Después de vivir 17 años en Egipto, se
aproximaba el final de los días de Yaacob y llamó a su hijo Yosef a quien pidió
que le prometiera que lo sepultaría en la tierra de Canaán, junto a sus padres en la Cueva de Majpelá, el lugar
donde estan Adam y Java, Abraham y Sara, Itzjak y Ribká. Yaacob se encontraba enfermo y Yosef
junto a sus hijos Efráim y Menashé, fue hacia él. Yaacob expresó que ellos serían cabezas de tribus, al igual
que sus propios hijos.
Mientras,
recordó a su hijo Yosef sobre cuándo murió su esposa Rajel y que la sepultó en
Bet Lejem. Luego, bendijo a sus
nietos Efráim y Menashé. Yaacob eleva a Efráim y a Menashé al
estatus de sus propios hijos, dándole así a Yosef una doble porción, lo que le
saca el estatus de primogénito a Reubén.
Como Yaacob es ciego por su edad, Yosef pone a sus hijos cerca del
abuelo. Yaacob los besa y
abraza. Yaacob
colocó su mano derecha sobre la cabeza de Efráim (el más joven), y su mano
izquierda sobre Menashé. Yosef
creyó que su padre estaba equivocando al colocar la mano derecha sobre el menor
y la izquierda sobre el mayor, cuando en realidad debía ser a la inversa, a lo
que Yaacob sostuvo no estar equivocado ya que Menashé se convertiría en una
gran nación, mientras que Efráim sería aún mayor. Yaacob
le explica que su intención es bendecir a Efráim con su mano fuerte porque
Yehoshúa descenderá de él, y también porque Yehoshúa será tanto el conquistador de Eretz Israel como el
maestro de Torá del Pueblo Judío.
Cercano a
su muerte, Yaacob llamó a todos sus hijos, quienes junto a su cama, fueron
recibiendo uno a uno, las bendiciones.
Profetizó sobre cada una de las tribus y describió las características
de cada hijo suyo. Yaacob ordenó a
sus hijos ser sepultado en la cueva de Majpelá, frente a Mamré, en el campo de
Efrón en la tierra de Canaán. Allí
estaban sepultados Abraham, Sará, Itzjak, Ribká y Leá.
Yaacob se va de este mundo a la edad de
147 años. Al fallecer Yaacob,
Yosef se echó sobre él y llorando lo besó. Luego ordenó a los médicos egipcios que lo embalsamaran. Los egipcios lloraron a Yaacob durante
sesenta días. Al cabo de ese
tiempo, Yosef recibió el permiso del Faraón de subir a la tierra de Canaán para
dar sepultura a su padre y así junto a sus hermanos y familiares cumplieron lo
juramentado, inhumarlo en la cueva de Majpelá.
Al
regresar todos a Egipto, los hermanos temieron que Yosef se vengara de todo lo
que le habían hecho en el pasado, a lo que les contestó que no temieran y que
los apoyaría a ellos y sus familias.
Y residieron en Egipto y Yosef vivió ciento diez años.
Cercano a
su muerte, Yosef hizo jurar a los hijos de Israel que sus restos serían
conducidos a la tierra que el Eterno prometió a Abraham. Al morir su cuerpo fue embalsamado y
colocado en un ataúd en Egipto.
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