Moshé pone ante el Pueblo una
bendición y una maldición, aclarando que la bendición sería válida si los Benei
Israel cumplieran los Mandamientos del Eterno y, caso contrario, la maldición
sería válida si se desviaran de Su camino. El Pueblo, con su comportamiento, elegiría entre observar o
rechazar Sus leyes.
Una vez entrados a Eretz
Israel, se llevaría a cabo una ceremonia en el monte de Gerizim donde pronunciarían la
bendición, y otra en el monte de Eval donde pronunciarían la maldición, y en su
transcurso se informarían las consecuencias de la bendición y la maldición.
Moshé
expuso, después, una cantidad de leyes religiosas, civiles y sociales cuyo
objeto era regular la vida de la Nación en la Tierra Prometida. Primeramente se refirió al principio
del culto centralizado, actuando contra las prácticas idólatras, debiendo
destruirse todos los lugares que se conquisten, donde se sirviera a dioses
extraños, como también sus altares, estatuas, ídolos y esculturas.
Todos los
sacrificios, holocaustos que se traigan ante Hashem, serán presentados ante el
lugar que Él elija. Esas ofrendas
deberán ser comidas allí. Nunca se
comerá la sangre, pues está prohibido.
El Pueblo
de Israel fue advertido sobre no imitar los terribles y espantosos ritos de las
cananeos, quienes llegaban a quemar a sus hijos e hijas para adoración de sus
ídolos. Todo falso profeta que
intentara hacer adorar ídolos, debía ser muerto. También todos los pobladores de alguna ciudad que el Eterno
dio para residencia de los Benei Israel y en ella se practicara cualquier tipo
de idolatría, sus integrantes debían ser muertos y la ciudad destruida.
Está
prohibido realizarse incisiones en el cuerpo ni en la cabeza en señal de
duelo. Por ser un Pueblo
Santificado, no podrán comer alimentos abominables, por lo que Moshé recuerda
los animales, aves y peces permitidos de comer y los prohibidos. También estableció que un segundo
diezmo de la producción anual del suelo (maaser shení), debía ser traído por el
yehudí al Santuario, a fin de que lo consumiera en ese lugar. Quien viviera lejos del Santuario,
podía traer su equivalente en dinero y adquirir una comida festiva para comerla
con su familia y los levitas. Al
final del tercer y sexto año de cada ciclo de shemitá, el diezmo debía
ser entregado a los pobres (maaser oni), levitas huérfanos y viudas.
Al final
de cada séptimo año (shemitá), durante el cual la tierra debía permanecer en barbecho,
todo acreedor condonará al deudor lo que le hubiere prestado; no le exigirá a
su prójimo o a su hermano, por haberse proclamado la remisión del Eterno.
Un esclavo
hebreo que hubiere sido vendido en cautiverio debe ser liberado al comienzo del
séptimo año. Si el esclavo
eligiera permanecer al servicio de su patrón, se le perforaría una oreja por
haber preferido la esclavitud a la libertad, contraviniendo el deseo de Hashem.
Moshé
recordó las festividades de Pésaj, Shavuot y Sucot, con sus leyes, y destacó
que se debía peregrinar hasta el Santuario llevando ofrendas, según sus
posibilidades de ofrendar, conforme a la bendición que el Todopoderoso le haya
dado.
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