Reflexiones sobre un siglo
Por Esther Jungries
La Rebetzin Jungries es fundadora y presidenta de Hineni, una organización popular judía con sede en Nueva York, e internacionalmente famosa escritora, conferencista y personaje de televisión.
 
 
 
 

 

 

 

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El Rosh HaShaná pasado fue el  último año nuevo celebrado por los judíos en el siglo veinte, y nos corresponde probar y determinar que influencia tuvo en nuestras vidas, y lo más importante, cómo lo recordaremos.

 

Creo que, en primer lugar, nuestro siglo será recordado por llamas de cataclismo,  las que devoraron a seis millones de nuestro pueblo. Llamas de odio, como nunca antes vistas por el ser humano. Pero también fuimos testigos de luces gloriosas,  de renacimiento que crearon el Estado de Israel; de profecía y fe que presenciaron la llegada al hogar del pueblo judío después de más de 2.000 años de exilio.

 

Luego se encendió otra llama de destrucción - la que consumió los corazones y almas de nuestros hijos, nacida en la asimilación, alejamiento, ignorancia y desesperación judía. Irónicamente, nuestro siglo lo tiene todo; poseemos todos los ingredientes que permiten una buena vida. Nunca antes en la historia de la humanidad se hicieron avances científicos a una velocidad tan vertiginosa. Creamos tecnología con capacidad de pensar y sobrepasar la memoria humana. Conquistamos el espacio y caminamos en la luna; descubrimos nuevas formas de controlar las enfermedades y exploramos los lugares recónditos de la mente y las emociones humanas. Nos convencimos de que finalmente nos convertimos en dueños de nuestro destino y nuestras vidas.

 

Después, todas las imágenes se desplomaron.

           

El impacto del Holocausto destrozó nuestras ilusiones sobre cultura y educación. Nuestros inventos científicos y tecnológicos crearon problemas y frustraciones no previstas: nuevas y mortales enfermedades vinieron a reemplazar las viejas, nuestras familias se hicieron más disfuncionales que nunca, nuestras escuelas se convirtieron en campos de batalla y ahora, que nos acercamos al siglo veinte, estamos paralizados por el miedo y la soledad, buscando desesperadamente a Prozac, únicamente para seguir viviendo. Pero quizás, lo más terrible de todo es nuestra falta de respuesta a las preguntas siguientes:  ¿Por qué estoy aquí?; ¿cuál es mi misión?; ¿de qué se trata todo?

 

Hace tiempo, el profeta Jeremías dio respuestas a estos desafíos:

 

"Y dijo el Señor: Que el hombre sabio no se regocije en su Sabiduría. No permitas la poderosa gloria en su poder; no dejes la rica gloria en sus riquezas, pero deja al que desea la gloria, glorificarse en ella - aquel que quiere comprenderme, aquel que Me conoce, por Soy un Señor que hace gracia, justicia y rectitud sobre la tierra, pues ellas son Mi regocijo, dijo El".

 

El nuestro, es un siglo donde a los niños se les enseña de todo, pero trágicamente, fallamos al no transmitirles estas simples verdades. Cuando nos encontramos en el umbral de un nuevo milenio, continúan ardiendo las llamas de la asimilación y el alejamiento. Existen aquellos que, para encontrar significado y propósito, viven al borde del peligro, obsesionados por los deportes emocionantes y de alto riesgo, pero dejándolos vacíos. Su sed espiritual  permanece apagada.

 

¿Pueden invertirse esta corriente? Sí, por supuesto. Esa es la función de nuestra organización y tantas otras instituciones. En nuestras reuniones juveniles solamente, contamos con cerca de 2.000 jóvenes de todas las costumbres y profesiones, que estudian Torá semanalmente. El mundo busca espiritualidad; la humanidad está hambrienta de escuchar la palabra del Todopoderoso.  Hoy en día, tenemos la única oportunidad de encender las llamas de la fe, las cuales nos permitirán entrar al siglo veintiuno haciendo tikun olam, trayendo curación a toda la especie humana.

 

Cuando era un niño, mi padre, Rabbí Abraham HaLevi Jungreis, de bendita memoria, me hizo tomar conciencia de dichas llamas de fuego. Llegamos a estas orillas en 1947, después de cautivos en Bergen, y después, a sólo unas semanas recibimos el regalo de las cenizas. Antes de nuestra deportación, mi abuelo, que   fue asesinado santificando el nombre del Todopoderoso en las cámaras de gas de Auschwitz, enterró todos los objetos sagrados de su sinagoga en su patio.  Los Nazis encontraron todo menos el candelabro de Shabbat de Bubbie; un sobreviviente solitario la encontró al regresar a su "shtetl", y nos lo devolvió.

 

Cuando mi padre abrió el paquete, reunió a sus hijos y nos encomendó la responsabilidad de encender llamas de fuego en las almas de nuestra gente en América. Increíble, descubrí que éstas eran fáciles de encender, ya que en todas ellas existe una llama piloto eterna - una "píntele vid" chispa divina del Sinai, la cual ha sobrevivido por los siglos ascendiendo al cielo con más de un millón de nuestros niños víctimas de las llamas del crematorio.

 

Hay hombres santos cuya luz regresó a la tierra; se encuentra enterrada en lo profundo de las almas de nuestros hijos que anhelan regresar para volver a conectarse con el Creador. Sólo es necesario una chispa para que la luz de la fe se encienda en las almas de nuestra generación.