Le sepan bien. Si recibe de nosotros los panes, entonces se los ofreceremos
cada viernes.
La mujer cumplió el deseo de su marido y horneó dos hermosos
panes. Mucho antes de la entrada
del Shabat, él los llevó en secreto a la sinagoga, abrió el Arca Santa y dijo
con gran fervor:
¡Oh Tú, Creador de la Tierra y de todos los seres,
apiádate de tu hijo Jakir y recibe su pobre ofrenda! ¡Oh mi Di-s, come los panes y sean bien recibidos por Ti
como la ofrenda de nuestros antepasados!
Entonces, con manos temblorosas, colocó los panes en el Arca
Santa y se marchó rápidamente a casa.
Cuando Jakir se hubo alejado, vino el bedel de la sinagoga a
colocar el vino para el Kidush en el Arca Santa. Cuando vio los panes, los cogió para sí, pues se figuró que
algún devoto y generoso judío los habría colocado para él, en secreto, para no
avergonzarlo. Jakir en cambio
regresó a la sinagoga después del oficio religioso de la tarde, y cuando vio
que los panes habían desaparecido, su alegría fue enorme.
¡Mira ésto!--dijo a su mujer--El Todopoderoso no ha
desdeñado nuestros dones, ha tomado el pan y lo ha comido fresco; sin duda ha
sido bien recibido por El.
Entonces no descuides tu labor en lo sucesivo, pues Le ofreceremos los
panes cada viernes.
Esto continuó durante largo tiempo. El marrano llevaba los panes al Arca
Santa puntualmente y en secreto, y el bedel de la sinagoga se los llevaba a
casa con idéntica puntualidad y secreto.
Ambos se alegraban y agradecían a Di-s por Su misericordia. Llegó el "Shabat de los
cantos". Según la antigua
costumbre, el rabino tenía que pronunciar una prédica muy cuidadosamente
preparada sobre la milagrosa salida de Egipto de los judíos. Al mediodía del viernes fue a la
sinagoga para estudiarse la prédica.
Entonces apareció por allí Jakir, como de costumbre, a llevar los panes
al Arca Santa. No vio al rabino y
se colocó con gran veneración ante el Arca Santa, se inclinó profundamente y
rezó como siempre su oración, con gran recogimiento, mientras abría el Arca,
para que Di-s aceptara los panes.
¡Necio!--le gritó el rabino--¿Crees acaso que Di-s es un
ser de carne y hueso que come y bebe?
¿Te imaginas que Di-s recibe los panes? No es así. Seguro que se los
lleva el bedel, ¡pero tú crees que los come Di-s!
En eso llegó también el bedel a recoger los panes. Entonces
lo llamó el rabino:
¡Confiesa que has venido por los panes!
El bedel de la sinagoga reconoció la verdad y añadió que
cada viernes se había llevado los panes.
Cuando el marrano escuchó ésto, rompió a llorar y profirió
desgarradores lamentos. Le contó al rabino cómo se le había ocurrido la idea de
ofrecer panes a Di-s. Creía que
hacía una buena obra, que a fin de cuentas resultaba hasta un pecado, y se
marchó desconsolado a su casa.
Un rato después llegó a la sinagoga un mensajero del ARI (Rabino
Itzjak Luria) a ver al
rabino, y le dijo:
Maestro, el ARI te hace saber que debes irte rápido a casa
y escribir tu testamento. Pues
mañana morirás a la hora a la que debías pronunciar la prédica.
El rabino quedó espantado por tan mala noticia y corrió a
ver al ARI.
¿Cuál es mi falta y mi pecado--preguntó llorando--, que he
de morir en lo mejor de mi edad?
Desde el día en que el Templo fue destruido--respondió el
ARI--el Santo, Bendito Sea, no había tenido una alegría tal como la que tuvo
con los dos panes del marrano.
Pero tú has acabado con esa alegría, por lo cual el Cielo ha pronunciado
la sentencia de muerte sobre ti, y no puede ser anulada.
Al día siguiente murió el rabino, justo a la hora que estaba
asignada para la prédica.
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