En esta parashá, la última del libro Vayikrá, el Eterno advierte al
Pueblo de Israel que si obedecieran las leyes y preceptos que Él ordenó, habrá
lluvias y verían el fruto de la tierra y de los árboles y plantaciones. La tierra produciría abundantemente, y
no habría ni animales ni enemigos que atacaran a los judíos. Los Benei Israel vivirían en
prosperidad y paz.
Pero si no escucharan ni cumplieran los mandatos del Todopoderoso, la
revelación contra Hashem traerá el terror sobre el Pueblo de Israel,
castigándolo con hambre, enfermedades y el ensañamiento de los enemigos, lo que
conllevará a un exilio de la nación.
Si aún persistiere esta terquedad contra el Eterno, todas estas heridas
serán siete veces más poderosas.
Bestias salvajes del campo, destrucción del ganado, reducción de la
población y los caminos del judío quedarán desolados.
En cambio, si los Benei Israel se arrepintieran de sus mala actitudes,
Hashem recordará Su pacto hecho con los patriarcas Abraham, Itzjak y Yaacob, y
nuevamente volverán bajo su manto, pues Él nunca los abandonará totalmente.
La parashá continúa con la contribuciones para el mantenimiento del
Santuario, la valuación de la misma estará determinada por la edad y el sexo de
quien la consagra.
Quien ofrece un animal para el sacrificio, no podrá cambiarlo por
otro. Si el animal fuera
defectuoso, lo podrá redimir pagando al Cohén el valor monetario más un quinto
de ese valor.
Si alguien redimiera una parte de la tierra entregada, la redención
debía estimarse según el número de años que restaran hasta el próximo jubileo
(iovel).
Un animal primerizo, no puede ser ofrendado voluntariamente, ya que el
primogénito es propiedad del Eterno.
Toda persona condenada a muerte, no podrá ser rescatada.
El diezmo de la tierra, podrá ser redimido pagando su valor más un
quinto del mismo.
Todos estos mandatos fueron impartidos por el Todopoderoso a Moshé, en
el monte de Sinai para cumplimiento de los Hijos de Israel.
|
|