Moshé registró por escrito el
trayecto del Pueblo de Israel a través del desierto desde el momento en que
partieron de Egipto hasta su llegada a las llanuras de Moab. Los israelitas acamparon en cuarenta y
dos lugares distintos durante sus cuarenta años de deambular.
Con posterioridad a haber expulsado a los habitantes de Canaán, el
pueblo recibió la orden de destruir todo rastro de idolatría en ese
territorio. La tierra sería
distribuida en partes proporcionales a la cantidad de miembros de cada
tribu. Fueron designados diez
dirigentes, uno para cada una de las tribus respectivas. A ellos, juntamente con Yehoshúa y
Elazar, el Cohén Gadol, se les confió la entrega equitativa de la tierra. Los Leviim no recibieron ningún
territorio. En parte de ello se
les otorgaron cuarenta y ocho ciudades a ambos lados del Jordán.
Seis de ellas, tres a cada
lado de este río, fueron instituidas como arei miklat (ciudades de
refugio). Ellas se utilizarían
como asilo para cualquier persona que hubiera matado a otra accidentalmente,
permitiéndole así escapar a la acción vengadora de los parientes del muerto. Luego de un asesinato accidental, el
que lo hubiera consumado podía huir a esas ciudades de refugio, donde sería
llevado ante un tribunal. Si los
jueces decidían que se trataba de un caso de asesinato intencional, la persona
sería entregada al vengador de la víctima (un pariente cercano).
Por otra parte, cualquiera que cometiese un asesinato deliberado,
sería ejecutado. Asimismo, si el
crimen no había sido premeditado y no tenía intención maligna, el que lo
hubiera realizado tendría que permanecer en la ciudad de refugio hasta la
muerte del Sumo Sacerdote. También
un asesinato intencional no podía ser condenado a muerte, salvo que hubiera dos
testigos que imputaran al asesino.
La sentencia de muerte por asesinato premeditado no podía ser conmutada
por medio del pago de dinero, ni tampoco podía el asesino por accidente,
librarse del exilio en la ciudad de refugio con ese subterfugio.
Relata la parashá que los
dirigentes de la familia de Guilad, de la tribu de Menashé, plantearon el
problema de la tierra heredada por hijas, tales como las de Tzelofjad. Si estas mujeres se casaban con
miembros de otras tribus, sus propiedades se perderían para su tribu original y
pasarían a las nuevas. Entonces,
esto llevaría a la reducción de las posesiones de la tribu a la que
perteneciesen las mujeres. El problema
fue resuelto con la decisión de que en tales casos, la heredera debía casarse
con un miembro de la tribu de su padre.
Y esto es lo que ocurrió, justamente, en el caso de las hijas de
Tzelofjad, que se casaron con sus propios primos.
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