El relato de esta parashá comienza señalando que Hashem condujo a los
israelitas, a su salida de Egipto, por un camino dentro del desierto hacia el
mar Rojo, evitando así atravesar tierra de los filisteos, con ejércitos
enemigos y la posibilidad de guerra, para que no se arrepintieran de su
salida. El Todopoderoso los guiaba
de día por medio de una columna de nubes y durante la noche, por una columna de
fuego. En su partida de Egipto,
Moshé llevó los restos de Iosef.
El pueblo había acampado en Etam, en el extremo del desierto. Luego Hashem ordenó que regresaran y
acamparan frente al Mar Rojo. Una
vez que el pueblo de Israel salió de Egipto, el Faraón arrepentido de habérselo
permitido, decidió perseguirlos
armando un fuerte ejército. Cuando los israelitas vieron aproximarse al
ejército egipcio, se aterrorizaron y se quejaron a Moshé, ante una posible
muerte en medio del desierto. Pero
Moshé le respondió que el Eterno los salvaría de los egipcios y que sería Él
quien lucharía por ellos. Así fue
que la columna de nubes se colocó detrás del pueblo y se transformó en un
oscuro velo que oscureció a los egipcios.
Moshé extendió su mano sobre el mar y el Eterno envió un fuerte viento
que dividió las aguas del mar y lo puso seco. Así los israelitas pudieron cruzar el mar. Los egipcios los siguieron dentro del
mar junto con sus carros y caballos, y se atoraron en la arena húmeda las
ruedas. Nuevamente Moshé extendió
su mano y las aguas se cerraron, ahogando a los egipcios y sus animales.
El pueblo entonó una canción
triunfante, alabando el poder del Todopoderoso por haber eliminado a los
hostiles.
Durante tres días el pueblo
transitó en el desierto sin encontrar agua. Ya con sed, comenzaron a murmurar contra Moshé y en Mará
encontraron aguas amargas. El
Eterno mostró un tronco que al ser echado en esas aguas, las endulzó. Así saciaron su sed y continuaron su
marcha hacia Elim, donde había doce fuentes de agua y setenta palmeras. Allí acamparon.
El pueblo protestó ante Moshé y Aharón por la falta
de comida, añorando lo vivido en Egipto.
El Eterno dijo a Moshé que haría llover pan del cielo y que el pueblo lo
debía recoger. Así a la noche hubo
carne de codornices y a la mañana siguiente cayó el man (maná), el que
tenía el sabor de la comida que cada uno quería degustar. El man caía todos los días,
menos en Shabat, por lo que en el sexto día debían juntar porción doble. Así fue como comieron durante los
cuarenta años de transitar hasta llegar a la tierra prometida.
Acamparon en Refidim y nuevamente, el pueblo reclamó
a Moshé por la falta de agua.
Hashem le ordenó a Moshé que tomara su vara y golpeara una roca del
monte Jorev, y salió agua. Este
lugar fue llamado Masá Merivá.
Y vinieron los amalecitas (la tribu de Amalec) y
atacaron a los israelitas y combatieron en Refidim. Moshé pidió a Yehoshúa que eligiera los hombres más fuertes
para luchar, y él, Moshé, junto a su hermano Aharón y a Jur, subieron a la
cumbre de la colina. Cuando Moshé
alzaba sus manos, Israel dominaba y cuando las bajaba, Amalec dominaba. Aharón y Jur sostenían alzadas las manos
de Moshé, con gran firmeza. Así,
el pueblo judío pudo vencer, derrotando a Amalec. Hashem ordenó a Moshé instruir a Yehoshúa, sobre la
recordación de lo ocurrido. Por la
traición que cometió Amalec al atacar al pueblo de Israel, su tribu debía ser
destruida y su recuerdo borrado a través de las generaciones.
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