En mérito de las velas de Janucá
En los viejos tiempos, cuando los trenes recién comenzaban a
funcionar y las redes ferroviarias existían únicamente entre las ciudades más
grandes, el Bal-agole (Carrero) jugaba un rol muy relevante. No sólo era el
chofer de los comerciantes que tenían que viajar a las grandes Ferias, sino que
también actuaba como correo llevando cartas o dinero de un sitio a otro.
En una pequeña ciudad donde tiene lugar nuestra historia, había
dos Bal-agoles. Uno era joven, fuerte y enérgico. Lo llamaban "Motl, el
Bal-agole". Sus caballos eran tan resueltos como su dueño; un par de
caballos como leones, impacientes aun cuando se habían detenido, cuando corrían
lo hacían como si estuvieran poseídos por el demonio.
Los clientes de Motl eran generalmente jóvenes comerciantes
apurados, que sabían que si viajaban con Motl no desperdiciarían ni perderían
tiempo, y apreciaban su celeridad que concordaba con su joven espíritu.
El otro Bal-agole era la antítesis de Motí. Era una persona mucho
más serena, calma, pausada y temerosa de Di-s. No era un erudito, pero rezaba
cada mañana, sin prisa, y a continuación recitaba un capítulo de Tehilim
(Salmos) y estudiaba Mishnaiot. Era un cochero muy consciente de su trabajo
pero no permitía que nada perturbara su cumplimiento de las mitzvot de la Torá.
Lo conocían como "Pinie, el Bal-agole". Pero algunas personas que
consideraban que merecía más respeto le habían conferido el dignificante título
de 'Reb Pinjos".
Los caballos de Pinie eran viejos y flacos y no podrían competir
de manera alguna con los de Motl. Pero, por el otro lado, las personas que
debían enviar dinero o elementos de valor a algún lugar confiaban más en la
honestidad y habilidad de Pinie. De todo esto resultó que Motl se convirtió,
principalmente, en "el Expreso del Pueblo", mientras Pinie era el
"Transportador de Mercaderías". Las personas mayores, y probablemente
aquellas que se ponían nerviosas por la velocidad de Motí o que no tenían
ningún apuro en particular, también elegían viajar con Pinie.
Entre ambos Bal-agoles había una pequeña rivalidad, con el más
joven mostrándola abiertamente, tratando de quitar al mayor cuantos más
clientes le fuera posible. Pero Pinie tenía fe y creía de todo corazón que el
Todopoderoso no lo abandonaría.
Era una tranquila noche invernal, un sábado de Janucá luego de una
intensa tormenta de nieve que ya se había calmado dejando los caminos helados
pero transitables. Para deleite de Motl tres comerciantes vinieron para pedirle
que los llevara al Mercado, a una noche de viaje de allí. Estaban muy ansiosos
por ser los primeros en llegar allí por la mañana. Motl se apresuró con la
plegaria de Maariv y con la Havdalá, encendió las Velas de Janucá, y sin
esperar a que se consumieran, corrió afuera a sus caballos y los ató a su
carro. Sus pasajeros -abrigados y vestidos como para viajar al Polo Norte -
subieron. Partieron, dejando sonar tras ellos las campanillas del carro en
medio de la noche silenciosa.
Pinie también tenía dos comerciantes esperando sus servicios. Pero
él se tomó su tiempo para rezar en la Sinagoga. Y para cuando Pinie llegó a su
casa, Motl ya estaba bien avanzado en el camino.
Una vez en su casa encendió sin prisa las Velas de Janucá, entonó
las melodías de Janucá y se sentó sin apuro a comer su cena de Melavé Malká.
Sus pasajeros empezaban a preocuparse. ¿Acaso se había olvidado Pinie que era
al Mercado Anual donde querían que los llevara? Después de todo, esta era una
situación un tanto especial... ¿no podía entonces apurarse un poco esta vez?
Corrieron a él y le dijeron: "¡Reb Pinjos! ¿Qué es lo que
tarda tanto? Bien sabes tú que tenemos que llegar al Mercado Anual. Quién sabe
cuán lejos ya ha llegado Motl. ¡Es una lástima que esta vez no hayamos ido con
él!"
"No se preocupen, amigos", dijo Pinie con calma.
"Si Di-s desea que obtengan ganancias en vuestros negocios, El puede
lograrlo aunque ustedes lleguen un poco más tarde. No olviden que hoy es
Janucá. Vengan y compartan conmigo estos deliciosos latkes".
Los comerciantes, sin embargo, estaban demasiado impacientes como
para tranquilizarse y rechazaron su invitación. Este no era momento para
hospitalidad; estaban ansiosos por partir ya mismo, pero debían esperar a que
Pinie estuviera listo. Y él se tomaba su tiempo para Melavé Malka y para el
Birkat HaMazón (Agradecimiento a Di-s por la comida). Sólo cuando Pinie observó
que sus velas de Janucá se habían consumido por completo, fue a atar sus
caballos al carro.
"Qué caballos tan viejos tienes", dijeron los
comerciantes. "Tardaremos años en llegar al mercado".
"No se enojen", dijo Pinie, sintiendo pena por sus
pobres y viejos caballos y negándose a azotarlos. Sentía que no era
golpeándolos o gritándoles como podría lograr que corrieran más rápido. Sólo
alimentándolos con avena y heno podría hacerlos más fuertes. Pero, ¿qué podía
hacer cuando ni siquiera para sí mismo tenía suficiente comida?
Pinie viajaba con estos pensamientos en mente, mientras admiraba
el cielo estrellado. Sus ojos se cerraron lentamente hasta que se quedó
dormido.
También sus pasajeros se resignaron a su suerte, y se durmieron.
El camino que debían tomar atravesaba un espeso bosque que rodeaba
un inmenso lago que en el invierno se congelaba. Sin embargo, a pesar del
intenso frío reinante, éste aún no había sido suficiente para congelar el lago
y hacerlo seguro para cruzarlo con caballos y trineo.
Las riendas colgaban sueltas en manos del dormido Pinie. Sus
caballos eludieron instintivamente el lago y siguieron el camino que lo
rodeaba.
Cuando Pinie abrió los ojos, el cielo comenzaba a aclarar. Refregó
sus ojos y alcanzó a ver los techos de las casas. A duras penas podía creer que
ya estaban llegando al pueblo. Condujo su carro a la hostería donde normalmente
se hospedaban los comerciantes. La puerta aún estaba cerrada. Cuando finalmente
se les permitió la entrada, grande fue su sorpresa al descubrir que Motl y sus
pasajeros todavía no habían llegado.
Con el amanecer, los comerciantes fueron a la Sinagoga para rezar
con el primer minian y luego se dirigieron directamente al Mercado para hacer
sus negocios. Estaban realmente satisfechos con los resultados y regresaron a
la hostería para comer algo, de muy buen ánimo por el éxito logrado.
Mientras tomaban su desayuno, Motí y sus tres pasajeros, temblando
de frío, ingresaban a la posada.
"¿Qué te ha sucedido, Motl?", le preguntó uno de los
pasajeros de Pinie. "Partiste antes que nosotros. También tus caballos son
mucho más veloces. ¡Cuéntanos!"
En lugar de dar una explicación, Motl preguntó:
"¿Ustedes tomaron el camino sobre el lago?"
"¿Quién sabe?", contestaron. "Estábamos tan
profundamente dormidos".
"Esta vez no me fue muy bien", dijo Motl. "Mis
caballos nos arrastraron a través del lago y el hielo se partió debajo de
nosotros. Afortunadamente estábamos cerca de la orilla y pudimos salir, pero
nos mojamos completamente y nuestras ropas se congelaron sobre nosotros.
Tuvimos que detenernos en el camino en la casa de un campesino para secar
nuestras vestimentas y calentarnos un poco. Será un verdadero milagro si no
morimos por el frío", concluyó Motl sintiéndose miserable.
"Ya ves, Motl. ¡Nada has ganado apurándote! Tus velas de
Janucá no te perdonaron que las hayas avergonzado. Las dejaste arder sin estar
junto a ellas y saliste corriendo, ansioso por llegar al Mercado antes que
Pinie. Has recibido una advertencia de Di-s. Tienes que recitar la bendición de
HaGomel (la bendición a Di-s por salvarnos del peligro) ya que has salvado tu
vida, y también la de tus pasajeros y tus caballos".
"Sí, ahora veo cuán equivocado estuve", dijo Motl en
tono humilde, algo inusual en él. "De ahora en más nunca dejaré solas a
las velas de Janucá. No las avergonzaré mientras viva".
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