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1. El Eterno


Que distingue entre Lo Santo y lo profano. La Torá declara: “Sabrás de este día y lo llevarás a tu corazón que el Eterno es el Di-s en los cielos y en la tierra; no hay nadie aparte de Él”. Constituye una obligación nuestra que sepamos que todas las fuerzas que actúan en el mundo únicamente lo hacen conforme al dictado de Di-s. Este conocimiento, según lo explicó el Rambán (Najmánides) al final de la sección bíblica de Bo, constituye también uno de los propósitos de la Salida de Egipto:

“Más que por los milagros grandes y difundidos, el hombre debe agradecer por los milagros ocultos, los cuales constituyen el fundamento mismo de toda la Torá. El hombre no tendrá parte en la Torá de nuestro maestro Moshé sino hasta que crea que todas las cosas y los eventos que nos ocurren son todos milagros; en ellos no hay nada de natural u orden normal del mundo, tanto a nivel general como a nivel individual”.

El Rambam (Maimónides), en su introducción al orden talmúdico Zerayim explica magníficamente este punto:

“... El hombre, antes de hacer uso de su inteligencia y conocer, es considerado como un animal no distinto de los demás animales sino por su capacidad racional. Él es un ser vivo racional, es decir, que posee la capacidad racional para formar ideas en su mente. La idea más noble de todas que puede llegar a concebir en su alma es la de la unidad del Santo, Bendito Sea, y todo lo que conlleva el concepto de Di-s. Las demás sabidurías no sirven sino para preparar al alma para llegar al conocimiento de Di-s.  La elucidación de este tema hasta agotarlo sería muy extensa.  Sin embargo, junto con la formación de ideas se hace necesario el alejamiento de la mayoría de los placeres corporales, ya que el principio de la razón determina que el agotamiento del alma se encuentra en el mejoramiento del cuerpo y el mejoramiento del alma en el agotamiento del cuerpo.  El hombre, cuando va en pos de los placeres e intensifica más las sensaciones en detrimento de las ideas, y dedica la atención de su mente a los placeres, entonces regresa al estado animal, el cual no concibe en su alma más que la comida, la bebida y las relaciones sexuales.  En este caso no se hará manifiesta la capacidad divina (en el hombre), es decir, la inteligencia racional, y regresará a ser una criatura determinada que nada en el mar primordial (Yam HaHiyulí), es decir, en el caos”.

Sobre la base de esto se puede concluir que no es posible llegar al conocimiento de Di-s sino hasta que el hombre se entregue completamente a las ideas, y sólo entonces podrá distinguir entre lo santo y lo profano.

2. El Mundo

Entre la luz y las tinieblas.  En la sección bíblica de Bereshit se encuentra escrito: “Y la tierra estaba en caos y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo...  Di-s dijo, ‘sea la luz’; y fue la luz”.  La realidad intrínseca del mundo está constituida de caos, vacuidad y tinieblas.  La luz es la fuerza que se manifiesta gracias a la declaración de Di-s.  Aun cuando nuestros sabios declararon que la palabra Bereshit (“en el principio”) también era una declaración de Di-s, la luz fue la declaración primera que fue revelada en la Torá.

Nuestra tarea consiste en distinguir entre la luz y las tinieblas, es decir, entre la materia y la fuerza que actúa sobre la materia.  La materia es la “oscuridad” y la luz es la fuerza que actúa sobre la materia.  Esta luz únicamente se manifiesta por intermedio del poder de la palabra, es decir, únicamente por medio del poder de la palabra es posible crear la posibilidad de acción en el mundo material e imponer un orden en el caos, la vacuidad y las tinieblas, y de este modo poder extraer de ellos frutos cuyo propósito sea el Árbol de la Vida (Etz HaJayim).

En términos semejantes se expresó Rav Jayim Vital en su obra “Derej Etz HaJayim”:

“El creador del hombre y el que lo dirige es el que lo hizo y el que lo constituyó (Di-s) capacitado para el entendimiento y para esclarecerse intelectualmente a un nivel mayor que el de los ángeles que ministran en los Cielos.  Nuestros sabios ya han declarado que (Di-s dijo a los ángeles a propósito de Adán): “Su sabiduría es mayor que la vuestra” (Bereshit Rabá 17).  Cuando el hombre desea adquirir entendimiento según Sus caminos, (Di-s) lo guiará para alcanzar hasta los Cielos de los Cielos las cosas que constituyen el misterio del universo, las cuales el Anciano de los Días (designación cabalista de Di-s) ha ocultado.  El bien está en las manos del hombre y es él quien posee el libre albedrío para adquirir sabiduría y conocer o permanecer desnudo de toda sabiduría, a pesar de que tiene en su cuerpo mismo el corazón y la mente.

“Y verás que dos cosas fueron creadas por una misma razón: la mente racional del hombre y la Torá que le brinda la comprensión.  Acerca de la Torá está escrito: “¿Acaso Mi palabra no es como el fuego, declaró el Eterno? (Jeremías 23:29).  Con esto se nos ha hecho saber que en verdad la Torá es realmente una luz única que le fue entregada a Israel para iluminarlo, la cual no es como las ciencias gentiles y los conocimientos profanos, los cuales no constituyen sino el conocimiento de algo determinado, que ha podido alcanzar la mente por medio del esfuerzo.  La Torá, en cambio, es santa y su realidad intrínseca está por encima de las demás cosas más sublimes.  Cuando el hombre se dedica a ella en este mundo, le servirá de luz para esclarecer su alma a fin de conducirlo a los misterios más elevados –los misterios del Creador, Bendito Sea- a través del camino del esclarecimiento y la acción intensa que realiza.  Esto es lo que declaró el más sabio de los hombres: “La Torá es luz” (Proverbios 6:23).  Es realmente una luz, y no solamente una sabiduría, ni tampoco manifiesta la luz por medio del poder de la imaginación, sino que constituye una luz real, pues así es su existencia en el Cielo.  Cuando la introduce en su corazón hace ingresar una luz en él, como entra un rayo de luz del sol dentro de una casa.

“Además de ello, (la Torá) fue comparada de una manera bien precisa con el fuego, pues verás que a pesar de que una brasa no arda muy intensamente, aun así encierra en ella una flama oculta que se extiende y crece conforme se sopla la brasa, y la flama misma adquiere varios colores que no eran perceptibles al principio, y sin embargo todo salió de la brasa.  Así es la Torá que se presenta ante nosotros.  Todas sus palabras y letras son como brasas las cuales, una vez encendidas no parecen ser sino carbones algo oscurecidos.  Pero para quien se dedique a ella, cada letra hará resplandecer una enorme flama llena de matices, y éstos son los conocimientos que permanecen ocultos dentro de cada letra.  Esto ha sido explicado por el Zóhar en su comentario al Alef Bet (abecedario hebreo).

“Esto no constituye una metáfora, sino una realidad intrínseca y objetiva.  Todas las letras que nosotros vemos en la Torá enseñan acerca de las veintidós luces que se encuentran en los mundos superiores, y estas luces superiores iluminan a las letras.  Es a partir de esto que la Torá deriva su santidad intrínseca, la santidad del Rollo de la Torá (Séfer Torá), de los Tefilim de las Mezuzot y de los demás escritos sagrados.  Y es conforme a la santidad que hay en estos escritos que se incrementará la inspiración y la iluminación de las luces sobre las letras.  Es por esta razón que un Rollo de la Torá que tiene un sólo defecto en su escritura se invalida en su totalidad, ya que la iluminación no reposa sobre ella lo suficiente para que el pueblo judío, al leerla, derive de ella la santidad.

“Las luminarias se posan sobre las letras, y estas luces contienen en sí todas las distinciones específicas que posee cada letra, como mencioné anteriormente.  No obstante, al alma del observador de las letras no llega sino una sola luz oculta, como en el caso de la brasa.  Pero cuando el hombre se esfuerza por comprender, y lee y vuelve a leer, y reflexiona intensamente en ella, las luces que salen de ella se encienden en el alma como las flamas que se desprenden de una brasa.  Sobre esto declaró el Tana: “Revuelve en ella y revuelve en ella, que todo está en ella” (Pirke Avot 5).  Los que se dedican a la Torá necesitan revolverse continuamente en ella hasta que se enciendan como un fuego.  Y así, como cuando la flama se enciende aparecen en ella varios matices entretejidos entre sí, así muchos temas son incluidos en la flama de esta luz.

“Existe, además, otro punto en todo esto, y es que la Torá en sí misma posee numerosos aspectos.  Los antiguos ya habían recibido la tradición de que para cada raíz de las almas de Israel existe una parte específica en la Torá.  Es por esto que, correspondiéndose con las seiscientas mil almas primordiales de Israel, existen seiscientas mil interpretaciones de toda la Torá.  Esto es lo que se ha dado en llamar que la Torá se desintegra en numerosas chispas, pues cuando al principio la Torá se enciende entonces aparecen en ella todas las luces que se corresponden con el tema en cuestión.  Estas mismas luces iluminan a través de seiscientas mil maneras, en correspondencia con las seiscientas mil almas primordiales de Israel. Este concepto representa el secreto de lo dicho por el profeta: “(¿Acaso no es Mi palabra como fuego, declaró el Eterno) y como el martillo que hace estallar la roca?” (Jeremías 23:29).  Así, pues, a pesar de que la Torá no tiene fin, ni tampoco lo tiene cada letra de ella, aun así es necesario encenderla y entonces se llenará de flamas.

“Paralelamente a la Torá, la mente del ser humano está hecha de la misma manera.  También ella posee una capacidad inmensa, pero sólo cuando se enciende en ella el poder de la reflexión.  Sobre esto está escrito: “Pues el Eterno otorgará sabiduría; de Su boca provienen el conocimiento y el entendimiento” (Proverbios 2:6).  Esto se debe a que todos los seres que existen surgieron de la palabra del Santo, Bendito Sea, como está escrito: “Por la Palabra del Eterno fueron hechos los cielos” (Salmos 33:10).  Así, pues, esta Boca divina constituye la raíz de todas las criaturas y es ella misma lo que las hace existir por medio del aliento que sale de esta Boca, es decir, la emanación que sale hacia todos los seres creados, la cual proviene del Origen que los hizo existir.  Por esta razón está escrito: “Pues no sólo de pan vivirá el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Eterno vivirá el hombre”. (Deuteronomio 8:3).  Este es el aliento que sale y da existencia (a los seres creados), el cual se reviste de palabras que son ingeridas como alimento por el hombre que tiene necesidad de ellas.

“La sabiduría ya ha sido dada por el Santo, Bendito Sea, al corazón de todo ser humano.  Empero, para que se fortalezca se precisa que la misma boca que le da existencia sople con fuerza, y entonces se hará como el fuego, el cual al soplarlo se enciende aun más.  De la misma manera, cuando esta emanación sale en forma de soplo, la sabiduría se encenderá y se volverán perceptibles la conciencia y el entendimiento que estaban incluidos en ella desde antes sin haber sido vistas, ya que hasta entonces no se había percibido sino la sabiduría, la cual es inteligencia misma.  El entendimiento, sin embargo, es la comprensión de la inteligencia, la cual une una idea a otra y apoya una idea en otra; la conciencia, por su parte, es el resultado de todo esto.  Todas estas facultades no realizarán su cometido, sin embargo, sino por medio del poder del soplo que exhale sobre ellas la Boca divina.  Vemos, pues, que la sabiduría ya había sido dada desde antes y que la Boca divina no hace sino proporcionarle continuamente la existencia.  La conciencia y el entendimiento, sin embargo, se renuevan, es decir, que las revelaciones se renuevan únicamente a través del poder del soplo de esta Boca.  Es por esta razón que Elihu declaró: “Pero hay un espíritu en el hombre, y el soplo (Nishmat) del Todopoderoso les da entendimiento” (Job 32:8).  La palabra ‘Nishmat’ (soplo)... proviene de la raíz de la palabra ‘respiración’, es decir, la respiración de la boca, idéntica al soplo del viento.  Esto es lo que proporciona el entendimiento, y no los días ni los años.”

3. El Hombre

Entre Israel y las naciones. En el libro “El Cuzari” (Discurso 2, 44) se dice lo siguiente: “...los fundamentos fueron hechos para que de ellos salieran los seres inanimados (Domem), después las plantas (Tzoméaj), luego los animales (Jayim), después el hombre, y hasta después el principio más valioso del hombre, y todo ello fue en virtud de este principio, para adherirse a él, el cual es el principio divino”.

A fin de descubrir la esencia del hombre es preciso, conocer la diferencia que hay entre Israel y los demás pueblos.  A continuación citaré un extracto que habla acerca del cuerpo judío, el cual es mencionado en el libro “Maté Elokim”.

4. El Propósito

Entre el séptimo día y los seis días de actividad. Es preciso entender cuál es la esencia del día de Shabat y cuál es la esencia de los seis días de actividad, a fin de que podamos establecer la diferencia entre ellos.  Sólo después de haber establecido esta distinción es que el hombre podrá conocer su propósito en la creación y llenarse de anhelo por él.

El Shabat es semejante al Mundo Venidero (Berajot 57b).  Al respecto de los seis días iniciales de la creación, está escrito: “Y fue la noche y la mañana”, cosa que no se dijo del día de Shabat.

La totalidad del universo fue creada de la luz que surgió de la voluntad de Di-s, como se señala en Bereshit Rabá 3: “¿De dónde fue creada esta luz?  Le dijo: el Santo, Bendito Sea, se envolvió en un Talit blanco e hizo centellear el resplandor de Su gloria desde un confín del universo al otro.”

No obstante, esta luz genuina se vistió con el ropaje de lo material a fin de proporcionarle a los seres creados la oportunidad de alcanzarla. Este concepto está aludido en la frase “y fue la noche y fue la mañana”. Esto quiere decir que la oscuridad en que el mundo fue creado limita a la luz y crea una situación en la cual los días mismos están separados.

En el día de Shabat, sin embargo, no existe esta limitación; este día permanece continuamente en el mismo estado de luz primordial con la que se creó al mundo, la cual es semejante a la del Mundo Venidero, en donde únicamente existe una luz eterna.

Los seis días de actividad implican un estado de cosas que provoca que el hombre piense erróneamente que el propósito de su creación lo constituyen la vida y las actividades de este mundo.  El Shabat es lo que hace que el hombre regrese al nivel espiritual que le corresponde.  Al llegar el Shabat, el hombre se encuentra colocado en una situación existencial en la cual el propósito no es la actividad; por el contrario, cualquier actividad creativa (Melajá) que el hombre realice en este día le provoca la muerte y la exterminación.  Así, pues, este día renueva en el hombre un propósito totalmente diferente: un propósito que no es el resultado de las actividades materiales, sino de los logros espirituales e intelectuales que haya alcanzado, los cuales constituyen el auténtico propósito de los seis días de actividad. A este respecto nuestros sabios declararon: “Quien no se haya esforzado antes de Shabat, ¿de dónde comerá en Shabat?” (Avodá Zará 3).  Quizás se deba a esto que nuestros Sabios instituyeron en la ceremonia de Havdalá la frase “los seis días de actividad” en vez de otra frase.