En esta anteúltima Parashá, Moshé comienza
su mensaje al Pueblo de Israel en forma poética, convocando a los
cielos y a la tierra para atestiguar eternamente sobre sus advertencias
a los judíos en su observancia a la Torá. En este poema
Moshé resalta la fidelidad y justicia del Eterno, frente a las
actitudes perversas del Pueblo elegido. Si los Hijos de Israel preguntarán
sobre las anteriores generaciones, se les responderá cómo
el Eterno eligió a Israel de entre todas las naciones y cómo
los amparó en su camino por el desierto, comparando como el águila
cuida a su cría, revoloteando sobre ella. Pero también el
mismo Pueblo abandonó a su Creador, causando su ira. Así,
generaciones posteriores se volverían contra Él, adorando
idolatrías.
El Eterno castigaría, tanto a jóvenes como
a ancianos por medio de la crueldad de pueblos extraños. Pero Su
intervención evitará la destrucción total del Pueblo.
Los Hijos de Israel deben entender que únicamente
bajo el amparo del Todopoderoso, se podrán enfrentar a ejércitos
superiores, pero siempre reconociendo que sólo existe el Creador,
con poder absoluto.
Una vez finalizado este discurso, Hashem ordenó a
Moshé subir al Monte Nevó, para así poder ver y contemplar
la Tierra de Israel, la Tierra Prometida.
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